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terça-feira, 17 de janeiro de 2017

ARGENTINA

El país de los imbéciles más grandes del mundo

Molino de viento
Es probable que las personas que lean lo que voy a decir ahora, algunas se fastidien, otras me 
descalifiquen y otras, más circunspectas, sean un poco más benignas y ecuánimes conmigo, habida 
cuenta el título que encabeza esta nota. El autor del Fausto, Goethe tiene una frase que le viene como 
anillo al dedo a nuestro país:
 “Contra la estupidez humana, hasta los dioses luchan en vano”. 
¿Sentido común en la Argentina? El mundo está lleno de imbéciles. 
Pero no hay país donde haya tantos imbéciles unidos como en la Argentina. 
Doy razones. 
¿Qué es un imbécil? Un imbécil es básicamente alguien que va contra su propio interés y entre lo 
bueno y lo malo, elige esto último, es decir, su propia ruina. 
Tenemos una justicia corrupta que premia a los malos y castiga a los buenos. 
No hay otro país que tenga una justicia tan lenta y complaciente con los poderosos. 
Nuestra magistratura no le llega ni a los tobillos a la justicia brasileña.
A los jueces de allá no les tiembla el pulso para ordenar allanamientos, detenciones e imputaciones a 
todos los involucrados en el caso “Petrobras”, aunque antes hayan sido jefes de estado. 
En cambio, a los jueces de acá les da cierto escozor inexplicable tener que firmar una orden de 
detención contra un poderoso, máxime si éste ha ostentado el cargo más elevado del Estado. 
Su propia inercia y falta de imparcialidad los acusa y denigra como magistrados. 
¿Acaso les deben el puesto? Aníbal Fernández -feroz ultrakirchnerista- luego del video que muestra a 
la gente de Lázaro Báez contando en “La Rosadita” interminables fajos de dinero que apilados podrían 
formar una montaña, salió a decir que la ex presidente Cristina Fernández “es incapaz de robar un solo 
peso”. 
¿Y qué hace el juez de la causa? 
Al parecer, está investigando, a ritmo más de tortuga que de liebre.
Mientras tanto, el país entero sabe y acepta que ningún juez argentino -por ignominiosa tradición- se 
anima a “ponerle el cascabel al gato”. 
Esta resignación se parece más a una cobarde claudicación o, digámoslo con todas las letras: 
una aceptación del triunfo de los pillos y pícaros. 
Esta estulticia es la nueva idiosincrasia de la Argentina y mi pensamiento me llevó a la siguiente reflexión
que yo le pondría como subtítulo: La lucha contra la corrupción y los molinos de viento de Don Quijote. 
Hoy, probé un vino mendocino cuya etiqueta tiene dibujado un viejo molino de viento, lo que 
inmediatamente me hizo recordar la conocida expresión “luchar contra molinos de viento”. 
Esta expresión tiene su origen en un pasaje de la novela de Cervantes: “El Ingenioso Hidalgo Don 
Quijote de la Mancha” donde leemos: “En esto, descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento que 
hay en aquel campo; y, así como don Quijote los vio, dijo a su escudero:
 –La ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear, porque ves allí, amigo 
Sancho Panza, donde se descubren treinta, o pocos más, desaforados gigantes, con quien pienso hacer
batalla y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos comenzaremos a enriquecer; que ésta es 
buena guerra, y es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra. –
¿Qué gigantes? –dijo Sancho Panza. –Aquellos que allí ves –respondió su amo– de los brazos largos, 
que los suelen tener algunos de casi dos leguas.–Mire vuestra merced –respondió Sancho– que aquellos
que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las 
aspas, que, volteadas del viento, hacen andar la piedra del molino. 
–Bien parece –respondió don Quijote– que no estás cursado en esto de las aventuras: ellos son gigantes
; y si tienes miedo, quítate de ahí, y ponte en oración en el espacio que yo voy a entrar con ellos en fiera
 y desigual batalla. Y, diciendo esto, dio de espuelas a su caballo Rocinante, sin atender a las voces que 
su escudero Sancho le daba, advirtiéndole que, sin duda alguna, eran molinos de viento, y no gigantes, 
aquellos que iba a acometer. Pero él iba tan puesto en que eran gigantes, que ni oía las voces de su 
escudero Sancho ni echaba de ver, aunque estaba ya bien cerca, lo que eran; antes, iba diciendo en 
voces altas: –Non fuyades, cobardes y viles criaturas, que un solo caballero es el que os acomete”.
Hasta aquí el pasaje de Cervantes. Lo que sigue que es como un corolario o conclusión final, me 
pertenece. ¿No es acaso lo que les sucede a los hombres que sueñan con una Argentina libre de los 
miserables e infames que la hunden en el fango de la corrupción? 
Y acaban como Don Quijote rodando con su caballo por el suelo, con su lanza rota y su cuerpo 
magullado. Don Quijote está loco y los demás son los cuerdos.
 Pero, ¿no será que tal vez el Sabio Frestón del que habla Don Quijote es un demonio que se burla de 
los buenos caballeros, convirtiendo la realidad en una ilusión engañosa? Ese es el mensaje que, a mi 
juicio, quiso dejar el famoso “Manco de Lepanto”.

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