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segunda-feira, 18 de novembro de 2013

LA LENGUA VIVA







Ideas sobre la novela
Amando de Miguel en Libertad Digital - España


Hay precedentes en el mundo clásico y en el medieval. Pero la novela como género literario se desarrolla con la imprenta. Hasta entonces la difusión de las obras literarias era muy escasa y el elenco de escritores todavía más. Con todo, la novela de la primera etapa de la imprenta (hasta los periódicos del siglo XIX) se escribe para ser leída en voz alta en el círculo familiar o escolar. El Quijote (la primera gran novela moderna) se difundió sobre todo de esa forma. A partir del siglo XIX los países occidentales alcanzan un grado suficiente de alfabetización. Además, los libros se abaratan y sobre todo muchas novelas se difunden a través de los folletones de los periódicos. Estamos ante la época de oro de la narrativa de figuración (mejor que ficción). Otra razón de ese auge es que el género novelístico permite la crítica social mediante el recurso de personajes imaginarios, un poco como ya se había hecho en el teatro.

En las obras dramáticas la verosimilitud se consigue porque el espectador ve y oye las situaciones y los personajes como si fuera todo la realidad. En la novela hay que figurarse esa realidad a través del texto. Surge un problema: ¿cómo es que el autor sabe tanto y con todo detalle de lo que hacen, dicen y piensan los personajes? Es lo que se ha llamado "autor omnisciente". Para resolver el misterio se han inventado diversos dispositivos estilísticos. El mejor es que el personaje central aparezca como el autor de los textos. Cito algunos ejemplos egregios: Cinco horas con Mario (Miguel Delibes), Juanita Tenorio (Jacinto Octavio Picón), Historia de una maestra (Josefina Aldecoa). Otro recurso es la historia de un texto auténtico de la novela, que encuentra casualmente el autor. El ejemplo clásico es el Quijote, escrito por un misterioso mago (Cide Hamete Benengeli), al que Cervantes compra el manuscrito. Un tercer procedimiento es apoyar el texto con cartas que emplean los personajes, por tanto, en primera persona. Una ilustración puede ser Pepita Jiménez (Juan Valera), por lo menos en su primera parte. Naturalmente, una misma novela puede mezclar esos procedimientos para hacer más verosímil el texto.

El inconveniente del estilo en primera persona (que es el que a mí más me convence) es que el lector piense que las ideas del personaje son realmente las del autor. No me parece un grave defecto. En muchas novelas de Pío Baroja aparece él mismo disfrazado de algún personaje, por ejemplo en Laura o en El árbol de la ciencia. Sus ideas son tan reconocibles que el lector no se lleva a engaño. En las novelas o nivolas de otro vasco, Unamuno, se percibe todavía más claramente esa identificación del autor con lo que dice algún personaje. No importa; el lector inteligente acepta, y aun agradece, esa identidad.

Insisto en que a mí me satisface más la novela escrita en primera persona. El autor omnisciente me produce cierto rechazo si no lo sabe hacer bien, por ejemplo, si deja de ser cronista para tratar de ser psicólogo. Lo anterior me sirve para justificar mi propio sesgo como autor de algunas novelas. Encima, para disfrazar esa posible identificación del personaje con el autor, me refiero a una protagonista femenina. En lo cual continúo una tradición de la gran novela contemporánea por la que los caracteres femeninos son los más interesantes. Ya he citado Cinco horas con Mario (el pobre Mario está de cuerpo presente). Recordemos a Fortunata y Jacinta, Doña Perfecta, Anna Karenina, Lolita, La esfinge maragata, La Regenta, Pepita Jiménez y tantas otras. Los escritores y los lectores saben que los personajes femeninos dan más juego, son más complejos. ¿Por qué? No lo sé.

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