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quarta-feira, 15 de abril de 2015

EL IDIOMA Y SU GRACIA



Por Gloria Cepeda Vargas

http://www.diariodelhuila.com/


El 23 de abril, aniversario del fallecimiento de Cervantes, se conmemora el Día del Idioma.
Contamos con la suerte de hablar en bella forma. Nuestro idioma, originario de Castilla y expandido inicialmente en las graves o salerosas tierras peninsulares, como por arte de birlibirloque, surge envuelto en burdo ropaje para después crecer vestido con los aditamentos venidos allende las fronteras de entonces y erguirse hoy con la seguridad que dan trasiegos, expediciones y vigilias constantes.
Miguel de Cervantes pulió su arista en los caminos de La Mancha y Teresa de Ávila definió su grandeza sobre piedras y meditaciones seculares. Penosamente al principio y luego lleno de gracia y señorío, expresó las angustias de la Iberia batalladora. Castillos y templos, donde los pueblos calcinados por el fuego de la religión y de la guerra sembraron su tradición oral, hoy son motivo de asombro. Fue en Lope de Vega ardor cubierto por estameñas áridas y desplantes amatorios; catarata o cúpula barroca en Góngora, flexible vocablo en Quevedo, luz mística en San Juan de la Cruz. Grito de rebeldía o yunque de vasallo en las murallas medievales, burda expresión en soldados y abates, síntesis de grandeza en el verbo inflamado de oradores sagrados. El Siglo de Oro lo singularizó y legiones trashumantes lo enriquecieron con jergas tabernarias y vocablos camineros. Profundo sin desdeñar lo que de seductor tiene el barniz, depurado hasta la excelsitud sin olvidar la esencia, universal e individualizado, soez y puro, grande y pequeño, plasma con elocuencia esa amalgama desconcertante que define la comunicación verbal.
Durante casi ocho siglos se abrió para asumir el aporte arábigo. Giros casi palpables y llenos de una melodía acongojada, vigorizaron su ramaje. El árabe le entregó con su arquitectura de arabescos, fuentes, patios y minaretes, un aporte oral inapreciable. El idioma se dulcificó con esta nueva manera de cantar. La letra hache, erguida en la cintura de fonemas gustosos, confirió nuevo ritmo a las viejas palabras.
Este río  de piedras multicolores, desembocaría en el mar de la poesía andaluza. Y fueron entonces: Antonio Machado delirante en las arquerías de “un patio de Sevilla”, Miguel Hernández, hundido tras las rejas de una cárcel fascista, García Lorca, el andaluz de Antoñito y Preciosa, Juan Ramón de humo y sol, Aleixandre, Cernuda, Alberti, donde el mar no deja de clamar, sin olvidar a Bécquer, detenido para siempre en el ala de una golondrina.
En la voz de estos hombres el idioma español creció hasta hacer suyo el ámbito sonoro. Clamor forjado a golpes de martillo, doblegado en la espalda del galeote, restallante en el látigo del amo, adulterado en la queja del esclavo bozal, adoptado a regañadientes por el indígena, amado hasta el delirio por el conquistador, esgrimido como herramienta casi única por el estudioso y el sabio. En su vientre germinó una raza renovada con la savia venida de ultramar. La gracia intocada lo engendró y lo hizo gallardo en el talante de caballeros andantes, faenas de tronío e ideales profesados más allá de la muerte.
En el mar tenebroso llegó con las carabelas descubridoras para sembrarse y ramificarse en tierras de América. Aquí se convirtió en un híbrido garboso que unió en su acento de maíz y de azúcar la miel de las tierras primigenias y el deslumbramiento de los nuevos tiempos.
Hoy una lengua hablada por infinito número de pueblos jóvenes y no tan jóvenes, hierve en el hechizo de los desenfadados escritores caribeños o parpadea en el acento cauto de los hombres del sur.
Y sería Juana de América, fiel exponente de este mestizaje, quien diría de su plenitud delirante en el “Elogio a la Lengua Castellana”: “¡Oh lengua de los cantares!/ ¡Oh lengua del romancero!/ te habla Teresa la mística/ te habla el hombre que yo quiero!/ Lengua en que reza mi madre/ y en la que dije: “te quiero”/ una noche americana/ millonaria de luceros/ Lengua de toda mi raza/ habla de plata y cristal/ ardiente como una llama/ viva cual un manantial”.

Por: Gloria Cepeda Vargas

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