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terça-feira, 17 de setembro de 2013

GUANTÁNAMO




Guantánamo, el lugar de los nadies
El best-séller John Grisham se refiere aquí al trato dado a los sospechosos de terrorismo detenidos por los EE.UU., que, abandonados y torturados, esperan un juicio que les devuelva la libertad y la identidad.
POR JOHN GRISHAM ESCRITOR ESTADOUNIDENSE. SU ULTIMO LIBRO ES “SYCAMORE ROW” (EN EE.UU.)

Grisham cuenta el caso de Nabil Hadjarab que está desde hace 11 años en Guantánamo por error.

Hace un tiempo, me enteré de que algunos libros míos habían sido prohibidos en la Bahía de Guantánamo. Al parecer, los detenidos los pedían, y sus abogados se los enviaban a la prisión, pero no se los autorizaba a ingresar debido a “su contenido inadmisible”. Sentí curiosidad y ubiqué a un detenido al que le gustan mis libros. Su nombre es Nabil Hadjarab, y es un argelino de 34 años que se crió en Francia. Aprendió a hablar francés antes que árabe. Tiene familiares y amigos en Francia, pero no en Argelia.

En lo que es una tragedia para Nabil, ha pasado los últimos 11 años como prisionero en Guantánamo, en gran medida en confinamiento solitario. En febrero, participó en una huelga de hambre, que derivó en que lo alimentaran por la fuerza.

Nabil estaba viviendo pacíficamente en una pensión argelina en Kabul, Afganistán, el 11 de septiembre de 2001. Luego de la invasión estadounidense, corrieron rumores en las comunidades árabes de que la Alianza Afgana del Norte estaba persiguiendo y matando a árabes extranjeros. Nabil y muchos otros se dirigieron hacia Pakistán en un esfuerzo desesperado por escapar del peligro. En el camino, dijo, resultó herido en una incursión aérea y se despertó en un hospital de Jalalabad.

En esa época, EE.UU. le tiraba dinero a cualquiera que entregara a un árabe foráneo encontrado en la región. Nabil fue vendido a EE.UU. por un botín de US$ 5.000 y llevado hasta una cárcel clandestina en Kabul. Allí lo torturaron por primera vez. Para albergar a los prisioneros de su guerra contra el terrorismo, las fuerzas armadas estadounidenses montaron una falsa prisión en la Base Aérea de Bagram en Afganistán. Bagram se haría famosa enseguida y, en comparación, Guantánamo es una colonia de verano. Cuando Nabil llegó allí en enero de 2002, como uno de los primeros presos, no había paredes, solamente jaulas con alambre de púas. En el crudo invierno, Nabil era obligado a dormir sobre pisos de cemento sin ninguna manta. La comida y el agua eran escasas. En los trayectos de ida y vuelta para sus frecuentes interrogatorios, soldados estadounidenses golpeaban a Nabil y lo arrastraban por las escaleras de hormigón. Otros presos murieron. Después de un mes en Bagram, Nabil fue trasladado a Kandahar.

Nabil negó toda conexión con Al Qaeda, los Talibán o con alguna persona u organización remotamente vinculada a los ataques del 11/9. Y los estadounidenses no tenían ninguna prueba de su implicación, salvo falsas denuncias de otros prisioneros que lo involucraban, obtenidas en una cámara de tortura en Kabul. Varios interrogadores estadounidenses le dijeron que el suyo era un caso de identidad equivocada. De todos modos, EE.UU. había adoptado normas estrictas para los árabes bajo custodia –todos debían ser enviados a Guantánamo. El 15 de febrero de 2002, Nabil fue trasladado en avión a Cuba, esposado, atado y encapuchado. Desde entonces, ha sido sometido a todos los horrores del manual de Guantánamo: privación del sueño, privación sensorial, temperaturas extremas, aislamiento prolongado, acceso mínimo a la luz del sol, ausencia casi total de recreo y atención médica limitada. En 11 años, nunca fue autorizado a recibir la visita de un familiar. Por razones conocidas únicamente por los hombres que dirigen la prisión, Nabil nunca fue sometido a una asfixia simulada. Su abogado cree que es porque no sabe nada y no tiene nada para entregar.

El gobierno estadounidense dice otra cosa. En los documentos, los fiscales militares dicen que Nabil se alojaba en una pensión dirigida por personas que tenían lazos con Al Qaeda y que fue nombrado por otros como alguien afiliado a los terroristas. Nabil nunca ha sido acusado de ningún crimen, empero. A decir verdad, en dos ocasiones se dio el visto bueno para su “transferencia” o liberación. En 2007, una junta de inspección creada por el presidente Bush recomendó su liberación. No pasó nada. En 2009, otra junta de inspección creada por Obama recomendó su transferencia. No pasó nada. Según sus guardias, Nabil es un prisionero modelo. Mantiene la cabeza gacha y evita los problemas. Ha perfeccionado su inglés e insiste en hablar en ese idioma con sus abogados británicos. Escribe en un inglés impecable.

En los últimos siete años, conocí a una serie de hombres inocentes que fueron condenados a la pena de muerte como parte de mi trabajo en el Proyecto Inocencia, que trabaja para liberar a personas detenidas indebidamente. Sin excepción, todos me han dicho que la crueldad del confinamiento aislado es brutal para un asesino de sangre fría que admite libremente sus crímenes. Para un hombre inocente, en cambio, la condena a muerte lo acerca peligrosamente a la locura. Llega un momento en que resulta imposible sobrevivir otro día.

Deprimido y llevado al punto de la desesperación, Nabil se sumó a una huelga de hambre en febrero. Cuando empezó a ganar ímpetu y la salud de Nabil y sus compañeros presos comenzó a deteriorarse, la administración Obama quedó arrinconada. De golpe, debió enfrentar la horrible perspectiva de que los presos cayeran como moscas dejándose morir de hambre ante los ojos del mundo. En vez de liberar a Nabil y los otros presos que no están clasificados como una amenaza para EE.UU., la administración decidió evitar los suicidios obligando a los huelguistas a comer. Nabil no ha sido el único “error” en nuestra guerra contra el terror. Cientos de otros árabes fueron enviados a Guantánamo, tragados por el sistema existente allí, nunca acusados y transferidos eventualmente a sus países natales. No ha habido disculpas, ni comunicados oficiales de arrepentimiento, ni compensación, ni nada por el estilo. EE.UU. se equivocó totalmente pero nadie puede admitirlo.

En el caso de Nabil, las fuerzas armadas y los agentes de inteligencia estadounidenses se fundaron en informantes corruptos que simplemente querían juntar efectivo estadounidense, o peor aún, soplones de la cárcel que intercambiaban historias falsas por golosinas, pornografía y a veces simplemente una suspensión de sus propias palizas.

Recientemente, la administración Obama anunció que trasladará algunos presos árabes más a Argelia. Es probable que Nabil sea uno de ellos y si eso ocurre se cometerá otro error trágico. Su pesadilla no hará otra cosa que continuar. No tendrá apoyo para reintegrarse a una sociedad donde muchos serán hostiles a un ex detenido de Guantánamo, ya sea por suponer que es un extremista o porque se niega a sumarse a la oposición extremista al gobierno argelino. ¿Qué deberían hacer? ¿O qué deberíamos hacer? Primero, admitir el error y pedir disculpas. Segundo: darle una indemnización. Los contribuyentes estadounidenses gastamos US$2 millones anuales durante 11 años para mantener a Nabil en Guantánamo; démosle a este tipo unos miles de dólares para que pueda levantarse. Tercero, presionar a los franceses para que pueda ingresar nuevamente al país. Suena simple, pero nunca ocurrirá.

(c) The new York Times. Traduccion de Cristina Sardoy

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