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quinta-feira, 21 de agosto de 2014

VULGARISMOS


Qué mala impresión nos causa esas personas en la vía pública que a voz en cuello procuran llamar la intención de alguien que está relativamente lejos y pretenden así hacerse notar como si el entorno les perteneciera y antes y después de ellos nadie más.

También nos molesta que maltraten el idioma materno con expresiones subidas de tono, no porque hablen alto sino por las palabras procaces con que matizan su conversación para lamento de su acompañante, victima ocasional de su mala educación.

Son de esas personas que cada tres palabras incluyen dos fuertes con la mayor naturalidad del mundo, y están convencidos de que así logran mayor interés, por eso también gesticulan y van sabiendo el tono de voz hasta que todos los que le rodean están al tanto de su hablar tan chabacano.

Este grupo de la vulgaridad, victimarios del idioma, no está limitado a un sexo determinado ni a la edad, adultos, ancianos, mujeres y adolescentes integran este negativo conglomerado, donde por cierto ocupan un lugar personas de cualquier nivel educacional.

Claro que esas palabras fuertes, que también aprenden los párvulos, en determinadas ocasiones se les pueden escapar al más casto, y si nos fijamos son las únicas capaces de expresar nuestro estado de ánimo ante un hecho que va en detrimento de un derecho personal y alguien se opone injustamente.

En ese momento si no las pronuncias te llegan a la mente hasta con signos de admiración, pero no debes acomplejarte por eso, yo tampoco me acomplejaría. Lo malo sería que las lleváramos a colación por gusto, por el deseo de afianzar nuestra personalidad.

Realmente con ello dejamos de ser bienvenidos, no recibimos muchas invitaciones, perdemos mucho más de que lo que ganamos, perdemos respeto y consideración de los demás, y de paso las amistades que más nos interesan, que más nos importan.

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