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terça-feira, 10 de março de 2015

HAIGA

«Donde dije Diego digo digo…»

haigapreveercabo
…O donde *haiga digo haya; donde *cabo, quepo o en vez de *preveerprever.
No son errores tan difíciles de encontrar en la calle, en la casa, en el colegio o en la misma universidad. Incluso, de vez en cuando, llegan hasta nuestros oídos rumores sobre un cambio en la política gramatical de la Real Academia Española y de las demás Academias de la Lengua, como si en ellas existieran corrientes aperturistas o tradicionalistas al modo de los partidos políticos. Se aduce, entonces, que por fin podemos dejar que resbale por nuestros labios el *haiga y no el haya que tan extraño suena para muchos o el *cabo en vez del quepo, que no nos llega a caber en la cabeza. Intentando que nuestros deseos se impongan a la realidad, no nos damos cuenta de que las palabras tienen en su forma y en su significado la historia de su procedencia.
Así como nuestro aspecto físico, voz o carácter recuerdan a nuestros padres o abuelos, las palabras esconden también su origen histórico –etimológico– en la forma en que las escribimos o pronunciamos. Por ello, la primera y la tercera persona del singular del presente de subjuntivo del verbo haber es haya, y no *haiga. Sucede que en la Edad Media la forma de escribir la palatal «y» era «ig», de modo que lo que se escribía haiga, debía pronunciarse haya. Sin embargo, entre las clases menos cultas quedó la idea de que haya había pasado a *haiga por arte de birlibirloque, también a la pronunciación.
Pero, ¿por qué entonces nos empeñamos en decir *haiga? La razón es sencilla. Existe en el aprendizaje y en el uso cotidiano de una lengua un procedimiento denominado analogía, semejante a una regla de tres no numérica, sino lingüística. Así, sabemos que si de venir se dice vengo, deconvenir se dirá convengo. *Haiga se origina en la relación de analogía que establecemos entrehaber y el presente del subjuntivo de los verbos tener –tenga–, poner –ponga– o hacer –haga–. Si algunas de sus formas, los infinitivos, por ejemplo, se parecen, esperaremos que su comportamiento en todas las demás sea también parecido. Aplicando la analogía, pensaremos quehaber se conjuga igual a los verbos mencionados y que, por lo tanto, debe esperarse un *haiga, sin tener en cuenta el pasado familiar de la palabra.
El mismo procedimiento de analogía explica que mucha gente diga *preveer, como se dice proveer, cuando en realidad ambos verbos presentan modelos diferentes en su conjugación. Mientras prever(‘ver con anticipación’, DRAE: 2001) se conjuga como verproveer (‘Preparar, reunir lo necesario para un fin’, DRAE: 2001) lo hará como leer, por lo que la forma correcta será prever, y con ella,previópreveoprevistepreveíapreviera o prevea.
La palabra latina capio dará origen, tras muchas evoluciones fonéticas, a quepo, complicando la vida de tantos y tantos escolares, empeñados en decir *cabo, conjugándolo como el verbo leer, –leo–. Por ese mismo origen las formas de otros tiempos serán cupecabíacupiera o quepa.
Como método de aprendizaje de nuestra propia lengua, o incluso, de otra ajena, la analogía puede llegar a ser de gran utilidad, sin que por ello deje de haber situaciones ciertamente conflictivas.
Por otro lado, es frecuente escuchar expresiones del tipo *Lo que tú me contastes ayer es muy importante; *¿Comistes con tus amigos?; *¿Rogastes porque todo saliera bien? Si nos fijamos detenidamente en estas tres oraciones nos daremos cuenta de que en todas aparece un verbo conjugado en pretérito perfecto simple y en segunda persona del singular. Ahora bien, en ellas, esa forma verbal presenta un error muy común entre todos nosotros. Como hablantes, sabemos que la -s al final de un verbo indica que quien realiza la acción es una segunda persona, un tú (cantas,corríasveías). Así, el morfema verbal -mos, por su parte, nos señala que quienes realizamos la acción somos nosotros (cantamoscorremosveíamos). Intuimos, de este modo, que si se dice «túcantas», «tú corres» o «tú oyes», por lo mismo se debería decir tú *cantastes, tú *corristes o tú *oístes. Sin embargo, las tres últimas formas mencionadas son erróneas, puesto que en su origen latino el tiempo del pretérito perfecto es el único que no ofrece una -s al final del verbo en segunda persona del singular, que indica que el sujeto es un . Si los antiguos latinos decían amavisti, nosotros diremos amaste; si audivisti, nosotros oíste.
Por eso mismo, las expresiones anteriores deberán ser corregidas: «Lo que tú me contaste ayer es muy importante»; «¿Comiste con tus amigos?»; «¿Rogaste porque todo saliera bien?».
Como vemos, las palabras se parecen mucho a las personas. Si nuestro aspecto o comportamiento delata una huella familiar, algo parecido les ocurre a ellas. Como nosotros, ellas tienen su historia, su familia, su pasado, y por medio de él se pueden explicar muchos de los comportamientos que, podríamos decir, se salen de lo normal. Ellas nos sirven para pensar, para comunicarnos entre nosotros, para acceder a otras culturas y a otras formas de ser. Hablar bien significa por lo tanto pensar bien, comunicarnos mejor, compartir más de lo que somos; en fin, todo aquello que en parte hemos celebrado en estos días: nuestra cultura, nuestro pasado y, sobre todo, nuestro futuro compartido.
Crisanto Pérez EsáinUniversidad de Piura

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