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terça-feira, 2 de julho de 2013

ARGENTINIDAD

La argentinidad en la escuela
POR BÁRBARA REINHOLD en Clarín - Buenos Aires.

Un barco abarrotado de personas, valijas, una boina o un pañuelo en la cabeza. La típica foto que aparece cuando se habla de la inmigración, mayoritariamente de origen europeo, que se dio a principios del siglo XX. Familias de diversos lugares del Viejo Continente que le dieron a la cultura argentina un tinte multicolor. No muchos aprendían el idioma y eso influyó en sus hijos, criados o ya nacidos en Argentina. Las costumbres de sus países nativos se conservaban con fuerza y aparecían entonces la nostalgia y el arraigo a las tradiciones tras el despojo de las raíces en busca de un futuro más próspero, pero alejado de lo propio. La heterogeneidad de la población fue un factor que quienes moldeaban el proyecto de Nación necesitaron tener en cuenta. En el texto “Orden y norma de una lengua, orden y norma de una Nación: el discurso del Centenario”, la doctora en Letras Graciana Vázquez Villanueva explica: “En la década de 1910 la inmigración estaba tan consustanciada con la realidad social del país que sólo podía ser pensada como uno de los elementos constitutivos de la sociedad nacional. Frente a ello, surge entonces la necesidad de escolarizar a grandes masas de población para extender el nivel de educación primaria y de alfabetizar a una considerable cantidad de personas adultas, como tendencia a la creación de una unidad política y económica homogénea”. En 1884 se había sancionado la Ley 1.420 de Educación Común, que establecía la obligatoriedad y gratuidad de la escuela primaria.

Esta institución educativa se erigía, entonces, como un ente integrador aunque también homogeneizador de las personas, porque incorporó como rol enseñar a los hijos de los inmigrantes las nociones básicas de la argentinidad. Pablo Pineau, especialista en Educación, docente de la UBA e investigador y profesor de FLACSO, explica que el lugar donde se aprendía a ser argentino era la escuela, aunque señala que muchos chicos no sabían el idioma y que la matrícula escolar era muy baja. Pero el discurso patriótico, aparece recién en 1910: “Ramos Mejía, que era el presidente del Consejo Nacional de Educación, patriotiza a la escuela. La Ley 1.420 no nombra la palabra 'patria'. La idea de la escuela como templo de la patria es un invento del Centenario de la Revolución de Mayo. Ahí todo se pone mucho más duro, hay persecución a otras culturas, ya que por ejemplo Ramos Mejía prohíbe la lectura de 'Corazón' -novela del escritor italiano Edmundo de Amicis- porque supuestamente estimulaba el amor de los chicos a Italia y no a Argentina”. De todas maneras, afirma Pineau, fue un proceso de integración aceptable y democrático, más allá de algunas cuestiones de exclusión que funcionaron en ese momento.

En el texto “Cabezas rapadas y cintas argentinas” Beatriz Sarlo cuenta la historia de Rosa del Río, hija de inmigrantes que cuando llega a ser directora de una escuela, decide cortar el pelo de algunos de sus alumnos en el recreo, sin siquiera hablar previamente con sus padres: “Le expliqué al peluquero que quería que les cortara el pelo a todos los chicos que habían quedado en el patio, que el trabajo se hacía bajo mi responsabilidad y que se lo iba a pagar yo misma”. Este episodio describe el rol que tenía la escuela en ese entonces, que imponía y uniformizaba. Al respecto, Sarlo sostiene: “La 'gran escena' de las cabezas rapadas puede ser leída en términos de la realización práctica de un bloque sólido de ideas y prejuicios: racismo, higienismo autoritario, ausencia de todo respeto por la integridad y privacidad de los alumnos que el Estado y las familias le habían confiado esa misma mañana del primer día de clases”. Esta situación sería imposible de pensar hoy en día, ya que hay mucho mayor respeto a las tradiciones y costumbres del otro. Pero Sarlo aclara que la lectura escandalizada que se tiene actualmente de ese episodio difiere completamente de la que había en ese entonces, además de que la autoridad de la escuela parecía inapelable, motivo por el que nadie se quejó por los cortes de pelo.

Sobre las diferencias entre aquella escuela y la de hoy, Pineau reflexiona: “Después de un siglo XX en donde primaron miradas excluyentes, tremendas, racistas, xenófobas, violentas, en los últimos diez años estas políticas sin lugar a dudas han cambiado. Se puede ver que el discurso de la Nación que circula en la escuela es otro, con la idea de integración del otro y el rescate a los pueblos originarios, por ejemplo. La escuela pública sobre todo ha logrado mover esas cuestiones”.

Guardapolvos blancos, cabezas rapadas, bases y puntos de partida para ser argentino. Delantales que antes uniformizaban bajo el discurso de la pulcritud y de la higiene -que durante muchos años incluso llegó a ser una materia-, y que hoy igualan con el otro aunque respetando la diversidad. Un mismo objeto, planteado de manera distinta según cada contexto.

Lea la nota central de esta entrega: “Amor y tragedia en mi familia que llegó de los barcos”. Por Carlos Bernatek.

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