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quarta-feira, 13 de agosto de 2014

CANALLA LITERATURA



Una generación de autores se ha apuntado a una narrativa desgarrada y cruel por donde

circula la vida con todas sus trampas




Iconoclastas, desacralizadores, heterodoxos, desvergonzados, canallas... Listos, pero que muy listos, son los escritores que pueblan la reciente hornada literaria. Por sus textos se pasean tipos marginales, guarros de manual, ambientes sórdidos, situaciones surrealistas y toneladas de humor. En ocasiones se acercan al género negro, otras coquetean con la novela de aventuras, pero, las más de las veces, lo suyo es perpetrar picaresca neourbana o «aftercostumbrismo» hasta desembocar en una melée de géneros sin posible etiquetación. Han nacido entre finales de los sesenta y principios de los setenta y responden por: Martín Casariego, Javier Pascual, David Torres, Iban Zaldua, Félix Romeo, Ismael Grasa, Pablo Tusset, Montero Glez, Antonio Iturbe, Aparicio Belmonte, Antonio Orejudo, Rafael Reig, José Ovejero, José Machado, entre otros (obsérvese que no se mencionan mujeres)... ¿Habemus generación que cultiva picaresca cañí, vodevil lumpen, mestizaje, literatura de frontera e incluso «folclore cósmico»? José Huerta, el editor que más canallas ha alumbrado, en Lengua de Trapo, decía: «Sí, habemus». Hay dos maneras de definir una generación: por afinidad ideológica o estética, o por la mera coincidencia biográfica... Aunque muchos autores contemporáneos no se identificarían entre sí como una generación, se puede hablar de corrientes, y ahí estaría de acuerdo con que la lista de mencionados se inscribe en una tradición donde el humor no está reñido con lo serio y donde lo paródico es lupa de la realidad. Sea como fuere, después de un desprestigio secular hacia la literatura humorística, como si tratar las cosas desde la ironía o la hilaridad fuera más ligero que hacerlo desde otras ópticas, las cosas han cambiado, en parte por la cantidad de autores que ya no entienden la literatura en la que no se sonríe nunca.
- El Audi y Hegel
Les hermana la cualidad de ser tipos preparados, lectores omnívoros y compulsivos que han hecho los deberes literarios y que «no necesitamos hacernos los cultos –sentenciaba Rafael Reig, autor– ni estar todo el rato citando a Wittgenstein. Los escritores mayores a veces se comportan como nuevos ricos que tienen una necesidad imperiosa de enseñar sus lecturas, el Audi nuevo y las obras completas de Hegel... Y se toman en serio a sí mismos». Son curiosos de lo fronterizo y sin ninguna gana de convertirse en cartujos dolientes de la palabra. Para intentar describir su literatura sería menester manejar las metáforas y los símiles insólitos que ellos utilizan para con sus personajes y dar esos giros delirantes que tan generosamente pueblan sus páginas. Los escritores «de calidad» –argumenta Antonio Iturbe, además de autor de «La bibliotecaria de Auschwitz» lo es también del desternillante «Rectos torcidos»– no escriben novela de humor porque arrugan la nariz en cuanto se la nombras, les parece zafio y alejado de la literatura con mayúsculas de la que pretenden ser los depositarios...
Forman una isla flotante en el panorama literario y han cometido el pecado de retorcer su prosa para no convertirse en autores bienpensantes ni impostados –«nunca fui capaz de acabar el "Ulises". No entendía nada y me aburría, quizá cuando me jubile», admite Iturbe; «...Cuando alguien escribe cosas que nadie lee con interés, necesita una justificación religiosa y se convierte en un sacerdote. A nosotros nos interesa escribir para ser leídos, algo que parece evidente, pero que estaba olvidado. Pero practicar esta suerte de literatura atea les lleva a la doble contabilidad de no salir siempre bien parados por la crítica porque sigue predominando la literatura penitencial: se lee para mortificar el espíritu y así mejorarlo. Vamos, que si no cuesta esfuerzo, no tiene valor moral», abunda Rafael Reig.
- Algo pasa en la calle...
No buscan historias que contar porque viven en el mundo. Ni sillones, ni capillitas literarias, ni conventículos. Son «busqueros» (como le habría gustado a Cervantes, que era hombre de patear calle). Por eso no encontraremos en ellos ni territorios comanches, ni guerras civiles, ni dramas judiciales, ni conspiraciones medievales. Literatura de entretenimiento pura y dura, que busca nuevas geografías para ser narrada al más puro estilo folletinesco. Por sus textos les conoceréis y todos ellos tienen los pies en la tierra y no están ajenos en su torre de marfil. Trabajan y tienen nómina, en tanto que no ejercen de prohombres ni de hetero-intelectuales: son críticos literarios, columnistas, traductores, lectores de editoriales... Filólogos, periodistas, abogados, seres vivos que se montan en el autobús y pagan facturas. Toman copas, van al cine, no llegan a fin de mes y se interesan por las cosas más peregrinas, pero, sobre todo, están en el mundo... Y de ahí se nutre su prosa. Sus personajes son la «performance» de lo que pasa en la calle y, por tanto, dicen tacos, tienen el recto torticero, fornican, eructan y están en paro. Pero lo que más ennoblece a este colectivo literario es que nunca dicen tener proyectos porque no son culteranos de salón. Son conceptistas retrecheros que no tienen una relación conyugal con la literatura; simplemente escriben. La protesta del escritor es falsa protesta cuando se utiliza para disimular el talento. «En mi caso el talento lo utilizo para disimular la protesta», ha dicho Montero Glez en no pocas ocasiones (a quien muchos, por su excelencia literaria, consideran abanderado en su generación). «Mi único saber empírico –ha dicho el autor de "Manteca colorá"– se reduce al vivir sin dinero. Ando con los bolsillos en barbecho. Y tal y como leí en una pintada de una calle de Algeciras, sin dinero todos somos extranjeros».
- El ritmo se acelera
¿Agitación, movimiento de carnes en este soso panorama literario?: «Yo les arreo sartenazo a los nacionalistas, a las inmobiliarias, a los políticos municipales , a los okupas de fin de semana, me meto con Manu Chao y los antiglobalizadores con American Express, les doy a las agentes literarias. Cuando salió "Rectos torcidos" mi mujer estaba preocupada pensando que nos iban a quemar la casa», explica Iturbe. Reig protesta contra todo y reclama el derecho al pataleo. Como decía un clásico: la solemnidad es el escudo de la estupidez. «Mi mayor pretensión no es protestar, sino escribir una buena novela». Ahí es nada. Mientras unos critican la doble moral de nuestros gobiernos y a la caterva de bienpensantes y biencomidos que ponen fronteras a las hambres y clasifican a las gentes por el color de los bolsillos, otros, como Juan Aparicio Belmonte, autor, entre otros, de «López, López» critican todo un poco «porque es la forma que tengo de divertirme y detesto el aburrimiento».
Otra de las características que tienen en común los mencionados es un ritmo acelerado, una sucesión de aventuras y una tensión sostenida que parece cinematográfica. Todos estos seres parecen narrar con las tripas y su literatura va directamente a la vena. Sin filtro. Escapan de la realidad a fuerza de contarla, se sirven de piruetas gramaticales, buscan lo universal que hay en lo particular para su prosa de combate y sienten un irrefrenable gusto por la pasión habladora de los buenos cuentistas. Novelas como las de Tusset –hoy David Cameo– se caracterizan por el humor, por la primacía de los personajes, por la búsqueda de un estilo elaborado, y porque la trama se desarrolla a través de una estructura compleja, pero disimulada, en la que ahorran al lector su desciframiento. La dificultad les importa poco porque forma parte del concepto penitencial... Y eso sería como valorar un cuadro porque ha sido pintado de rodillas.

El árbol genealógico de su prosa

Escritores que transgreden la norma
Su narrativa es la unión de palabras que uno nunca supo que pudieran juntarse: se valen de voces jergales, recurren a estructuras gramaticales impensables, refuerzan la impresión de discursos orales y, en ocasiones, hacen reproducción gráfica de formas vulgares de pronunciación. Recursos manejados con destreza que dan forma a sus broncas historias para esbozar una sociedad atravesada por una corriente subterránea. En algunos miembros de esta generación se aprecian ecos de descripción rápida y certera de personajes que recuerdan el arte de Valle-Inclán. El árbol genealógico de su prosa tiene sus raíces en fuentes como Quevedo, Cervantes, Mendoza, Marsé, Scott Fitzgerald, García Márquez, Diderot, Laurence Sterne, Dickens, John K. Toole, Mendoza, Dostoievski, Graham Greene o Silver Kane. El resultado es asombroso. Por una parte la sordidez de los temas sume a los lectores en la miseria o el lumpen pero por otra, gracias al milagro del idioma, ese mundo queda transformado en una experiencia estética tan memorable como placentera sin abandonar el canon literario occidental. ¿Sus páginas generarán una estética nueva? ¿O ya lo han hecho?


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