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segunda-feira, 15 de setembro de 2014

EL HABLA NICARAGÜENCE

El quehacer lexicográfico en Nicaragua

Por Jorge Eduardo Arellano

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Visto desde el exterior, el quehacer lingüístico de Nicaragua es casi desconocido. Las obras de referencia lo ignoran y a veces se incluyen disparates, como el de la Enciclopedia Espasa-Calpe (suplemento de 1978, p. 777): “La lengua oficial de Nicaragua es el español, aunque se encuentra muy difundido el cibcio [sic]”; es decir, una lengua inexistente. Los dialectólogos españoles también desconocen ese quehacer. Apenas Milagros Alegre Izquierdo y José María Enguita Utría, en “El español de América: aproximación sincrónica” (2002), citan en su bibliografía —sin aprovecharlos— siete aportes, entre ellos mis “900 nicaragüensismos” (1990) y mi “Léxico sexual y anglicismos de Nicaragua” (1998). Y es que solo tres lingüistas europeos han elaborado comprehensiones específicas de nuestra variante o forma característica del español: el checo Lubomir Bârtos (1985), la holandesa Cristina van der Gulden (1995) y el sueco Bo Wande (2002), sustentado en el DUEN o “Diccionario del Uso del Español Nicaragüense” (2001).
Guías bibliográficas
Ejecutado por la Comisión de Lexicografía y Gramática de la Academia Nicaragüense de la Lengua, el DUEN culminaba una tradición iniciada en 1858 con Juan Eligio de la Rocha (1825-1873), quien reconocía el sustrato náhuatl en nuestro léxico y la entonación en el lenguaje familiar que convierte en agudos los nombres graves y esdrújulos cuando se usan en vocativo para llamar a distancia, aparte de identificar nuestros voseo, seseo y yeísmo. Esa tradición sería registrada en 1999, dentro de la guía bibliográfica “América Central” (Madrid, Arcos Libros), de Humberto López Morales —secretario de la Asociación de Academias de la Lengua Española y una de las mayores autoridades del Español de América— que enriquecí, consistiendo en 265 trabajos sobre el español nicaragüense distribuidos en diez secciones.
A saber: I. Bibliografías: 10; II. Historiografía lingüística: 7; III. Volúmenes colectivos: 6; IV. Textos generales: 29; V. Fonología: 7; VI. Morfosintaxis: 21; VII. Léxico-Semántica: Artículos generales: 7; Nicaragüensismos: 42; Vocabularios especiales: 36; Antroponimia, toponimia, gentilicios: 15; otros artículos: 9; Lenguas indígenas e indigenismos: 17; Extranjerismos: 9; Paremiología y fraseología: 24. VIII. Sociolingüística y sociología de la lengua: 10; IX. Estudios lingüísticos de textos literarios: 12; X. Siglas y acrónimos: 4.
Dos años después los trabajos sumaban 272, como consta en el apéndice del DUEN, registrados e insertos los más recientes en cuatro volúmenes colectivos que edité en 1992, 1995, 2001 y 2004, respectivamente titulados: “El español en Nicaragua y Palabras y modismos de la lengua castellana, según se habla en Nicaragua” (1874), de Carl Hermann Berendt; “El español nicaragüense en la segunda mitad del siglo XIX”, “Estudios sobre el idioma español en Nicaragua” y “El español hablado en Nicaragua: nuevos estudios”.
Berendt y su inventario pionero
Carl Hermann Berendt (Danzing, Prusia, 1817-Ciudad de Guatemala, 1878) merece destacarse por su obra, uno de los primeros inventarios del español de América, ubicado entre el “Diccionario de peruanismos” (1871) de Juan de Arona (seudónimo de Pedro Paz Soldán y Unanue) y el “Diccionario de chilenismos” (1875) de Zorobadel Rodríguez (1839-1901). Dos mil ciento sesenta palabras recogió el alemán Berendt, en varias regiones del país, de informantes confiables. La mayoría vigentes, en los casos de flora y fauna las describía científicamente; cuando eran ostensibles nahuatlismos, precisaba su etimología y, en todos los casos, consignaba su función gramatical. Uno de los vocablos colectados, y que con otros cayó pronto en desuso fue “cholo” en su acepción de “mozo o sirviente”.
Barreto y su tendencia purista y normativa
El casticismo peninsular —del que prescindió Berendt— lo practicaron dos intelectuales de León: Mariano Barreto (1856-1927) y Alfonso Ayón (1856-1944). Ambos tenían de cabecera los “Apuntamientos críticos del lenguaje bogotano” (1867-1872) de Rufino José Cuervo (1844-1911) y el “Diccionario de galicismos” de Rafael María Baralt (1810-1860). Al mismo tiempo, se empeñaron en señalar las “incorrecciones” frecuentes del habla y redacción populares para ejemplificar su uso “correcto” con fragmentos de grandes escritores españoles. Pero su tendencia purista y normativa no les impidió valorar el habla de nuestro pueblo. En este sentido, Barreto emprendió un estudio comparativo —el primero en su género dentro del área centroamericana— sobre “El lenguaje popular de Colombia y Nicaragua”, considerado ‘utilísimo’ por el mismo Cuervo en carta a su autor del 23 de marzo de 1908.
Fletes Bolaños y su
campaña nacionalista
Por su parte, Anselmo Fletes Bolaños (Granada, 1878-Managua, 1930) protagonizó una campaña nacionalista, concentrada en las manifestaciones folclóricas de los nicaragüenses, frente a las dos intervenciones militares de Estados Unidos (1912-1925 y 1926-1932). Fletes Bolaños fue el primero en elaborar —difundiéndolo en parte y por entregas— un “Diccionario de nicaraguanismos”, que no pudo difundir. Pero sus dos trabajos más conocidos y extensos aparecieron en Chile, inspirados por estudiosos de ese país como el alemán Rodolfo Lenz (1863-1938) y Ramón A. Laval (1862-1929). Se titularon: “Lenguaje vulgar, familiar, folklórico de Chile y Nicaragua”; y “Fraseología comparada de Chile y Nicaragua”. El origen del sustantivo ‘macho’ aplicado a los norteamericanos Fletes Bolaños lo atribuyó a la cotidiana expresión de los interventores miembros del USMC (United States Marine Corps): —Give me a match [Dame un fósforo].
Castellón: primer diccionarista nicaragüense
A nivel de aficionado, el médico y político Hildebrando A. Castellón [Masatepe, 1876-Idem, 1943] llegó a elaborar —y a difundir en volumen— un “Diccionario de nicaraguanismos” (1939), el segundo después del de Berendt, estimulado por el “Manual del lenguaje criollo de Centro y Sud América” (1931) del español Ciro Bayo. Cuarenta y ocho fueron sus fuentes (“de lingüistas americanos, de gramática, de historia, de botánica y de zoología, así como numerosos diccionarios”), aparte de “la encuesta personal emprendida, en unión de varios jóvenes nicaragüenses” [en México y Guatemala]. Además, como nadie de sus coterráneos anteriormente, consignó la categoría gramatical de la mayor parte de los vocablos recogidos: unas dos mil (según él, cuatrocientos de ellos no definidos en ningún léxico), no pocos de ellos cuestionados por Alfonso Valle en “Filología nicaragüense” (1943).
Valle y su laboriosa constancia lexicográfica
El último (León, 25 de mayo, 1870-Managua, 21 de abril, 1961) demostró mayor constancia en su labor lexicográfica al concretarla en el más extenso “Diccionario del habla nicaragüense” (1948): unas ocho mil voces, mil doscientas de ellas “indígenas puras o indígenas castellanizadas”, incluyendo naturalmente las de origen antillano, tras consultar al lexicógrafo cubiche Alfredo Zallas y Alonso. También delimitó el concepto de ‘nicaraguanismo’, a pesar de su resabio purista (consideraba nuestro voseo un “cáncer idiomático”) y de prescindir de las palabras prohibidas —léase sexuales— que consideraba “dicciones indecentes”. Asimismo, Valle no determinó el género gramatical de cada lema, ni su función u oficio (sustantivo, adjetivo, verbo, adverbio, etc.).
Los diccionarios exhaustivos de Rabella / Pallais y Van der Gulden
De la misma limitación adolecieron Joaquín Rabella (catalán) y Chantal Pallais (nica) en su “Vocabulario popular nicaragüense” (1994) y Cristiana Van der Gulden, profesora por doce años en la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua, en su “Vocabulario nicaragüense” (1995), ambos exhaustivos. Los primeros aportaron más de cuatro mil vocablos, tras comprobar que los empleaban al menos cuatro personas desconocidas entre sí, de distintos niveles culturales y ubicación geográfica. Pero no abarcan el español de los mestizos de la costa Caribe, multiétnica y multiparlante; y las entradas carecían de marca alguna. Por su lado, Van der Gulden compiló más de cinco mil nicaragüensismos, en su mayoría tomados del Diccionario de Valle. Además de consultar otras 109 fuentes (sobre todo obras literarias), indicó la etimología de los vocablos y las autoridades con que respaldaba y ejemplificaba sus definiciones y acepciones.
Ponencias de Peña Hernández e Ycaza Tigerino
Para entonces, tenían muchos años de contribuir a la investigación léxico-semántica de nuestro español dos autores claves: Enrique Peña Hernández (1922) y Julio Ycaza Tigerino (1919-2001). Ellos representaron dignamente a Nicaragua, con numerosas ponencias, en los Congresos de la Asociación de Academias de la Lengua Española, celebrados en 1960 (Bogotá), 1964 (Buenos Aires), 1968 (Quito), 1972 (Caracas), 1980 (Lima), 1989 (San José, Costa Rica) y 1994 (Madrid).
Aportaciones de Silva y Mántica
Más significativas resultaron las aportaciones al mismo estudio de Fernando Silva (1927) y Carlos Mántica, también miembros de nuestra Academia, quienes —en sus respectivos discursos de ingreso— nos enseñaron a sentir orgullo por nuestra habla. Si el primero estructuró un pequeño diccionario de indigenismos, el segundo fue autor de la más amena y extensa obra sobre la materia, remontada a 1973 y con varias ediciones. En ella se diserta sobre el origen y desarrollo de nuestra habla, se puntualizan aspectos morfológicos y se compilan unidades fraseológicas, refranes, topónimos, etcétera. Todo, al igual que Silva, desde la perspectiva del diletante en el sentido neutro de aficionado culto y no en su significado de lego, superficial o chapucero.
Trabajos de
MATUS LAZO Y JEA
La formación universitaria y especializada sustentó los trabajos lexicográficos de otros estudiosos, como Róger Matus Lazo, a quien se le debe —por citar una de sus obras— un diccionario diastrático: “El lenguaje del pandillero” (1997). Yo —al asimilar en Augsburgo, 1990, los avances teóricos importantes de los lingüistas alemanes Günther Haensch y Reinhold Werner— figuro entre ellos. Así lo reveló mi investigación sobre el léxico sexual de Nicaragua, donde se prescinde del obsoleto criterio ‘pudoris causa’.
El DUEN de la Academia Nicaragüense
Más cualitativo que cuantitativo, el DUEN: “Diccionario del Uso del Español Nicaragüense” (2001), producto del trabajo de Peña Hernández, Matus Lazo, Francisco Arellano Oviedo y mío— marcó un hito en el desarrollo de la lexicografía del país, en virtud de su planta científica. O, mejor dicho, de su macroestructura y microestructura. No detallaré ambas, pues se anexan en páginas aparte, tomadas de su introducción.
EL DEN DE FAO
Pero señalaré que sirvió de base a una obra de superior alcance, con mayor cantidad de fuentes y una planta más completa. Me refiero al DEN: “Diccionario del Español de Nicaragua” (2007), dirigido por Arellano Oviedo, entonces secretario de nuestra Academia y hoy director, que tiene dos reediciones y contiene 7,652 lemas y 14,008 acepciones.
Otros aportes
Antes de la aparición del DEN, se publicaron otros aportes en libro que no deben eludirse en este recuento del quehacer lexicográfico de la patria de Darío: “Estudios sobre el español nicaragüense” (2002), de Róger Matus Lazo; “Diccionario de fraseologismos usados en Nicaragua” (2003), de G. Reina García; “Cómo hablan los adolescentes en Nicaragua” (2004), del ya citado Matus Lazo —el más prolífico y didáctico de nuestros lingüistas— y mi colección de glosas e indagaciones: “Del idioma español en Nicaragua” (2005).
Humberto López Morales reseñó esta obra oportunamente: “Este importante hito de la bibliografía sobre la variedad nicaragüense del español reúne 26 artículos… Los temas son variados: lexicología y lexicografía (anglicismos, hipocorísticos, léxico sexual, gentilicios, etcétera), de historiografía lingüística, bibliográficos, de morfología derivacional, aspectos de la herencia quechua, el etimológico, el habla nica en el DRAE, etcétera. Todo ello con erudición, sentido crítico, rigor científico y también notas de un fino humor que adereza el texto en diversas ocasiones”.

*(Ponencia leída el 12 de agosto de 2014 en la Universidad Nacional de San Marcos, Lima, durante el XI Congreso de Lexicografía, organizado en coordinación con la Academia Peruana de la Lengua).

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