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quarta-feira, 21 de junho de 2017

'ERRORES CORRECTOS'

‘Errores correctos’: por qué no debes ser un talibán de la lengua

La lengua, como la leche, tiene fecha de caducidad. Lo que hoy es válido mañana es posible que no lo sea. Pero también al contrario: que definiciones que hoy se consideran incorrectas pasado mañana estén admitidas.
Sobre estas últimas habla Alberto Gómez Font en su libro Errores correctos. Mi oxímoron, editado por Pie de Página. Una recopilación de más de 150 expresiones que el lingüista, actualmente perteneciente al colectivo Palabras Mayores, ha recopilado durante más de 30 años entre textos periodísticos con el fin, según expresa en el prólogo, de enmendarle a la plana a esos profesionales de la comunicación que habían metido la pata usando tal palabra con tal significado cuando el diccionario decía claramente que aquello no podía ser.
Hoy, sin embargo, ese sentido es totalmente correcto. De ahí el subtítulo, Mi oxímoron: «Son mis errores correctos, un oxímoron tan evidente como el café descafeinado o la cerveza sin alcohol», cuenta Gómez Font en un momento del libro.
Algunos ejemplos que el exdirector del Instituto Cervantes de Rabat (2012-2014), excoordinador general de la Fundéu (2005-2012) y exasesor lingüístico y revisor de textos en el Departamento de Español Urgente de la Agencia Efe (1980-2015) expone en Errores correctos llaman la atención por lo asimilados que los tenemos ya en nuestro idioma. ¿Realmente estaba mal dicho indexar? ¿E influenciar? ¿O gaseoducto?
Las únicas personas sobre la faz de la Tierra que pueden decidir sobre los cambios lingüísticos somos los hablantes, no hay nadie más capacitado que nosotros
Algunos, reconoce el autor, son auténticas manías personales suyas, pero también del equipo que trabajaba entonces en el Departamento de Español Urgente. «Incluso llegamos al extremo de seguir desaconsejando ciertos usos aunque ya estaban recogidos en el diccionario».
Por ejemplo, encuentro. «Siempre fue uno de mis caballos de batalla. Yo siempre, cuando corregía la palabra encuentro, decía que un encuentro era algo casual y que no se podía celebrar un encuentro a no ser que se celebrara tomando unas cervezas porque nos acabamos de encontrar después de años de no vernos», cuenta Gómez Font.
«Pero el encuentro como sinónimo de reunión ya establecida, con una cita y una hora, a mí me parecía completamente absurdo y luché durante años contra ello. En el año 1992 entró en el diccionario la acepción encuentrocomo sinónimo de reunión».
No es el único término que al lingüista le hubiera gustado que no cambiara. Emergencia —«La salida de emergencia es una redundancia porque emerger es salir. Entonces decíamos, “no, no, son ‘salidas de socorro’. No son ‘salidas de emergencia’. Cuando se emerge, se sale”»— o contemplar —«durante años dijimos que los únicos que teníamos capacidad de contemplación éramos los seres humanos y que una ley no podía contemplar nada; no podía sentarse por la tarde a ver un atardecer»— son otras dos de sus batallas perdidas.
En la guerra entre correctores de texto y hablantes, está claro que ganan los segundos. Sin embargo, ser conscientes del paso del tiempo en un idioma y de la evolución de sus palabras no está reñido con la necesidad de que sigan existiendo organismos como la RAE o la propia Fundéu que asesoren a los hablantes sobre el buen uso de la lengua.
«La cuestión es que las únicas personas sobre la faz de la Tierra que pueden decidir sobre los cambios lingüísticos somos los hablantes, no hay nadie más capacitado que nosotros», asegura Gómez Font. «Igual de hablantes somos los de a pie que quienes forman parte de las Academias de la lengua o de los consultorios lingüísticos. La única diferencia es que hay algunos hablantes que en esas instituciones se dedican a asesorar sobre el buen uso en el momento de la pregunta, en el momento de la duda. Hoy esto es correcto pero con fecha de caducidad».
Unamuno ya dejó clara su lucha contra el purismo en el lenguaje: «El proteccionismo lingüístico es a la larga tan empobrecedor como todo proteccionismo; tan emprobrecedor y tan embrutecedor» (Viejos y jóvenes). ¿Significa eso que deberían desaparecer todas las Academias? Evidentemente, no.
«Seguramente Unamuno, a lo que se refiere al decir que hay que huir del proteccionismo lingüístico, es a huir de la gente que se erige como protectora de la lengua como si la lengua estuviera amenazada, y para ello adoptan actitudes inmovilistas, como si la lengua ya estuviera terminada, como si fuera perfecta y no necesitara de ningún cambio ni de ninguna nueva aportación», explica Gómez Font.
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«Ese proteccionismo del que habla sí es negativo. Pero, en efecto, no está de más que haya unas instituciones. Una institución cercana al mundo universitario, al mundo intelectual, de prestigio, que se ocupe de estar continuamente observando qué pasa con la lengua y marcando una pauta de cuál es la forma adecuada en ese momento para expresarse dentro de una norma culta que permita que haya una comunicación sin ruido. Una comunicación limpia, inmediata, entre los hablantes de esa misma lengua. No es necesario al 100%, pero es muy provechoso que existan ese tipo de instituciones».
Igual que en siglos pasados ese modelo de habla culta se encontraba en la literatura y en los grandes escritores, hoy se basa en lo que se escribe en los medios de comunicación. «Eso se acabó. Eso de “Bueno, es que esto lo decía Vargas Llosa…”, ¡y a mí qué coño me importa que lo diga Vargas Llosa! “No, es que ya lo decía Quevedo”, ¡qué me importa! Qué me garantiza que Quevedo fuera un hablante perfecto. No, el modelo de la lengua estándar culta son los medios de comunicación», afirma el autor de Errores correctos.
Lo que ya no es tan fácil de asegurar es quién marca el paso a quién en esa norma culta: ¿los hablantes a los medios de comunicación o viceversa? En palabras de Alberto Gómez Font, es algo así como la gallina y el huevo. Sí ocurre que en ocasiones las innovaciones surgen en la prensa y los hablantes toman eso que allí se dice como modelo de prestigio, tendiendo a imitarlo, a copiarlo. «De ahí que se insista tanto en la responsabilidad que tienen los periodistas en el buen uso del español porque actúan, aunque no sea su oficio, como maestros del español; ellos marcan un modelo».
Todos los hablantes participamos en la evolución de la lengua, pero sí son los periodistas quienes la ponen en el escaparate y la difunden y la asientan
Pero también es cierto que en otras ocasiones, los periodistas solo difunden ciertos usos que ya se dan entre los hablantes de a pie, contribuyendo de esta forma a asentar un nuevo uso.
«Todos los hablantes participamos en la evolución de la lengua, pero sí son los periodistas quienes la ponen en el escaparate y la difunden y la asientan. Y los que hacen diccionarios hoy (y también los que hacen gramáticas) se fijan sobre todo en qué pasa en la lengua en la radio, en la televisión, en los periódicos y actualmente en la prensa electrónica, los medios en internet», concluye el lingüista.
«En general, el uso que hacemos hoy del español, en cierta medida, tiene un léxico algo más pobre que hace unos años pero, por otro lado, también algo más rico porque hay una serie de novedades técnicas y sociales que hacen que haya una jerga nueva», afirma Gómez Font.
«Por ejemplo, “gentrificación”. Hace 20 años nadie sabía qué era y ahora es una palabra que ya manejamos con exactitud: “están gentrificando ese barrio”. Yo me resisto a creer que antes se hacía mejor nada. Ni hablar ni nada. Todo es mucho mejor ahora y será mucho mejor dentro de 100 años. La gente va haciendo mejor todo. Y una de las cosas es hablar».
Otra cosa, afirma con rotundidad, es el lenguaje de los políticos a los que considera muy ramplones en el uso que hacen del idioma. Pero el español goza, en su opinión, de muy buena salud. «Es una lengua que está muy viva en todos sus sentidos, y en uno que me gusta especialmente que es el de “avispada”. Es una lengua viva, por lo dinámica y avispada porque está sabiendo tomar cosas y adaptar cosas y seguir siendo una lengua moderna y seguir en la cresta de la ola junto con el inglés».
Esos 150 ejemplos que Gómez Font ha recogido en su libro tienen los días contados. Es lo bueno de tener una lengua viva y dinámica como el español. Otros términos ya están llamando a la puerta del diccionario pidiendo paso para ser incluidos allí.
«Yo sería feliz el día que entrara cocreta en el diccionario, pero lo veo difícil. Veo muy muy difícil que la cocreta triunfe», apuesta el lingüista. «Yo apostaría por un nuevo adverbio que yo uso mucho: sindudamente. Y otro, ¡magnífico!, que también uso yo mucho: disgustante, que es un calco del inglés disgusting».

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