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domingo, 30 de junho de 2013

AMERICA LATINA

“Más educación, menos fútbol”

ANDRÉS OPPENHEIMER AOPPENHEIMER@ELNUEVOHERALD.COM - Miami - EE.UU.


No debería sorprendernos que los manifestantes en Brasil estén llevando pancartas que digan “más educación, menos fútbol”, ni que haya huelgas docentes casi a diario en Argentina, Chile, Venezuela y México: los maestros latinoamericanos están entre los que cobran los sueldos más miserables del mundo.


La semana pasada, mientras los manifestantes de Brasil protestaban contra los exagerados gastos para la realización del mundial de fútbol del 2014 y portaban carteles con eslóganes tales como “Japón: quédate con nuestro fútbol, dános tu educación”, la Organización para la Cooperación Económica y el Desarrollo (OCDE) dio a conocer un estudio con cifras muy reveladoras sobre los sueldos docentes en todo el mundo.

El estudio, titulado La Educación 2013, muestra que los maestros de Latinoamérica ganan menos, trabajan más horas y disponen de menos tiempo para preparar sus lecciones o corregir tareas que sus contrapartes de otras regiones.

Las cifras de la OCDE son especialmente escalofriantes cuando se comparan los salarios de los docentes de Finlandia y Corea del Sur, dos países que obtienen los mejores resultados del mundo en los tests académicos PISA de jóvenes de 15 años, con los de los maestros latinoamericanos. Consideremos algunas de las cifras del estudio:

- Mientras el salario inicial de un maestro de primaria es de $64,000 en Luxemburgo, $38,000 en Estados Unidos, $36,000 en España, $30,000 en Finlandia y $28,000 en Corea del Sur; en Latinoamérica los salarios son de $17,400 en Chile, $16,600 en Argentina y $15,000 en México. Aunque Brasil no figura en el estudio, funcionarios de la OCDE dicen que los sueldos de los maestros brasileños son similares a los de sus pares de otros países latinoamericanos, y están al fondo de la lista.

-Los maestros de escuela primaria mejor pagados ganan un promedio de $113,000 en Luxemburgo, $77,000 en Corea del Sur, $58,000 en Japón, $53,000 en Estados Unidos, $51,000 en España, $32,000 en México, $31,000 en Chile y $25,000 en Argentina.

-En lo referido a las horas que pasan los maestros dando clases —una medida que suele usarse para mostrar cuánto tiempo les queda a los maestros para prepararlas, corregir tareas o reunirse con los padres—, Argentina tiene el récord mundial, con 1,450 horas anuales, seguida por Chile con 1,100 horas, Estados Unidos con 1,100 y México con 1,050. Comparativamente, los maestros de Corea del Sur y Finlandia pasan apenas 600 horas anuales al frente de su clase.

Andreas Schleicher, el experto en educación de la OECD que coordinó el informe, me dijo en una entrevista que Corea del Sur y China gastan menos en educación como porcentaje de sus economías que varios países latinoamericanos y, sin embargo, obtienen resultados mucho mejores.

La diferencia es que Corea del Sur y China hacen de la docencia una carrera muy selectiva y prestigiosa: sólo los más calificados son aceptados para ser maestros, y se les paga según su desempeño, dijo.

“Uno de los mayores problemas en Latinoamérica es que casi cualquiera puede ser maestro: no hay un proceso de selección riguroso”, explicó Schleicher. “Y la calidad de un sistema educativo nunca puede exceder la calidad de los maestros”.

Una manera de conseguir fondos para contratar maestros más calificados es ampliar el número de estudiantes por clase, me dijo Schleicher. Corea del Sur y China tienen clases más grandes que México, y sin embargo logran mejores resultados en los tests estudiantiles, añadió.

“Si hay que elegir entre un maestro mejor y una clase más pequeña, hay que preferir un maestro mejor”, dijo Schleicher.

En cuanto a los sindicatos docentes en Latinoamérica, que exigen salarios más altos, pero se oponen a exámenes de ingreso, evaluaciones o pagos por mérito, Schleicher dijo muchos maestros aceptarían estos cambios si se les da un estatus profesional más elevado.

Mi opinión: Hay que empezar a glorificar la profesión de maestro, tal como ocurre en Corea del Sur o en Finlandia.

Una de las cosas que más me impresionó durante los cinco años en que viajé a varios países para hacer la investigación de mi último libro sobre educación, Basta de Historias, fue que en Corea del Sur y en Finlandia, sólo el 10 por ciento de los estudiantes con mejor promedio pueden postularse para estudiar la carrera docente en la universidad.

En esos países, si uno tiene una vecina que es maestra, uno piensa: “debe ser inteligente, porque de otra manera no podría ser maestra”. En muchos países latinoamericanos, si uno tiene un vecino maestro, uno piensa: “el pobre, no pudo ser abogado”.

Ya es hora de que los maestros latinoamericanos sean tratados como profesionales, como los abogados o los contadores. Para eso hay que pagarles mejor, a cambio de que los nuevos maestros rindan exámenes de admisión y que todos sean evaluados y ganen según sus méritos.

Las pancartas de Brasil que piden más dinero para la educación y menos para el fútbol podrían ser un gran paso inicial en esa dirección.

Read more here: http://www.elnuevoherald.com/2013/06/29/v-fullstory/1511759/mas-educacion-menos-futbol.html#storylink=cpy

ATILIO BORÓN

Premio Libertador al Pensamiento Crítico

El premio: 150 mil dólares
EL UNIVERSAL - Venezuela

La octava edición del Premio Libertador al Pensamiento Crítico ya tiene un ganador. El sociólogo argentino Atilio Borón obtuvo el galardón que otorga el Celarg por América Latina en la geopolítica del imperialismo.

El jurado (integrado por el uruguayo de Antonio Elías, el español Pascual Serrano, el cubano Pablo Guadarrama y los venezolanos Laura Antillano y Miguel Ángel Contreras) destacó la obra por el análisis que realiza sobre la situación geopolítica del continente.

Atilio Borón fue secretario del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales y ha sido reconocido por el Premio de Ensayo Ezequiel Martínez Estrada de la Casa de las Américas y con el Premio José Martí de la Unesco por su contribución a la unidad e integración de los países Latinoamericanos.

EL IDIOMA ESPAÑOL

La historia del idioma de la tierra de los conejos
Por William Chislett, escritor, en El Imparcial - España.

Muchas civilizaciones han influido en forjar el idioma español, empezando con los fenicios quienes llamaran el territorio I-shepan-ha, un término cuyo uso está documentado desde el segundo milenio antes de Cristo y que significa algo como “tierra de los conejos”. Los romanos convirtieron este nombre en Hispania y algunos siglos más tarde se transformó en España. Luego gran parte del Península Ibérica fue ocupado por musulmanes durante unos 700 años. Estas y otras civilizaciones dejaron sus huellas.

Por ejemplo, las palabras galápago (tortuga), silo (cerdo), álamo y salmón vinieron de lenguas indígenas habladas en la península antes de la llegada de los romanos en el tercer siglo antes de Cristo, palabras como pizarra, chaparro, zamarra y narria tienen su origen en el idioma vasco (euskera) y la influencia musulmana es extensa, en particular en los campos agrícolas, administrativos y militares con palabras como arroz, limón, zanahoria, alcalde y alcázar. La palabra atún viene de al-tun en árabe, que es algo similar a la palabra thunnus en latín.

Hoy, el español, cuyas raíces están en el latín vulgar de Hispania, es la lengua oficial de más de 450 millones de personas en 21 países y es el segundo idioma no oficial en los Estados Unidos donde esta hablado por más de 37 millones de personas. Si la tendencias demográficas siguen su ritmo actual, los Estados Unidos serían en 2050 el país con más personas que hablan español, y el español pudiera superar en hablantes al inglés y convertirse en el segundo idioma más hablado en el mundo después del chino (una lengua, a diferencia del español, que se habla en solo un país).

La fascinante historia del español esta contado amenamente en el libro “The Story of Spanish” de Jean-Benoît Nadeau y Julie Barlow, autores de “The Story of French” (2006), y publicado hace poco por St. Martin’s Press. El libro cuenta mucho más que el auge del español. Por sus páginas pasan no solo personas eruditas como el lexicógrafo Antonio de Nebrija (1441-1522), quien ocupa un lugar destacado en la historia de la lengua española por haber sido pionero en la redacción de una gramática, un diccionario latín-español y el español-latín, pero también acontecimientos como la expulsión de los judíos y la destrucción de culturas indígenas en la conquista y colonización de América. Estos dos últimos factores jugaron un papel importante en promover y extender el español o en el caso de los judíos el judeoespañol o ladino hablado aún hoy en países como Turquía por los descendientes de los judíos que vivieron en España hasta 1492.

Preguntado por Isabel la Católica sobre el sentido que tenía componer una gramática castellana, Nebrija destacó la importancia política de la lengua, y añadió “… que siempre fue la lengua compañera del Imperio.” Su diccionario codifico la ortografía y evitó que el español estallara en un número infinito de dialectos. Con la llegada de los conquistadores y las enfermedades hasta entonces desconocidas, más de la mitad de los 600 lenguas indígenas conocidas desaparecieron, dejando el español con pocos competidores.

Hoy, el español “puro” se ve desafiado por el “Spanglish”, la bestia negra de los académicos, hablado en los Estados Unidos y definido por Ilan Stavans como “el encuentro verbal de las civilizaciones anglosajona e hispana”. Stavans ha elaborado hasta una versión en Spanglish del primer capítulo del Quijote, que empieza así: “In un placete de la Mancha of which nombre no quiero remembrearme, vivía, not so long ago, uno de esos gentlemen who always tienen una lanza in the rack, una buckler antigua, a skinny caballo y un greyhound para el chase.”

Claro que hay gente que mezcla los dos idiomas, pero el resultado no tiene ninguna unidad lingüística, porque las comunidades emigrantes en US son muy diferentes entre sí.
El Spanglish no es solo un fenómeno de los Estados Unidos. En Gibraltar, esta trozo de territorio británico que tanto molesta a los españoles nacionalistas, se habla “llanito”, en la zona del canal de Panamá (durante años territorio estadounidense) “zonian” y en Perú el “Japoñol”(por inmigrantes japonesas de segunda generación).

Otra adulteración del español es el caló o pachuquismo, usado por el humorista mexicano Tin-Tan (Germán Váldes), uno de cuyas líneas más famosas era ¿Óyeme vato, como se dice window en ingles?.

Mientras el español tiene que competir en su país de origen con otras idiomas como el catalán (con la posibilidad, aunque remota, de desaparecer en Cataluña si esta autonomía consigue la independencia), en las Américas, particularmente en Brasil (desde 2005 todos los centros de enseñanza secundaria están obligados a ofrecer la enseñanza de español dentro del horario lectivo) y los Estados Unidos, está su futuro.

PLASTISFERA


La isla flotante de los microbios
J. DE J. @JUDITHDJ / ABC MADRID

Científicos descubren prósperas colonias de microorganismos en los trozos de plástico que ensucian los océanos. Forman un hábitat ecológico nuevo y distinto provocado por el hombre
ERIK ZETTLER


Algunas de las bacterias encontradas en el plástico flotante
La actividad humana sobre el planeta produce inquietantes consecuencias. Los científicos han descubierto una gran multitud de microbios que han colonizado con éxito las islas de plástico que flotan sobre los océanos. Los microorganismos que forman estas comunidades representan un hábitat ecológico nuevo provocado por el hombre. Los investigadores tienen un nombre para ello. Lo denominan la «plastisfera».

En un estudio recientemente publicado en Environmental Science & Technology, los científicos de la Asociación de Educación del Mar (SEA), la Woods Hole Oceanographic Institution (WHOI) y el Laboratorio de Biología Marina (MBL), todos en Woods Hole, Massachusetts (EE.UU), analizaron desechos plásticos marinos recuperados de la superficie del mar en varios lugares del Océano Atlántico Norte. La mayoría eran fragmentos de un tamaño milimétrico.

Usando microscopía electrónica de barrido y técnicas de secuenciación de genes, los científicos encontraron al menos 1.000 tipos diferentes de células bacterianas en las muestras de plástico, incluyendo muchas especies individuales que aún no han podido ser identificadas. Se han observado plantas, algas y bacterias que fabrican sus propios alimentos (autótrofos), animales y bacterias que se alimentan de ellos (heterótrofos), depredadores que se alimentan de estos, y otros organismos que establecen relaciones sinérgicas. Estas comunidades complejas existen en trozos de plástico apenas más grandes que la cabeza de un alfiler y surgieron con la explosión de los plásticos en los océanos en los últimos 60 años.

Un mundo artificial
«Los organismos que habitan en la 'plastisfera' son diferentes de los de las aguas del mar circundantes, lo que indica que los desechos plásticos actúan como arrecifes microbianos artificiales», explica Tracy Mincer, del SEA. «Proporcionan un lugar donde microbios distintos pueden establecerse y tener éxito». Además, estas comunidades son probablemente diferentes de las que se depositan de forma natural en el material flotante como plumas, madera y microalgas, porque los plásticos ofrecen condiciones diferentes, incluyendo la capacidad de durar mucho más tiempo sin degradarse.

Como nota positiva, los científicos han encontrado evidencias de que los microbios pueden degradar los plásticos. Observaron grietas microscópicas y agujeros en distintas superficies de plástico que pueden haber sido hechas por los microbios incrustados en ellos. La intención de los científicos es estudiar a estos seres para poder hacer experimentos en este sentido.

Los desechos plásticos también representan un nuevo medio de transporte, como balsas en las que pueden desplazarse microbios dañinos, incluyendo patógenos causantes de enfermedades y especies de algas nocivas. Uno de los plásticos analizados estaba dominado por miembros del género Vibrio, que incluye bacterias que causan el cólera y enfermedades gastrointestinales.

El alma de los libros

¿Puede un título torpe torcer un destino de gloria?
Para unos escritores es la piedra sobre la que construyen; otros llegan a él de manera tortuosa
LEILA GUERRIERO - El País - España.

ILUSTRACIÓN DE MAX.



A veces está allí desde el principio y, entonces, funciona como una guía, como un faro en la niebla, como un antídoto contra la oscuridad. Pero eso es a veces, sólo a veces.
A veces llega al final, como una epifanía o una calamidad, reclamando el derecho de bautismo, bajando al reino para decir he aquí el nombre con que mentarás tu obra: he aquí el nombre de lo que has escrito. Pero eso es a veces. Sólo a veces. Porque en el camino de un libro hacia su título —perfecto o no— suelen intervenir la inspiración propia y las ocurrencias de los amigos, las sugerencias de los colegas y las frases oídas al pasar, la conversación con una novia y la contemplación extática de la biblioteca, todo eso durante un periodo —más o menos agónico— en el que todo puede ser un título en potencia —una marca, el eslogan de una fábrica de sillas— hasta que un día ese magma caótico se ordena y el escritor despierta a un mundo en el que, al fin, su obra comparte, con las demás criaturas de la tierra, eso que todas tienen: un nombre. Y siente, entonces, algo parecido a la felicidad, porque el título de un libro no es una sucesión de palabras ingeniosas, sino un estambre soldado al corazón de una historia de la que ya no podrá volver a separarse. En busca del tiempo perdido no puede leerse sin sentir, sobre cada una de sus páginas, el influjo triste, decadente y celeste, que emana de su título. Y Guerra y paz no es una frase, sino parte de la patria que ese libro —y ese título— fundaron y habitan.


—El título es un dibujo al carbón de lo que hay dentro —dice Juan Cruz Ruiz, escritor, periodista y editor español al frente de Alfaguara en los años noventa—. Cuando chicos, rayábamos con lápiz sobre una moneda hasta que salía la efigie de la moneda en el papel en blanco. A la mitad ya podías intuir qué salía. Pues el título es como la mínima parte de un borrador. Por eso Crónica de una muerte anunciada es un gran título: dice de qué va la cosa, pero creando misterio.

—El título tiene que ser un espejo diminuto de lo que es el libro —dice la escritora mexicana Carmen Boullosa—. No tengo un código para encontrarlo, pero hay un flujo de placer casi corporal cuando es el título correcto. Casi como encontrarse a un posible enamorado en un elevador.

—Es importante porque define un universo —dice el escritor argentino Eduardo Berti—. Es como ponerle nombre a un hijo. Salvo que, en el caso de los hijos, no suele ser el nombre lo primero que se ve. La gente mira sus ojos, su sonrisa y, acto seguido, viene la pregunta: ¿cómo se llama? En el caso del libro, el título suele ser lo primero que se ve.

Un título no hace que
un libro se venda, pero hace que el candidato a comprarlo lo levante de la mesa”, dice Divinsky
La editora y crítica colombiana Margarita Valencia dice que los títulos, tal como los conocemos, son cosa del presente.

—En principio, eran una descripción del contenido (la Gramática de Nebrija, la Anatomía de Testut). Después fueron adornándose: El ingenioso hidalgo… Yo creo que los títulos tal como los conocemos nacieron con la necesidad de los periódicos del siglo XIX de atraer lectores con titulares escandalosos. En las últimas décadas el continente ha reemplazado al contenido, y el título (el escote) es fundamental para atraer lectores hacia contenidos más bien insustanciales. Creería que un mal título es el que engaña al lector. Pero toda norma tiene su contra: Ulises es el título más reconocido de la literatura del siglo XX. La siguiente Ley de Murphy, entonces, es “todo buen libro tiene un buen título, aunque sea malo”.

—Es difícil saber si un mal título arruina un libro sin un experimento controlado —dice la escritora y editora chilena Andrea Palet, de la editorial independiente Los Libros Que Leo—. Aunque en algunos casos sí puede tener consecuencias económicas. Hay un asunto que los españoles a veces olvidan y es el de la lengua. A los latinoamericanos el “habéis” y el “vosotros” nos suena como de siglos atrás. Por lo tanto si titulan una novela Habladles de batallas, ya nos dio sueño. Ese “habladles” nos parece infinitamente lejano. Los libreros saben que no lo van a vender y no lo piden. Otro caso: Chesil Beach. Es difícil de pronunciar en nuestro idioma, y eso influye en las ventas.

En su despacho de la ciudad de Buenos Aires, Daniel Divinsky, de Ediciones de la Flor, dice:

—Un título no hace que un libro se venda, pero hace que el candidato a comprarlo lo levante de la mesa. Nosotros tuvimos un libro de Bernard Thomas que se llamaba Jacob. Lo publicamos con ese título y no pasó nada. Le pusimos Un anarquista de la belle epoque, y se agotó. Y otro de Charles Plisnier que se llamaba Falsos pasaportes y fue un desastre. Lo retitulamos como Recuerdos de un agitador, y se agotó.

Pero ¿puede un título torpe torcer un destino de gloria? Cuando el argentino Roberto Arlt le mostró su primera novela al escritor Ricardo Güiraldes, llevaba por título La vida puerca. Güiraldes le sugirió que lo cambiara por El juguete rabioso, Artl le hizo caso y el libro devino un clásico, portador de uno de esos títulos que serán, por siempre, más jóvenes que ellos mismos. Tolstói había pensado en Bien está lo que bien acaba para Guerra y paz y Scott Fitzgerald en Trimalchio in West Egg para El gran Gatsby. Juan Carlos Onetti quería llamar La casona a una novela que, por sugerencia de Carmen Balcells, terminó llamándose Cuando ya no importe; y Baudelaire quería llamar Las lesbianas a Las flores del mal. Si es difícil creer que La casona o Las lesbianas —o Trimalchio en West Egg, o etcétera— hubieran pasado desapercibidas sólo por no llevar el título que llevan, lo cierto es que, cuando un gran título se encuentra con una gran obra, algo, en algún rincón del universo, se regocija. Como si ese encuentro fuera un cañonazo de celebración a los pies de lo que llaman la posteridad, o la historia.


En su artículo Con título, publicado en la revista chilena Dossier en agosto de 2007, el argentino Rodrigo Fresán escribía: “El título como lo primero que pienso de un libro (…). El título como ojo de cerradura en la puerta de una novela. El título como el viento que llena las velas y empuja a puerto a una colección de relatos”. La escritora colombiana Laura Restrepo pertenece al grupo de los que sólo pueden escribir si saben cuál es el nombre que nombra lo que escriben.

—El título es al libro lo que el bautismo al cristiano: el nacimiento a la vida. No tener desde el principio el título de la novela es para mí señal de que en el fondo no sé de qué va. Suelo estar abierta a las sugerencias de mi agente y de mis editores, salvo cuando se trata del título. Cuando fueron a traducir mi novela La novia oscura, los editores de varios países se negaban a poner la palabra “oscura”, por considerarla ofensiva. Yo prefería que no la publicaran. Mi protagonista, una prostituta, era oscura en sentido más figurado que literal. Y ¿con qué derecho nos decían a nosotros, las gentes de piel oscura, que era ofensivo hacer alusión al color de nuestra piel? Eso era basura políticamente correcta, racismo encubierto.

Tolstói pensó en ‘Bien está lo que bien acaba’ para ‘Guerra y paz’ y Onetti, en ‘La casona’ para ‘Cuando ya no importe’
El peruano Fernando Iwasaki, autor de la novela Libro de mal amor, los cuentos de Helarte de amar, tampoco escribe si no tiene un título, y dice que uno bueno debe contener “homenaje, humor, doble sentido y efectos secundarios”.

—El título es esencial, aunque no menos que la portada, los epígrafes, el tipo de letra y la textura del papel. No descarto que ciertos editores sugieran títulos que mejoren el original propuesto, pero yo sólo puedo hablar desde la perspectiva de alguien que piensa que el título es parte de la obra literaria, y no del marketing de la editorial.

—La relación con el título ha sido muy diferente con cada una de mis novelas —dice la española Marta Sanz—. Animales domésticos surge porque en una conferencia una señora me dijo que ella había dejado de leer porque, cuanto más leía, aumentaba su sensación de que su familia se iba transformando en una “absurda pandillita de animales domésticos”. Su lucidez me hizo ver un título y una historia.

Si para algunos el título es la piedra sobre la que construyen su obra, otros llegan a él después de una búsqueda tortuosa que quizás preferirían evitar.

—Me resulta cada vez más difícil poner títulos —dice el escritor boliviano Rodrigo Hasbún— y lo hago mucho después de haber terminado de escribir. Suelen salir del texto mismo: una frase suelta o algo que dice un personaje. Luego termino borrando en el texto esas palabras, las evidencias del robo.

—Mis títulos aparecen en los sueños —dice la escritora puertorriqueña Mayra Santos-Febres—. Luego lo voy puliendo. Cuando ya el texto está completo, me doy unas semanas para leerlo y meditar acerca del título. Luego le doy el manuscrito a cuatro o cinco lectores, junto a varias opciones de títulos. Escojo el más adecuado… y la editorial me lo cambia al final.

El combustible que llevó al escritor español Andrés Barba hacia el título de su última novela fue el combustible de la desesperación.

—Hay un momento muy angustioso, cuando estás buscando el título, donde vas viendo títulos por todas partes. Yo estaba viviendo en Buenos Aires, pasaban los meses y no encontraba el título. Hubo dos semanas durante las que llovió mucho y una mañana nos despertamos y mi mujer dijo: “Mira, ha dejado de llover”. Y yo me dije “Mira, por fin llegó el título: Ha dejado de llover”. Es una frase común, pero contiene un escenario y un ambiente, y las historias del libro hablan de un problema que se termina. Yo creo que el título tiene que generar un clima, una disposición apropiada para leer ese libro.

A la hora de inspirar,
los textos religiosos, la poesía y los grandes clásicos parecen haber sido fuentes nutricias
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Aunque algunos títulos podrían parecer antídotos contra lectores —Desgracia, La tentación del fracaso, La náusea—, los editores no los rehúyen, pero sí recelan de los que podrían sonar hostiles. A Mayra Santos-Febres le sugirieron cambiar Nuestra Señora de las Putas por un título más “acogedor”, y quedó Nuestra Señora de la Noche. A Roberto Bolaño le sugirieron que La tormenta de mierda no era buena idea y lo cambió por Los detectives salvajes.

—Una sola vez accedí a cambiar un título —dice Carmen Boullosa—. Los editores de Sexto Piso me dijeron: “No puedes ponerle equis título porque no vamos a poder ponerlo en ninguna librería”. Era un libro de relatos que se llamó El fantasma y el poeta. Y pienso que el título que yo quería ponerle era un despropósito: El pedo del poeta.

A la hora de inspirar títulos, los textos religiosos, la poesía y los grandes clásicos parecen haber sido fuentes nutricias. De allí han brotado Por quién doblan las campanas, de Hemingway (que proviene de unos versos de John Donne); El sonido y la furia, de Faulkner (que proviene de Macbeth, de Shakespeare); Suave es la noche, de Scott Fitzgerald (que proviene de Oda a un ruiseñor, de John Keats), o Plegarias atendidas, de Truman Capote (que proviene de una frase de santa Teresa). Pero cuando ni la inspiración ni la parodia ni los clásicos ni la mística ayudan, quedan los amigos.

—Me gusta mucho el arte de titular —dice el español Vicente Molina Foix—. En un momento dado se dijo que yo tenía un don para titular, y el novelista Juan García Hortelano inventó lo de la Agencia Molina de Títulos. Títulos de mi agencia que recuerdo: Antifaz, la segunda novela de José María Guelbenzu; Travesía del horizonte, de Javier Marías; Teatro de operaciones, de Martínez Sarrión, y Los restos del naufragio, libro de poemas de Ricardo Franco. En todos esos casos, excepto en el de Marías, no conocía los textos, y tan sólo me guiaba por unas indicaciones proporcionadas por los autores. La agencia la mantengo abierta, atendida por una sola persona, y sus precios son simbólicos, aunque estoy considerando ofrecer mis servicios a los grandes grupos editoriales, pues creo que el departamento de rotulación literaria adolece de falta de inspiración.

En el año 2007, en la revista Dossier, Andrea Palet escribía una columna —acerca de los títulos— en la que decía: “De todas formas, el mejor título para un lector dedicado, insaciable, herido y agradecido será siempre uno solo: Obras completas”.

Me gusta mucho el arte de titular”, dice Molina Foix. “García Hortelano inventó lo de la Agencia Molina de Títulos”
—Hay muchos discursos del fin de la novela, de la muerte del autor —dice la escritora española Mercedes Cebrián—. Y yo pienso, ¿el título no debería haber muerto, más que todo lo demás? En las artes visuales a menudo una obra dice “Sin título”. Los artistas plásticos se han liberado del título. Me llama la atención que en la literatura no haya habido más rebeldía con el tema. No me parece malo que haya títulos, pero me sorprende esto de aferrarse tanto a ellos. A mí también me pasa. Cuando tengo un proyecto, lo tengo que nombrar. Inscribes a los recién nacidos en el registro, no esperas meses para ver cómo los nombras.

En una época en que la industria mide sus taquicardias minuto a minuto —auscultando cuáles son los libros que más venden, qué colores llaman mejor la atención en las portadas—, el título ha sobrevivido bien silvestre, librado al azar, a la ocurrencia del autor o de un editor con criterio.

—No creo que sea extraño que en las editoriales no haya gente dedicada específicamente a titular —dice Elena Ramírez, de Seix Barral España—. El editor es quien conoce el alma del libro, quien ha estado en contacto con el autor y sabe cómo hacer que esa alma sea visible. Puede ser que un departamento para poner títulos sirviera para el libro muy comercialote, pero no en libros de otro tipo.


A Rodrigo Hasbún no le gustan los títulos que evidencian la historia que se va a contar (El coronel no tiene quién le escriba). A Eduardo Berti le gustan los que generan preguntas: “La tercera mentira, de Agota Kristof. ¿Cuál es la mentira? ¿Y por qué es la tercera? ¿Habrá más?”. A Laura Restrepo, los títulos que tienen ojos (Vendrá la muerte y tendrá tus ojos, Reflejos en un ojo dorado). Y a Juan Ignacio Boido, editor del suplemento cultural Radar, del periódico argentino Página/12, los que tienen cielos y jardines.

—El jardín de los Finzi-Contini. Voces en el jardín, El cielo protector… Me parecen increíbles. La primera prueba para saber si un título es bueno es ver si contiene su propia parodia. Los grandes títulos son como Atila, queman el camino para cualquiera que quiera seguir sus pasos. Un buen título es imitable. Un gran título no lo podés tocar. Después de Ulises, de Joyce, no podés escribir Aquiles. Ya se vuelve Woody Allen, una parodia. El siglo XX está repleto de títulos muy personales. Vos le ponés Ulises a un libro y estás hablando con Homero. Pero le ponés Colinas como elefantes blancos y no querés hablar con nadie: sos un cantautor, estás queriendo decir lo tuyo. Y en esa línea de títulos de cantautores me parece que El corazón es un cazador solitario debe ser el mejor del siglo XX. Es de una belleza y una desolación impresionantes, tiene la palabra cazador y a su vez es contemporáneo y urbano. Las vírgenes suicidas es precioso, uno de esos títulos que no sabés si es contemporáneo o de Eurípides. Y me parece un hallazgo el método que encontró Manuel Puig: Sangre de amor no correspondido, Boquitas pintadas. Todo tiene dramatismo de diva, todo es una película de los grandes estudios. Y después está El harpa de hierba, que es como tocarme la muela que me duele con la lengua. Me da morbo. Roza una belleza genial y no la atrapa porque su época no se lo permite. Es como si yo hoy sacara un libro que se llamara El ángel de las alas de oro. No va con la época. Un título dentro de la línea eslogan que me parece genial es American Psycho: supera a Madonna en psicopatía cultural. Es como la ballena blanca de los títulos…

Y así, durante largo rato, con avidez de lector intoxicado, Boido se sumerge en un río en el que saltan, como peces prodigiosos, los títulos de todos los tiempos. Y es un río en el que siempre hay más, siempre hay mejores.

Testigo del siglo

Testigo del siglo
Por Valeria Shapira | LA NACION


Empresario e intelectual.En su oficina, Murillo Mendes sigue creando.
BELO HORIZONTE, Brasil.- Década del 50: Murillo Mendes tiene poco más de 20 años y se embarca en la construcción de la represa hidroeléctrica de Furnas, una de las mayores de América latina, prioridad en la agenda del desarrollo energético de Brasil para el entonces presidente Juscelino Kubitschek.

Fines de los 70: Murillo Mendes ya ha participado en la construcción del puente Río-Niteroi (el más extenso de América latina y séptimo en el mundo), y de tramos importantes de la ruta Transamazónica. Lidera el consorcio de construcción de Itaipú (por años, la mayor usina generadora de energía del planeta), y su reputación es indiscutida: su empresa de ingeniería, la Mendes Júnior, está entre las diez más grandes del mundo.

Murillo Mendes también está haciendo obras en Irak. Allá lejos y en una cultura tan diferente. La suya es la primera y única empresa brasileña en el Golfo Pérsico, con gigantes proyectos de infraestructura: la línea ferroviaria Bagdad-Al Qaim-Akashat, la ruta Expressway 1 y una estación de bombeo en el mítico río Éufrates.

A comienzos de los 80, del otro lado del mar, su país natal está en problemas: no tiene el petróleo que necesita para desarrollarse y crecer. Justamente Brasil, que en 2013 (y a pesar de sus dificultades) es la sexta economía del globo.

Entonces, Murillo Mendes se convierte en una pieza clave para que la nación vecina consiga su objetivo. Sólo un detalle: para acceder al crudo hay que negociar con Saddam Hussein.

En esa tarea, mientras construye rutas y vías férreas, se embarca el ingeniero de Belo Horizonte. Brasil consigue el crudo. Pero la Mendes trastabilla.

Minas Gerais es, en 2013, uno de los estados más poderosos del país. El de la tierra colorada, el agua que brota por todas partes y los camiones repletos de minerales. La oficina de Murillo Mendes en Belo Horizonte -la capital- está a unos 40 minutos del Aeropuerto Internacional Tancredo Neves, una obra en cuya construcción también participó. Durante el trayecto, el taxista sólo habla de fútbol (el Atlético Mineiro ganó el campeonato estadual y está en las semifinales de la Libertadores) aunque es capaz de abandonar por un momento a Ronaldinho para señalar al costado de la ruta una de las últimas obras del gran Oscar Niemeyer. Es la sede administrativa del gobierno de Minas, ejecutada por un consorcio de las grandes constructoras de Brasil, incluida la Mendes Júnior.
Ingeniero, intelectual, empresario y hombre poderoso, Murillo es un hombre grande que sólo a veces se comporta con la formalidad brasileña del tudo bom, tudo jóia. Habla con una frontalidad arrollladora. Mira fijo. Dice lo que piensa y hace lo que dice. Con la fuerza de un coracero francés va directo a su objetivo:

-Brasil es famoso por su cordialidad. Detesta la franqueza -bromea-. En algún momento, todos pensamos que nuestro propio país es una mierda. Pero cuando otro lo dice, nos enojamos. Cuando estuvimos en Irak, donde pusimos mucho acento en respetar la idiosincrasia y la cultura local, una cosa que estaba prohibida era decir: Brasil es el más grande, el mejor.


En los buenos tiempos, Saddam Hussein pagaba por adelantado. A fines de los años 70, Murillo Mendes empleaba en Irak a 10 mil brasileños, más trabajadores locales, para los que construyó casas, escuelas, clubes, hospitales, y para quienes llegó a necesitar 33 mil raciones diarias de comida.

La historia que siguió es larga, pero puede resumirse así: Brasil comenzó a importar el petróleo a cambio de las obras de ingeniería que la Mendes llevaba adelante en Irak. Hubo un momento en que el país de Saddam "entregaba 400.000 barriles de petróleo diario, casi el 70% de la importación total del país", según cuentan Murillo Mendes y Leonardo Attuch en su libro Quiebra de contrato (Folium, 2008). Antonio Delfim Netto, que fue ministro de Hacienda, Planeamiento y Agricultura durante el régimen militar, afirma sin rodeos en esas páginas que "la Mendes sustentó la importación de petróleo", y que la empresa fue un instrumento del gobierno para sostener el acceso a esa fuente de energía.

La ecuación parecía perfecta hasta que llegó la pesadilla. La sangrienta guerra entre Irak e Irán hizo que Saddam dejara de pagar. La Mendes se propuso varias veces abandonar ese país. Pero la situación se endureció: Irak no otorgaba visas de salida a extranjeros ni daba licencias de uso de equipamientos. Murillo llevó el caso a la Corte Internacional de Arbitraje (ICC), en París, que falló a su favor. A pesar de eso, Saddam amenazó con discontinuar la provisión del petróleo que necesitaba Brasil si las obras de infraestructura se interrumpían.

El gobierno brasileño de João Baptista Figueiredo presionó a la Mendes para que permaneciera en Irak. Autorizó créditos que el Banco de Brasil otorgó a la empresa, contra la prestación de las obras que le permitirían al país continuar recibiendo el crudo. La cobertura de cualquier riesgo en esa difícil situación correría por parte del Instituto de Reaseguros de Brasil (IRB), incluso en caso de incumplimientos causados por un conflicto bélico.

La Mendes asumió que su salida de Irak (la que ocurrió años más tarde, a pedido de Itamaraty, durante la Guerra del Golfo) estaría cubierta por el pago de indemnización al banco por parte del IRB. Pero ocurrió lo contrario: la Mendes Júnior fue ejecutada por el Banco de Brasil. A este conflicto se sumó otro: la falta de pago de sus trabajos en la Usina Hidroeléctrica de Itaparica por parte de la Compañía Hidroeléctrica de San Francisco (Chesf), otra empresa con control estatal. La constructora entró en su peor crisis. Perdió patrimonio. Se achicó. Despidió a cientos de trabajadores. E inició acciones legales contra el estado brasileño: 600.000 millones de dólares actualizados a 2013, la mayor demanda contra el país, hoy en manos de la Corte.

Tenaz. El ingeniero es un hombre firme: desde hace años mantiene un juicio millonario contra el estado brasileño.
El ingeniero Mendes no suele dar entrevistas. Lee con una rapidez envidiable, y tiene una biblioteca con libros prolijamente clasificados que prefiere explorar en idioma original ("hay muchos en inglés, es mejor leerlos sin defectos de traducción"). The Economist y Businessweek son sus revistas de cabecera: asegura que no se necesita más para entender lo que pasa en el mundo.
Recuperada luego de años de buena gestión y nuevas ideas, su empresa está ahora involucrada en proyectos como el saneamiento del Puerto de las Dunas, en el nordeste brasileño; la expansión de la ruta Ferro Carajás (Marañao y Pará), y el mantenimiento de la Usina José Mendes Júnior, en Minas Gerais, entre otras obras. En los 90, construyó la monumental Usina Hidroeléctrica de Tianshengqiao, en China. Fue la primera compañía brasileña en lograr un contrato de construcción en esa potencia oriental.

La gran expansión de los 80 ya no existe -dice el hombre que mira fijo-. Lo que existe son los mismos principios.

-En su libro Quiebra de contrato usted afirma que pocos temas están tan presentes en el debate actual sobre la viabilidad económica de un país (en su caso, Brasil) como el del respeto a los contratos. Y que las sociedades más avanzadas son las que logran construir confianza.

-Yo fui víctima de quiebras de contrato que tuvieron consecuencias extraordinariamente negativas. Un conflicto que se extendió por más de 20 años y que sigue sin resolverse. Cualquier poder, no sólo el poder político gusta ejercer su fuerza bruta. Eso es lo contrario del contrato social, incluyendo los contratos comerciales. Brasil no es la excepción. Al político le gusta usar el poder. Y la justicia es lenta. Pero el problema de los contratos, como decían Locke o Mill, es la base de todo. En cualquier país civilizado tiene que haber reglas. El mundo anglosajón es más desarrollado que nosotros porque no renuncia a sus reglas.

-El conflicto se produjo durante el gobierno militar brasileño. ¿Por qué usted participó de negocios con ese gobierno?

-Desde que se creó la empresa nosotros tuvimos relaciones de convivencia con el Estado. Estábamos en temas importantes para el desarrollo de Brasil, y todo lo relevante dependía, lógicamente, de los presidentes. Mantuve relaciones cordiales, pero sin crear intimidades, como decimos en Brasil. Nunca tuve preocupación por agradar a los poderosos. Siempre dije lo que pensaba y lo sigo haciendo. No le debo nada a nadie. Y no pierdo tiempo en discutir si fui amigo de tal o cual. Igual la gente habla, dice cosas. Ya se sabe: la única forma de que no hablen mal de usted es que usted no tenga ninguna relevancia. Si todo el mundo habla bien, es sospechoso. Digamos que un 15% de las personas debe considerar que usted es un hijo de puta para que usted se quede más o menos tranquilo de que todo anda bien.
-¿Cómo era Saddam?
Hábil para el mando militar, cruel con sus opositores y obsesionado por el espionaje.

-¿Y en las negociaciones?

Un joven extremadamente capaz.

-Usted habló del descreimiento y la falta de seguridad jurídica, temas cotidianos también en la Argentina. ¿En cuánto nos parecemos?

Yo considero que la capacidad interna de destrucción de los políticos en la Argentina fue mayor que la de Brasil. Los brasileños tuvimos grados mayores y menores de depredación, pero lo de ustedes es peor, una lástima, en un país infinitamente rico y privilegiado. Yo veo que a pesar de que ciertos sectores se movilizan para reclamar por lo que no quieren, el argentino en general está más resignado a aceptar la desgracia política.

-¿Todo político es corrupto?

Eso piensa mi mujer. No es así. Todos conocemos políticos de una integridad total. En la Argentina, en Brasil, en cualquier lugar. Eso sí: el arte del político es el de mantenerse en el poder, y a veces sobrepasa límites que otros no saltarían. En nuestros países, cuando esos límites se pasan, no hay castigo. Ahora, justamente, tengo un amigo que quiere entrar en política. Ya le dije que se olvide.

-¿Qué virtudes le faltan a su amigo?

Ninguna. Lo que le faltan son defectos.

-¿Nota alguna diferencia entre los políticos de Brasil y la Argentina?

Brasil es mucho más pluralista, creo. Más flexible. Por lo que yo veo, en la Argentina la oposición a veces se ve tan radical como el poder público, poco elástica para lograr sus objetivos. Aquí, el PT, por ejemplo, tiene muchas vertientes diferentes. Hay mucha gente buena, gente sensata, y otra que no lo es.

En un presente con cuestiones pasadas sin resolver (Murillo no piensa abandonar su demanda contra el Estado), el ingeniero habla de futuro. Se viene -dice- un tiempo en que la tecnología va a producir una mejora social, y va a dejar a las masas "ese poder que ningún régimen autoritario conseguirá asegurarse de aquí en más".

-La gente dice que usted es un empresario poco común. Una suerte de empresario intelectual.

Es que necesito pensar. No porque sea un intelectual, es para mi trabajo. Me enfrento con problemas que no siempre son parte de mis competencias, entonces voy y busco soluciones consultando a otros, principalmente en los libros. Los libros tienen todo lo que pasa en el mundo.

-¿Pesa más la experiencia que la formación académica?

El problema es que la gente con formación académica no siempre tiene interés pragmático. Yo siento curiosidad intelectual, dentro mío hay una especie de anarquista que cuestiona todo. En la escuela yo tenía buenos profesores, pero los enfrentaba, protestaba, me interesaba la discusión, la diversidad de ideas, compartir.

Una de las obras más recientes, el puente Octavio Frias de Oliveira, en San Pablo, sobre el río Pinheiros.
Hay gente que va y viene en la oficina de Murillo Mendes. El fotógrafo, su secretaria, un amable señor que sirve café, su equipo de comunicación. La energía circula. "Los seres humanos se agrupan desde que nacen", reflexiona. Es así: "La antropología, la psicología social o la sociología hablan de la tribu por necesidades de taxonomía académica. Pero en realidad están hablando de cosas sencillas y cotidianas: juntarse, ser hincha de un club de fútbol, tener una misma lengua. ¿Sabe cuántas lenguas tenemos aquí, en las comunidades indígenas? Son como 300. Algunos tontos académicos están preocupados y quieren enseñarles a estas comunidades la lengua que habla la mayoría.
Asegura que la especie humana es frágil en comparación con otros mamíferos: "Fíjese que otras especies nacen caminando. Nosotros no. Lo nuestro es un verdadero misterio. Hasta Jesús, que sabía todo, terminó jodido en la cruz".

Se siente orgulloso de que su nombre esté ligado al 40% del potencial hidroeléctrico instalado en Brasil, y a 14 mil kilómetros de rutas y líneas férreas, a refinerías, aeropuertos y plataformas petrolíferas. Y obsesionado con ver cumplido un deseo: "El imperio de la ley, y no la ley del emperador de turno".

Regala un libro, recibe otro. El sol del mediodía entra en su oficina. Alguien comenta que esta mañana, como todas, el ingeniero nadó unos cuantos largos y jugó con su bisnieto. Ahora posa con poco placer para las fotos, se toca la pierna y la mueve como un péndulo: "Esta rodilla me está molestando -dice, a sus 87-. No bien tenga tiempo, me voy a operar".

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