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sexta-feira, 28 de fevereiro de 2014

SEFARAD







Cal, España, por Miguel Villarroya Martín http://www.cciu.org.uy/

Sefarad: Una de las Españas perdidas




Recuerdo haber oído hablar a mi abuela Miguela, de lo que se hacía “en las Españas” para referirse a algo que estaba ocurriendo en ese momento en nuestro país. Y siempre me chocó su especial manera de referirse a España, en plural. El arcaísmo, aprendido en su niñez a principios del siglo XX, era sin duda una de las formas antiguas de referirse a nuestra patria.

Y es que ha habido muchas Españas posibles y/o muchos territorios que hoy no forman parte de España y que sí lo estuvieron un día. Por la extensión que adquirió nuestra patria es por lo que durante mucho tiempo se habló de las Españas y, cuando fuimos perdiendo dimensión, se habló entonces de las Españas perdidas.

Una de estas es la España de los judíos sefardíes que fueron expulsados por la intolerancia religiosa de la época. Sin embargo, la dispersión no pudo terminar con la añoranza y la lengua que había sido suya. Y hasta hace unos 50 años un lenguaje, el ladino o judeo-español, era hablado por millones de judíos de origen español, en algunas partes del mundo. Hoy, desde la creación del estado de Israel, el ladino se bate, desgraciadamente, en retirada.

Me gozo con la amistad de uno de ellos, Haim Vitali Sadaca, nacido en Turquía, y un gran poeta que escribe poesía en ladino. Y del cual he editado, en estas mismas páginas, algunos poemas.

Mi abuela se apellidaba Júdez (que significa hijo de judío) así que supongo que por vía materna provenimos de los judíos que se quedaron y que se integraron por completo en la cultura religiosa dominante. Nada nos une ya con aquella España judía, salvo algún vago sueño. Y sobre este aspecto recuerdo la sorpresa que recibí una noche de hace muchos años, viendo una entrevista de José Luis Balbín al presidente del Congreso de Israel. A altas horas de la madrugada, casi dormido ,veía yo la entrevista salpicada de referencias a lo sefardí, cuando salí bruscamente de mi adormecimiento al oír y escuchar cantar a un joven judío de Tesalónica el mismo romance que mi tía Valentina nos cantaba cuando, para entretenernos, en los viajes de Teruel a Barcelona, nos cantaba la misma canción. Ya casi no recuerdo el romance ni nadie en mi familia lo conoce ya. Se ha perdido, aunque espero que continúe vivo en la memoria de la familia del judío de Tesalónica.

Por todo eso la iniciativa del Gobierno español acerca de nuestros hermanos separados me parece excelente: dar la nacionalidad española a aquellos que descienden de los que tuvieron que irse por la intolerancia del Gobierno de la época. Quinientos años después otro Gobierno repara uno de los grandes errores históricos de nuestra nación. La reacción a ello no puede ser más que de alegría.

Es necesario recuperar esa España pérdida, no para poseerla sino para que nos enriquezca con sus diferencias y sus recuerdos de la España medieval. Y para salvar su idioma, esa variante antigua y hermosa del español de aquella época.

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