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sexta-feira, 1 de fevereiro de 2013

MIS SUEÑOS...









10 razones por las que no he logrado mis sueños
Autor: Juan Dionicio Tavárez Soriano

Un día tuve que detenerme y hacerme seriamente esta pregunta pues me había dado cuenta de que el tiempo no se había detenido a mis quince años cuando soñaba con ganar el mundo para mí. Pasados los treinta años, tenía varios proyectos, aspiraciones, sueños y metas no cumplidas y necesitaba entender cómo llegar a ellas con la mayor brevedad y con menos sacrificio.
Comencé entonces a buscar alternativas de trabajo que me permitieran compartir más con mi familia, lograr mayores niveles de libertad, realizar mis actividades preferidas y aportar a la sociedad, todo esto haciendo, por una vez en la vida, tareas que disfruto hacer como componer e interpretar canciones y enseñar a otros.
El camino hacia la realización de mis sueños me fue llevando poco a poco por una emocionante ruta de autoconocimiento en el que se descubrían poco a poco las verdaderas razones de mi estancamiento, tanto en actitudes mías como en las de los demás, razones que se convirtieron en las lecciones irrepetibles que la vida me regalaba día tras día.
La respuesta a la pregunta “¿por qué no he logrado mis sueños?” me ha sido respondida múltiples veces a través de diferentes creencias limitantes y respuestas de autosabotaje que solo sirven para mantenernos al margen de la mediocridad y a años luz del éxito.
Estas son las 10 razones por las que no he logrado mis sueños:
1. Por no creer.
No creer en mí mismo, en los demás, en que un trabajo puede funcionar para mí, en que yo puedo hacerlo, en que otras personas también pueden, en que el dinero llegará, en que estaré en salud. Creer, siempre creer es como la llave que nos abre la puerta del camino porque lo que no creemos automáticamente deja de existir para nosotros. Y si no existe, nunca lo podremos ver.
2. Por no cumplir.
La palabra empeñada parece haber perdido su valor, pues hacemos promesas, fijamos citas para a una hora, una fecha y luego violamos todo alegremente porque en nuestra lista de prioridades los lugares varían rápidamente en función de nuestros intereses y por esto perdemos grandes oportunidades, perdemos relaciones que pueden ser determinantes en nuestro futuro y sobre todo perdemos tiempo, que es un recurso imposible de recuperar.
3. Por no invertir.
Puede ser que creamos que las cosas vendrán del cielo y que no requerirán de nuestro esfuerzo o de nuestro dinero. Esto es completamente falso y es la creencia más generalizada. A pesar de que implique un gran riesgo, siempre debemos estar a la disposición de invertir en la medida de nuestras posibilidades, porque invertir es como sembrar: cosecharemos siempre en la misma proporción. Claro que, igual que en la siembra, depende también del terreno en el que caen nuestras semillas, por lo tanto, debemos estar preparados para perder, inclusive perderlo todo y volver a comenzar. En este caso diremos como Tomas Alba Edison: Muchos fracasos de la vida han sido de hombres que no supieron darse cuenta de lo cerca que estaban del éxito cuando se rindieron.
4. Por no estudiar.
Nadie es propietario de todo el conocimiento, ni existe un conocimiento absoluto. Casi todo puede ser reinventado, redescubierto, rediseñado. Los cambios de paradigmas son permanentes de generación en generación y por eso debemos siempre estudiar, conocer, experimentar, prepararnos con lo que existe y estar abiertos a lo nuevo que existirá. Claro, todo dentro de una escala de valores que promueva la vida, la convivencia pacífica, el amor entre los seres humanos y la preservación de la naturaleza.
5. Por no dejarme guiar.
A lo largo de nuestra vida aparecen ciertas personas que tienen la sincera intención de guiarnos hacia el próximo nivel y estas llegan justo cuando estamos listos para dar este paso. Lamentablemente nuestro peor enemigo, que es el ego, la necesidad de gritar a los cuatro vientos que los hicimos solos sin ayuda de nadie, nos domina y rechazamos tan preciosa oferta. Para crecer siempre es necesario un tutor, mentor o maestro que nos ayuda a aclarar el camino y a pisar firme para avanzar con seguridad.
6. Por seguir o dar malos ejemplos.
En el último año, a través de un negocio de vanguardia que estoy desarrollando junto a mi esposa, he aprendido un término nuevo: “la modelación”, que no es más que el ejemplo que recibimos de estos guías y el que damos a otros cuando nos toca guiar. Esto me abrió los ojos porque en el mundo real, aunque alguna gente no te lo diga, te observa y trata de seguir tus pasos. También nosotros, aunque no nos dejemos guiar de quien realmente nos quiere ayudar, seguimos los pasos de personas que nos sirven de modelo pero que no tienen principios y valores claros. Es por esta razón que, tanto nuestros seguidores anónimos como nosotros vivimos constantemente entrando en veredas sin salida y en círculos sin fin que nos alejan de nuestra meta cada vez más. Generalmente criticamos en otros lo que nos molesta de nosotros mismos porque esperamos que los demás sean mejores de lo que nosotros hemos sido incapaces de ser.
7. Por querer que otros tengan los mismos sueños.
La libertad es un tesoro y como tal debe ser cuidada, protegida y practicada diariamente. Es necesario entender que nos somos ni seremos iguales. Aunque parezca que tenemos las mismas metas, realmente son diferentes, totalmente diferentes. Muchas veces hacemos creer a los demás que compartimos en igual nivel su pasión y esto se debe a que queremos ser aceptados y reconocidos. A la larga resulta que este edificio se derrumba porque está sobre cimientos falsos e insostenibles. Aceptar el derecho de los demás a disentir y el nuestro propio a participar o no de una iniciativa es el principio de relaciones genuinas en donde negociamos nuestros niveles de participación en proyectos comunes solo condicionados por la regla ganar-ganar.
8. Por no reconocer las virtudes de los demás por encima de sus defectos.
Hay un poder inmenso en reconocer las virtudes de los demás, nunca como adulación sino como un proceso en el que nos damos la oportunidad de conocerlos profundamente para poder valorar su identidad. Todos tenemos múltiples razones para ser elogiados y ninguna para ser juzgados, esto porque nuestras virtudes son tan inherentes a nuestra condición humana como nuestros defectos. Cuando aprendemos a juzgar menos y a reconocer más nos engrandecemos y forjamos relaciones duraderas fundamentadas en el amor.
9. Por no saber esperar.
Toda la naturaleza corre sobre la autopista del tiempo. Cuando nace un árbol no nace grande de una vez. Todo en este proceso llega a su tiempo y no inicia un proceso hasta que el otro se haya completado satisfactoriamente. El árbol debe crecer, hacerse fuerte, madurar y florecer antes de dar los primeros frutos y todo esto pasa en un tiempo predefinido y no antes. Saber esperar es una virtud poco común, pero todos podemos aprenderla si prestamos atención a los pequeños cambios, si nos damos cuenta de que algo está pasando aunque en proporciones muy pequeñas, a veces imperceptibles. Aunque no notemos que el universo cambia a cada instante, no podemos afirmar que es estático e inamovible.
10. Por no querer lograrlos.
Realmente la razón más poderosa para no alcanzar nuestros sueños es no querer lograrlos. Esto porque cuando deseamos algo con todas nuestras fuerzas y con todo nuestro corazón casi nada puede detenernos, ningún sacrificio es tan grande, ningún camino tan largo. Por lo tanto, la pregunta primordial es: "Si en verdad deseo lograr esto, ¿estoy dispuesto a transformarme en una nueva persona por este fin?" Para ver cambios en nuestro entorno debemos cambiar nosotros primero porque todo lo que queremos ya está allí en una forma intangible, al transformarnos en nuestro deseo, lo hacemos visible a nuestros ojos y verdaderamente posible.

Juan Dionicio Tavárez Soriano - juandtavarezsarrobagmail.com
Egresado del ISEAD. Seguridad Desarrollo y Tecnología (SEDETEC, EIRL).
http://sedetec.blogspot.com.

FUNDÉU RECOMIENDA...


Recomendación del día:

ecologizar, neologismo bien formado


Ecologizar es un verbo bien formado y adecuado para referirse a la acción de ‘hacer o convertir algo en ecológico’.

Ecologizar es una formación regular a partir del adjetivo ecológico y el sufijo –izar, que, según el Diccionario académico, ‘forma verbos que denotan una acción cuyo resultado implica el significado del adjetivo básico’, como en homogeneizar o en impermeabilizar.

Así, en los medios de comunicación se observan a veces informaciones como «Siete maneras de ecologizar tu vida» o «Hay que ecologizar el modelo de desarrollo», donde se emplea con propiedad ecologizar, que puede convivir en el uso con otras formas, como hacer ecológico, de las que es sinónima, pero frente a las que presenta la ventaja de ser más breve.

TALLERES LITERARIOS






Dígame usted, si es tan amable, ¿para qué sirven los talleres literarios?
Por Maximiliano Tomas | Para LA NACION



Es una fija: cada tanto, por lo general a principios de año (ahora: es decir, ahora), cuando se acaban los artículos sobre los libros para leer durante el verano, aparece alguien a quien se le ocurre hacer una nota sobre talleres literarios (al menos parece existir una justificación: en Buenos Aires todo el mundo escribe, o dice que escribe). Se mandan mails, se hacen entrevistas y llamados por teléfono. Y cuando el artículo va tomando forma siempre, siempre, aparece la pregunta inevitable. Que es la de la utilidad ¿Sirven los talleres literarios? ¿Se puede enseñar a escribir? Es extraño lo que sucede con la escritura, como si se partiera de una desconfianza original. Porque a nadie se le ocurriría preguntar si las clases de guitarra, de danza, de escultura o de teatro sirven para algo. Tal vez se deba a que todos saben, o creen saber, mal que bien, escribir correctamente, o al menos muchos más de los que tienen una relativa facilidad para actuar, o bailar, o tocar la guitarra.
Hay quienes piensan que los talleres son una amenaza (una fábrica de escrituras homogéneas) para la salud de la literatura. Hay quienes opinan que son una banalidad. O un espacio de gestión y administración de narcisismo. Hay quienes los ven como un lugar ideal para sociabilizar, y hasta para buscar pareja. Y hay quienes los consideran una suerte de taller mecánico (un lugar donde ajustar y desajustar frases, donde cambiarle el aceite a un texto). Para mí, un taller literario es algo parecido a una terapia psicoanalítica: uno asiste regularmente, paga el importe de la sesión, y algunas veces encuentra (si logra dar con el terapeuta indicado y establecer ese enamoramiento un poco inestable que se llama transferencia) lo que fue a buscar, no sin antes atravesar un camino de sufrimiento, goce, reflexión y palabras. Una terapia grupal en la que además, si se tiene suerte, se puede conocer a otras personas interesantes, que tienen más o menos los mismos gustos, problemas, conflictos e intereses que uno.
¿Sirven los talleres literarios? ¿Se puede enseñar a escribir?
Según creo no existe, por temerario que sea, ningún coordinador o docente que vaya a asegurar que puede transformar a un integrante de su taller en escritor. Sencillamente porque no se puede (no se puede enseñar, en verdad, lo que convierte a alguien que escribe en un escritor singular: inteligencia, originalidad, sabiduría, cultura, sensibilidad, sentido del humor, imaginación, experiencia vital, una mirada o una idea propia del mundo). Y todos los talleres podrían resumirse en un breve consejo: la mejor manera de aprender a escribir es leyendo, mucho y bien. O como dice Abelardo Castillo, que al mismo tiempo que desconfía de los talleres dicta el que debe ser el más antiguo de los que existen en Buenos Aires: "Se aprende a escribir con los libros de la propia biblioteca. Los escritores aprenden con sus propios errores, y con los escritores que admiran y detestan".
Sin embargo es mentira que no existan buenos autores, incluso muy buenos, que hayan ido a talleres literarios. Lo que sucede es que cada uno de ellos ya era un verdadero escritor cuando comenzó a ir a esos talleres, aunque no lo supiera. Mario Levrero, en la entrada del viernes 8 de septiembre de 2000 de La novela luminosa, anota al hacer referencia a uno de los varios grupos que coordinaba en Montevideo: "Vinieron unos cuantos. Leyeron excelentes trabajos. Todos escriben mejor que yo. Me satisface. Aunque es una pena que no vayan a dedicarse a la literatura: parece que se conforman con escribir para el taller. Y bueno. Ahí yo no puedo hacer nada".
Hay quienes piensan que los talleres son una amenaza (una fábrica de escrituras homogéneas) para la salud de la literatura
Y también hubo, hay y habrá escritores en serio que los dictan, tanto en el extranjero (las universidades estadounidenses están repletas de cursos de escritura creativa dictados por narradores de reconocido talento) como en la Argentina: Luis Chitarroni, María Moreno, Daniel Guebel, Sergio Bizzio, Selva Almada, José María Brindisi, Hernán Ronsino, Fernanda García Lao, Pedro Mairal son apenas algunos de ellos. Así que si es por responder a la cuestión de la utilidad (es decir, si es que la utilidad puede tener algo que ver con la literatura), bueno, ahí reside una de ellas: los talleres sirven también para que los escritores tengan una manera digna de ganarse la vida. Viendo cómo están las cosas, no es poco..

EL ESCRITOR EN VACACIONES






Tiempo de descanso y desconexión, este derecho laboral en las sociedades modernas puede ser contradictorio para aquellos que, para poder seguir escribiendo, deben trabajar de otra cosa, dice la autora en esta nota.
POR CLAUDIA PIÑEIRO


VACACIONES. El concepto apareció recién hacia fines del siglo XIX, como un derecho del trabajador.
El concepto “vacaciones” no existió siempre. Apareció recién hacia fines del siglo XIX, como un derecho del trabajador en las sociedades modernas a cambio de exigirle un trabajo más intensivo que en épocas anteriores. Y no responde necesariamente a una actitud altruista, no reclama justicia en el intercambio de capital y trabajo. Se le da vacaciones pagas, antes que nada, para que a lo largo del año rinda más. Estos conceptos aplicados al escritor hacen agua por muchos costados. Primero habría que definir si escribir la propia obra entra en esta acepción de la palabra trabajo. Nadie nos paga si suspendemos la escritura de una novela para tomarnos unos días. Incluso es probable que no queramos suspenderla, o hasta que planifiquemos las vacaciones con esa contradictoria prioridad: “trabajar” con más intensidad y más calma sobre el texto en cuestión. Pero el escritor, visto como trabajador, es hoy alguien partido al medio que no sólo escribe su obra, y esto cambia el asunto.
Mucho se ha escrito sobre el tema antes y después de “El escritor en vacaciones”, artículo de Roland Barthes incluido en Mitologías que escribió a partir de fotos de Le Figaró. Vale la pena leer ese texto, pero más allá de la certeza de sus afirmaciones, uno acá, muy lejos de Europa y varias décadas después, se pregunta si alguno de nosotros, escritores que además de escribir textos propios tenemos que trabajar de alguna otra cosa para subsistir, entramos dentro del mito planteado por Barthes. Una mirada burguesa sobre el oficio de escribir, y una mirada romántica sobre el lugar que la sociedad les da a los escritores. O les daba. “El (el escritor) acepta sin duda que está provisto de una existencia humana, de una vieja casa de campo, de una familia, de un short, de una hijita, etc., pero contrariamente a los otros trabajadores que cambian de esencia y en la playa no son más que veraneantes, el escritor conserva en todas partes su naturaleza de escritor; al tener vacaciones, muestra el signo de su humanidad; pero el dios permanece, se es escritor como Luis XIV era rey, incluso en el inodoro”. Si ya en el texto de Barthes está afirmación escondía cierta ironía, hoy y acá nos queda claro que ni casa de campo ni dios, inodoro sí.
El texto arranca con un párrafo donde, después de haber visto la foto que lo representa, Barthes dice: “Gide leía a Bossuet mientras bajaba por el Congo. Esa postura resume bastante bien el ideal de nuestros escritores ‘en vacaciones’ (...): juntar al placer banal el prestigio de una vocación que nada puede detener ni degradar”. El placer banal, las vacaciones; la vocación, la literatura. El párrafo me remitió a una foto de 1946 de Bioy Casares y Silvina Ocampo que encontré en el blog de la Audiovideoteca de Buenos Aires. Los dos en la playa, en Mar del Plata, ella con una capelina en la mano y los clásicos anteojos de las Ocampo, él con el sombrero puesto, los dos sentados sobre la arena, delante de una carpa. A la foto la acompaña un texto extraído de una entrevista que Tomás Barna le hizo a Bioy en 1997. “Con Silvina, nuestra costumbre era quedarnos en Mar del Plata después de la estación de verano. (...) Hacía mucho frío. Había muchos días de tormenta, entonces nos quedábamos en la casa mucho tiempo, y se nos ocurrió que podíamos escribir esta historia (Los que aman, odian) que no sé (si ella o yo) quién la invento”. Bioy y Silvina no sólo podían pasar su verano en Mar del Plata sino que se podían quedar a escribir una novela. Una realidad bastante distinta a la mía y a la de muchos de mis colegas.
Hay un uso más adecuado de la palabra “vacaciones”, cuando se aplica a esa mitad de nosotros que se ocupa de actividades rutinarias con las que juntamos el dinero necesario para vivir y poder seguir escribiendo. Federico Jeanmaire es bibliotecario en el Congreso, Félix Bruzzone limpia piletas, Jorge Consiglio trabajaba hasta hace poco como visitador médico. Y todos, mientras tanto, escribieron lo que escribieron. Sin mencionar los que trabajamos de docentes, reseñistas, escritores fantasmas, jurados de concursos, editores, conferencistas. En estos casos pensar bajar por el Congo leyendo a Bossuet o quedarse en Mar del Plata hasta que salga una novela, resulta casi impertinente.
Cuando Barthes dice, “falso trabajador, también es un falso vacacionista”, no se refiere a la mitad del escritor que cumple un horario, que tiene un jefe, que recibe un sueldo a cambio de su trabajo, que se le da vacaciones para que después rinda más. El escritor de aquí y ahora sale de vacaciones con sus dos mitades: el trabajador y el escritor. Más la mujer o el marido, los chicos, el perro y probablemente la computadora. Y se hace lo que se puede.
Algunos ejemplos. María Rosa Lojo: “Los meses más tranquilos de enero y febrero (cuando no hay clases ni vida académica) resultan los mejores para desarrollar o terminar proyectos literarios. La verdad es que he trabajado sin solución de continuidad la mayor parte de mi vida”. Gabi Cabezón Cámara: “Este año me tomo febrero y me voy a una playita mínima, con la idea de escribir y hacer vida sana. Veremos qué sale”. Sandra Lorenzano: “Durante el año le robo horas al sueño para escribir, así que se me hace agua la boca al pensar en las semanas en que puedo escaparme del trabajo cotidiano y sumergirme en la escritura”. Eduardo Sacheri: “Alguna vez me he llevado un cuaderno como para tranquilizar mi conciencia, bajo el principio de ‘mirá si se me ocurre algo buenísimo y yo con estas mechas’. Pero jamás he escrito una línea estando de vacaciones. Una especie de respeto por los tiempos de la familia”. Sergio Olguín: “Me desconecto de aquello que considero trabajo (no escribo artículos, no respondo mails laborales) pero hago la principal tarea de un escritor: leo por placer. Y pienso escribir algo si me queda tiempo (“el ocio no me deja tiempo para nada”, dice una canción del Cuarteto de nos)”. Antonio Santa Ana: “Hace unos años me traje una novela a la costa y por poco me echan de casa. Desde entonces aprovecho para hacer el trabajo previo o paralelo, el de las lecturas que ayudan a bocetar personajes a tomar apuntes”.
Distintas opciones. ¿Coincidencias de género? Puede ser, pero eso daría lugar a otra columna que tendré que dejar para mejor momento, porque con el siguiente punto final esta mitad de mí empieza sus vacaciones.

LEONARDO PADURA





“No se puede pedir a otro que piense distinto”
En su casa de La Habana, el escritor cubano recientemente galardonado con la Orden de las Artes y las Letras de Francia habló de sus rutinas de escritor, del “gran fracaso de la utopía” que representó el siglo XX y de la condición del disidente.
POR JOHN HAROLD GIRALDO HERRERA

La obra de Leonardo Padura es tan diversa como compacta. La novela, así como el cuento, el ensayo, los guiones para cine y teatro, como también el trabajo periodístico, son parte de su legado. Recientemente, el escritor de 57 años ha obtenido varias distinciones: ya comenzado 2013, el gobierno francés le otorgó la Orden de las Artes y las Letras que recibirá en febrero; y en 2012 ganó el Premio Nacional de Literatura de Cuba, el más importante de su país. Respecto al régimen cubano, su sentido más bien es el de un creador que habla y dice lo que ve y vive. Su pluma es entretenida y profunda, se comprueba en El hombre que amaba a los perros (Tusquets), la novela histórico-policial sobre el asesino de León Trotsky publicada en 2009.
Mario Conde, el detective protagonista de sus novelas policiales, es uno de sus personajes más memorables; con él acercó la realidad cubana a lectores de todo el mundo, ya que su obra fue traducida a más de 10 idiomas, y también realzó los valores del género en el siglo XXI. En esta entrevista, en su casa de Mantilla, el barrio humilde donde vive y los vecinos lo quieren por su carisma y sencillez, habló con Ñ Digital sobre su vida como escritor profesional, la manera particular en que vive como ciudadano en Cuba, y la utopía en Latinoamérica.

-¿Por qué hacer hoy literatura policial?
-Mira, hay que contextualizar siempre las cosas para que tengan su plena explicación, hacer literatura en mi caso significa hacer literatura en Cuba y sobre Cuba. Es un elemento que tal vez complique un poquito más las cosas, pero de alguna manera también las ayuda, en el sentido que en Cuba la literatura tiene una función, que en muchos otros lugares ha ido desapareciendo. Porque por supuesto, no cuenta con una función, social, comunicativa, informativa, de memoria, de lo que no aparece en los medios oficiales, no existe una prensa, una televisión, un medio, que pertenecen al Estado; por tanto una visión desde el Estado, desde el gobierno, de la realidad y de la vida actual.
A partir de los años 90 la literatura narrativa, fundamentalmente, comienza a suplir una función de información, de análisis, de toda una serie de factores de la realidad que no aparecía en esa prensa; eso le da un carácter ancilar a la literatura mucho mayor, y yo como escritor cuando me siento a escribir, nunca dejo de hacerme una pregunta: ¿para qué sirve lo que estoy escribiendo?, ¿a dónde quiero llegar con lo que estoy escribiendo? Y no hago una pregunta de carácter estético sino más bien social y, esa respuesta social que está en la literatura es la que yo trato de que tenga además un valor estético, que tenga una calidad en cuanto al lenguaje, a la estructura, una complejidad en la construcción de los personajes, en la manera de entender y de expresar una realidad determinada. Por lo tanto, para mí, la literatura es una manera de reflexionar sobre una realidad.
Dentro de esa narrativa está la novela negra. Al principio de los años 90, yo decidí escribir una novela policíaca, quería que fuera muy cubana, que no se pareciera a las novelas policíacas cubanas y que no pudiera ser de ningún otro lado. Con esa relación se construyó la novela, eso determinó su carácter. Porque la novela policíaca que se había escrito en Cuba hasta ese momento –incluso en los casos de mayor calidad–, tenía una visión muy sesgada de la realidad, una visión desde una perspectiva digamos que oficial de la realidad.
-Ha trabajado de profesor, se desenvuelve en el mundo cultural, escribe guiones, ensayos sobre escritores cubanos, ¿qué más hace Leonardo Padura?
-Mira, desde que terminé la universidad y comencé una vida laboral profesional, fundamentalmente he sido dos cosas: un periodista cultural y un escritor, y he alternado entre una y otra. Desde mi actividad como escritor, he sido guionista o ensayista y narrador y, desde mi actividad como periodista me he acercado a otras diversas facetas, no solo al periodismo cultural. Primero trabajé tres años en la revista El Caimán Barbudo; después, en un periódico vespertino durante seis o siete años, hasta el 89-90, Juventud Rebelde. Después pasé a La Gaceta de Cuba como jefe de redacción y estuve cinco años, hasta que comencé a dedicarme profesionalmente a la literatura, en 1995, pero a partir de ahí establecí una relación con la agencia de prensa IPS y colaboro con ellos para una pequeña revista que se llama Cultura y Sociedad, y todos los meses escribo uno o dos artículos sobre temas que me interesan, los escribo para la revista o para el servicio mundialista que tienen ellos y eso me mantiene en una relación muy dinámica con la realidad, porque me obliga constantemente a estar tratando de acercarme a interpretar la realidad cubana desde el punto de vista social y cultural.
-Hacer periodismo cultural en Cuba lo lleva a caminar las calles, hablar con otros escritores. Además del contexto general, ¿cuáles son las marcas que lo influencian?
-En la época en la que ejercía el periodismo de manera profesional tenía esa relación con la realidad más dinámica, mucho más activa, porque dependía de esa relación las semillas de las cuales iban a crecer determinadas preocupaciones, con las cuales yo iba a trabajar en esos años. Fue una época en la que, por ejemplo, estuve muy relacionado con el mundo de los músicos populares y eso me llevó a que fuera encontrando por distintas coyunturas a muchos músicos del movimiento de la salsa, y de ahí salió un libro de entrevistas que se llama Los Rostros de la Salsa.
Siempre he tenido una relación con los escritores, pero también hemos mantenido una relación con la realidad, muy dinámica. En una época escribí de asuntos de historia de Cuba, de la historia no oficial, de la historia pérdida de Cuba. Y todo eso va creando como unos sedimentos, como una configuración… la literatura, la música, la historia, la sociedad cubana.
A partir del año 95, esa vinculación ha sido un poco más distante, realmente. Porque me he dedicado fundamentalmente a escribir. Vivo en un barrio de La Habana en donde me es fácil tener una comunicación con lo que la gente piensa, siente, respira, anhela. Es muy fácil, porque enseguida que salgo a la calle lo puedo percibir pero, a la vez, ha significado un cierto alejamiento de los medios culturales, porque sobre todo, lo que me interesa a mí es escribir. Siempre digo que en Cuba hay más personas que dicen que escriben que personas que escriben y yo quiero ser de los que escriben aunque no lo digan. Trabajo todos los días, en esta casa en la que me he creado toda una serie de condiciones para poder trabajar y trato de aprovechar mucho el tiempo, lo que significa que voluntariamente me he ido alejando de otras actividades en las cuales uno a veces se pierde un poco, porque hay que concentrarse, sobre todo en un momento determinado de la carrera, para trabajar.
En estos últimos cinco años, esa vocación profesional, esa necesidad profesional, ha sido mucho más fuerte porque he trabajado en una novela de carácter histórico, durante cinco años, que salió en septiembre del 2009. Me obligó a leer toda una literatura ensayística y narrativa, histórica y filosófica que no tiene que ver con la vida cotidiana cubana, más que por una vía esencial, en cuanto a lo que toca por la parte política, porque esta es una novela que tiene como personajes centrales a León Trotski y a su asesino Ramón Mercader y, por lo tanto, tiene que ver con todos esos órganos del estalinismo, de la utopía comunista y que trato de verla un poco a través de la historia del exilio, del asesinato de Trotski, y a través de la preparación de Ramón Mercader como su posible asesino. Todo esto está vinculado con una historia cubana y la trae a la mirada cubana y a este famoso personaje. No es otra para mí, no es posible ver los personajes desde otra mirada que la cubana, pues partimos desde la perspectiva cubana.
Por lo tanto, en su significado, he tenido que trabajar muchísimo en ese universo: la guerra civil española, la revolución rusa, los procesos de Moscú, en fin, y eso me ha alejado aún más de determinado conocimiento, en concreto, de la literatura cubana. Por ejemplo, he leído muy poco en los últimos años, lamentablemente y, siempre voy leyendo algo y tratando de ponerme al día; lo que pasa es que uno tiene la ventaja de que cuando te paras un poco desde lo alto de la montaña, van quedando las rocas más sólidas y entonces ya es más fácil escoger qué libro leer y no quedarte desinformado, pero leyendo solamente lo esencial.
-Ha ido un poco atrás en la historia de Cuba, en “La novela de mi vida” viajó unas décadas al pasado igual con la novela sobre Trotsky, pero también se encuentra el siglo XX. ¿Cómo dialogan pasado y presente?
-La novela de mi vida es una novela que tiene un momento muy importante, se desarrolla a principios del siglo XIX, alrededor de la vida de José María Heredia, poeta romántico cubano; y en ésta que he escrito ahora, la historia cubana se desarrolla entre los años 70 y el presente. Pero hay toda una reflexión que, de alguna manera, a través del exilio de Trotski y de la preparación de Ramón Mercader, tiene que ver con toda la historia del siglo XX, desde la revolución Rusa hasta la desaparición de la Unión Soviética; creo que en ese periodo ocurren los acontecimientos más importantes del siglo. En ese período se define lo que fue el siglo: se puede decir que fue el gran fracaso de la utopía, porque si bien quedan experiencias que el hombre puede utilizar en el futuro, en la práctica lo que ocurrió fue que la utopía se pervirtió, la utopía se perdió, desapareció y eso es un poco el espíritu que trata de narrar esta novela. Por eso tengo que ir atrás necesariamente, tengo que ver todo ese proceso cómo ocurrió.
Ahora, hablo del siglo XX, sin que sea una historia del siglo XX, por supuesto, esto es una novela, y lo mantengo como novela, por lo tanto, voy a determinados aspectos que me resultan simbólicos, representativos del siglo XX, de esa historia, de ese fracaso que fue el siglo XX.
-Después del fracaso de la utopía, ¿qué cree que sigue para Latinoamérica?
-La realidad latinoamericana está viviendo un momento especialmente definitivo, en su crecimiento, en su formación y en su definición final. Y creo que ese momento definitivo, sobre todo nos obligaría, realmente a todos, a los líderes, a las personas, a los intelectuales, a cada uno de los miembros de la sociedad a hacer algo, que creo es lo más importante, porque es algo que nunca hemos tenido, que es hacer, un verdadero y real ejercicio de la democracia.
Como creo que nadie tiene la razón, como creo que ningún partido, que ningún hombre, que ningún líder tiene la razón, como tampoco creo que ninguna persona de uno u otro bando político, la tenga. Sino que creo, que la razón, es una suma de miradas sobre una realidad, de sentimientos de la realidad, de posibilidades por concretar en una sociedad determinada. Por lo tanto, creo que todos deben tener ese espacio, por lo tanto, creo que América Latina, en estos momentos, si hace una práctica real y profunda del ejercicio democrático, en todos los sentidos, no solamente en el sentido político, en todos los sentidos, creo que salvaría este momento con una perspectiva de un futuro mucho más factible, mucho más posible, para las necesidades de un continente como este, que ha tenido, entre otras desgracias, justamente la de la falta de democracia durante sus 200 años de vida independiente.
Por lo tanto, creo que ese aspecto es un poco posible, ese futuro mejor, pero tenemos que buscarlo entre todos y con todos. Yo creo que está clarísimo en el pensamiento de Martí cómo debe ser esa República, porque Martí decía “todo para el bien de todos”. No se puede pedir a otro que piense de una manera distinta, creo que esta época está llena de fundamentalismos que hay que superar, así como las disidencias, en el sentido de que nadie es disidente porque piensa diferente, sino que tiene su pensamiento. Por lo tanto, creo que esa es una gran posibilidad que se le da hoy a América Latina y debe aprovecharla.

-Nos sentimos muy inseguros porque quizás esta es una época en la que todo está cambiando, no en el sentido estructural sino que antes teníamos referentes fuertes y ahora los jóvenes se sienten más inestables que en cualquier otra época.
-No, sin duda. Y no creo que la falta de referentes sea un problema tan grave, tal vez incluso sea una facultad: no tener que pensar que la sociedad del futuro va a ser de determinada manera. Va a ser cómo va a ser y, sobretodo, como te digo más limpio, como te decía democráticamente limpia, para que esa sociedad, a la que se arribe de la manera como sea que se arribe, sea una sociedad mejor.

-Se piensa que Leonardo Padura en un país como Cuba puede llegar a tener problemas. Sin embargo, vives en un barrio humilde, con la gente del común, haces tus conferencias y te invitan a muchos eventos, también es un poco la muestra de esa necesidad de no llamar al otro –como ha dicho– un disidente.
-Yo hago mi literatura, mi trabajo, mi periodismo, desde mi perspectiva y desde mi punto de vista, que no es el oficial, incluso a veces bastante distante del punto de vista oficial, y afortunadamente mis libros se han publicado en Cuba, muchos de ellos han ganado premios, han tenido reconocimientos.
Mi periodismo cuesta más trabajo publicarlo en Cuba, porque no hay espacios propicios para hacerlo, pero sigo haciéndolo y realmente no he tenido mayores problemas. Uno siempre tiene cierta sensación de que a veces ha ido demasiado lejos y que esto puede ser peligroso, que se ha adentrado demasiado en un camino un poco oscuro, que puede la vida darnos sorpresas… Pero, bueno, afortunadamente hasta ahora no he tenido problemas y la sociedad cubana ya de alguna una forma con eso demuestra la posibilidad de que haya una diversidad. Y creo que es muy importante que exista esa diversidad de pensamiento, porque no todos tienen que pensar igual sobre las mismas cosas, porque cada vez el mundo es más diverso, es menos homogéneo.
Como tú lo dices, hace falta unos determinados referentes, pero tal vez eso le haya dado una cierta coherencia al universo, hasta hace 20 años el mundo se veía muy fácil, entre un polo y el otro y existían tres mundos: primer mundo, segundo mundo, tercer mundo. Todo estaba muy definido, y hoy el tercer mundo está dentro el primero, el primer mundo está dentro del tercero, el segundo desapareció. Y esa falta de referentes hace que haya una diversidad mucho mayor y creo que en cualquier sociedad, incluida la cubana, debe respetar esa diversidad.

Pioneras de la aventura literaria















La Biblioteca Nacional evoca a las escritoras que rompieron barreras en su época
TEREIXA CONSTENLA Madrid

• Teresa de Ávila también tenía fe en la franqueza. En el arranque del libroCamino de perfección, que escribió para sus monjas, las carmelitas a las que había descalzado y embridado por la senda de la austeridad (a Angela Merkel le gustaría: una mujer del sur con espíritu del norte), confiesa su profundo cansancio: “Pocas cosas que me ha mandado la obediencia se me han hecho tan dificultosas como escribir ahora cosas de oración”.
La religiosa tenía la cabeza colonizada por un ruido tormentoso desde hacía tres meses y sentía “flaqueza”. Aquella confesión dirigida a sus monjas puede leerla cualquiera que acuda a la exposición El despertar de la escritura femenina en lengua castellana, que la Biblioteca Nacional (BNE) dedica a las aventureras de la pluma en siglos poco propicios para las incursiones literarias si no nacías hombre y que estará abierta hasta el 21 de abril.
Las cosas han cambiado. Aunque no demasiado rápido. La propia institución que acoge a las autoras fue un prolongado coto vedado a las mujeres. “La Biblioteca tiene una tradición muy machista. Felipe V solo dejaba entrar a varones y hasta 1837 no se abrió a las visitas femeninas y limitada a los sábados”, contó ayer a modo de contricción histórica la directora de la BNE, Glòria Pérez-Salmerón. Para remachar la exclusión femenina aportó un último dato: hasta 1990 (casi tres siglos después de su fundación) no hubo una directora, Alicia Girón, y no por falta de candidatas (hay tantas bibliotecarias que le dicen “la cuerpa” de archivos y bibliotecas).
Algún remordimiento se disipará con la muestra. Unos 40 libros, pertenecientes a la propia institución y seleccionados por la comisaria, la poetisa Clara Janés, demuestran que las adversidades no son infranqueables. Ir a la contra siempre fue posible. Cristobalina Fernández de Alarcón despertaba a menudo las iras de Quevedo y Góngora, cuyas soberbias estaban a la altura de sus talentos, porque se imponía en todos los certámenes poéticos a los que concurría. A Lope le encantaba. A Lope le gustaban las mujeres. En sentido concreto, y en sentido general. En un discurso en Madrid mostró su alegría “de ver que una mujer pudiese tanto / que haya dado en la iglesia militante / descalza una carrera de gigante”, en referencia a Teresa de Jesús. En sus obras, recuerda Janés, homenajea a numerosas autoras coetáneas.
Su propia hija tiene un protagonismo destacado en la exposición: Sor Marcela de San Félix tomó los hábitos en el convento de las trinitarias, a un paso de la casa familiar. “Se cuenta que Lope iba a visitarla cada día”, explica la comisaria. La monja fue de las pocas autoras que eligió el teatro como vehículo de expresión (tenía a su favor la genética y el ambiente) y representaba sus obras (de tema religioso) intramuros.
La poesía fue el género predilecto de la mayoría, pero tocaron a casi todas las puertas. El ensayo, la novela y la ciencia. De María de Zayas y Sotomayor se sabe poco aunque escribió mucho. Sus Novelas amorosas y ejemplares, que fueron editadas y traducidas en 14 ocasiones entre los siglos XVII y XVIII, se conocen como “el Decameron español”. En una ocasión afirmó: “Las almas ni son hombres ni mujeres”. Se insinuó que era varón, pero Clara Janés rechaza esa hipótesis: “Se escondía muy bien, probablemente porque era una mujer noble y se sentía en peligro si se conocía su identidad”.
Fue una feminista cuando aún no había feminismo sino osadas que iban contra la norma. La más insigne fue Sor Juana Inés de la Cruz, mexicana que nació en el XVII y pensaba como en el XX. Seguramente superdotada: aprendió a leer y escribir con tres años siguiendo a escondidas las lecciones de su hermana mayor y se zampó todos los libros de la biblioteca de su abuelo.
Fantaseó con ir a la universidad disfrazada de hombre hasta que su familia puso tierra entre ella y su sueño y la introdujo en la corte de la virreina, la marquesa de Mancera. Tenía talento, inteligencia, belleza y alergia al matrimonio. Le recomendaron el único camino alternativo: entrar en un convento. Las Jerónimas le dieron libertad: conservó sus instrumentos científicos, sus libros, sus ropas y sus criadas. Reivindicó para las mujeres el derecho a la educación. Avivó tanto el debate intelectual que tras la escritura de la Carta Atenagórica fue perseguida y castigada por los responsables eclesiásticos, que la sometieron a juicio y le obligaron a renunciar a todo lo que había sido (“soy la peor de todas”, diría). La Inquisición hizo de las suyas con todas ellas, empezando por Teresa de Jesús y siguiendo por sus discípulas, Ana de Jesús y Ana de San Bartolomé, que se refugiaron en Bélgica.
Incluso para alguien como Clara Janés, que lleva años explorando en la historia de las escritoras, la BNE escondía sorpresas como la sevillana Sor María de la Antigua, que dejó más de 1.300 cuadernos escritos. Es la única religiosa que aparece dibujada junto a la disciplina —el instrumento de cáñamo usado para azotarse— en la colección de ilustraciones que se incluye en la exposición.
Entre las seglares, Janés destaca la historia de Olivia Sabuco, la descubridora del líquido raquídeo a la que su propio padre trató de robar el logro (finalmente lo lograron unos británicos).
¿Solo escribían las religiosas?, le preguntaron a Clara Janés durante la presentación. No, dijo, pero los conventos fueron los únicos refugios que encontraron aquellas mentes inquietas nacidas en un ambiente opresor y los lugares que a la postre preservarían el material de sus escritoras.

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