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sexta-feira, 20 de setembro de 2013

SOLIDARIDAD




EDITORIAL DE EL PAIS - URUGUAY

La verdadera escala de valores
La palabra solidaridad ha sido largamente maltratada por motivos políticos y con falsas intenciones, convirtiéndose en una muletilla y no en un vocablo de admirable significado.


Solidarizarse con los demás no implica concederles una cuota fija de ayuda, sino en compadecerse de la suerte del prójimo, conmoverse de ello y otorgar todo el apoyo que la necesidad ajena requiere.

La vieja y famosa oración de San Francisco, pidiendo cambiar lo malo por lo bueno y entregar auxilio donde hay desamparo, debería volver a redactarse para prestar atención y llegar a atender el desvalimiento de mucha gente a la que miramos de lejos pero seguimos de largo. No es el caso de todos, ya que existe mucha gente sensible a los requerimientos del prójimo y otra gente que suele prestar apoyo a quienes lo necesitan, pero en un mundo como el de hoy, tan pendiente de trivialidades y de razones materiales, hace falta insistir con el recuerdo de ciertos valores capaces de ennoblecer la vida propia y la ajena.

En la televisión oficial española hay un programa que plantea los graves problemas de muchos individuos enfrentados a las adversidades personales, las aflicciones de salud, las carencias para criar a los hijos o los tropiezos laborales. A través de ese programa, que es de emisión diaria a lo largo de un par de horas, se solicita y se obtiene el apoyo de particulares para respaldar a personas con situaciones de emergencia a menudo desesperantes. Debe señalarse que la respuesta de la gente suele ser conmovedora, porque no consiste en grandes donativos a cargo de seres adinerados, sino en aportes monetarios modestos ofrecidos por individuos de condición común, pero provistos del margen de sensibilidad indispensable para reaccionar ante precariedades de los demás.

Entonces un espectador uruguayo puede reflexionar sobre la urgencia que reclama la situación angustiosa de un sector de la población de este país, que sobrevive durmiendo en la calle, dando a luz hijos que precozmente son abandonados o perdidos de vista, que es un cuadro donde abunda la desintegración familiar, el alejamiento de la figura paterna, el ausentismo escolar de la descendencia, la imposibilidad de acceder a una alimentación aceptable, la falta de vivienda decorosa, la inmersión en un medio social en el que domina la violencia, junto con la sensación de estar expulsado del marco social donde se vive con dignidad. Para ese sector que puebla los márgenes de esta comunidad, y que comparativamente es cada día más numeroso, se instrumentan planes de asistencia que no siempre tienen el destino debido ni la utilidad esperada, además de no caer siempre en manos mejor intencionadas. Todo indica que se necesita algo más que un programa general de ayuda, de resultados variables y aplicación incierta.

Se necesita, en verdad, que resucite el sentido de la verdadera solidaridad, que sepa interpretar la falta de amparo afectivo, que restaure la confianza en el prójimo, que repare las heridas del abandono o la agresividad, que levante el ánimo derrotado de los solitarios o los desconsolados. Una oración laica en la que vuelvan a invocarse -y a ponerse en práctica- algunos de aquellos valores desgastados por el materialismo y la banalidad de una cultura moderna donde avanza sin cesar el dominio de otros valores, los que convendría repudiar, como el egoísmo, la indiferencia, el recelo, la codicia o el desinterés por lo que le ocurre al prójimo, todo lo cual se ejercita sin pensar que las desventuras de los otros recaerán tarde o temprano en nosotros.

Podemos estremecernos cuando vemos al pasar la miseria de un niño de la calle, o los tormentos que padecen los animales sometidos a tirar de un pesado carro a toda hora, pero es poca la gente dispuesta a hacer algo para remediar esas situaciones, formular preguntas, tomar cartas en el asunto o proveer soluciones. La aspereza de un adolescente marginal, que puede llegar al delito, o el enloquecimiento de un caballo de tiro, que provoca un revuelo con su espanto callejero, son apenas dos ejemplos de violencia que sobresaltan la vida colectiva sin que se piense en el origen de esos episodios. Evaporada la solidaridad -que es una forma de desvanecimiento del amor- solo queda escandalizarse ante los hechos concretos sin margen alguno de meditación sobre el origen de esos escándalos.

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