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terça-feira, 4 de junho de 2013

Lo que el papa Francisco piensa de los argentinos.


Por: Juan Arias | El País - España

Dos años antes de ser papa, el entonces cardenal arzobispo de Buenos Aires, Bergoglio, dijo al rabino Skorka lo que él pensaba de los argentinos.

Dentro de unas semanas, Francisco, ahora ya el primer papa de las Américas, aterrizará en Río de Janeiro (22 de julio próximo) para la Jornada Mundial de la Juventud, un acontecimiento para el que se espera a dos millones de jóvenes.
Los diarios dicen que habrá, con motivo de la llegada a América del Sur del papa , una “invasión de argentinos”, a los que con certeza se dirigirá en alguno de sus discursos durante los cinco días que pasará en Brasil.
¿Qué piensa el primer papa argentino de sus compatriotas?

He acabado de leer la obra Sobre el cielo y la tierra, un diálogo franco y apasionante entre el entonces arzobispo cardenal de Buenos Aires, Jorge Bergoglio, y el rabino, Abraham Skorka, ambos argentinos.
Cuando fue publicado en 2010, Bergoglio era sólo un cardenal más. Hoy, cuando ha salido a la calle la última edición argentina del libro, es ya el Papa de Roma.
A los que dimos a conocer enseguida el pensamiento del nuevo Papa en ese libro, se nos arguyó que cuando lo escribió, Bergoglio aún no gozaba de la responsabilidad papal y que algunas de sus afirmaciones de entonces, podría no compartirlas hoy.
No ha sido así. Francisco ha permitido la nueva edición integral, sin un solo cambio, ya elegido Papa. De hecho, la editora lo presenta como “Las opiniones del papa Francisco...”, no del cardenal Bergoglio, como aparecía en las ediciones anteriores.
Eso, para decir que también lo que el nuevo papa escribió entonces sobre el pueblo argentino sigue válido hoy.
Como he leído pocos comentarios sobre ese tema abordado por el Papa, he querido traerlo hoy a mi blog, que cuenta con muchos amigos lectores argentinos.
Quiero anteponer que cada vez que en el libro, Francisco hace alusión a su país, Argentina, lo hace con una mezcla de amor, dolor y pasión.
Se ha aireado el tópico de que ahora el Papa es de todos y que por tanto no tiene más nacionalidad. No es así. Todos los papas del pasado han seguido manteniendo viva su origen. Basta pensar al papa polaco, Karol Wojtyla, al italiano, Giovanni Montini, o a los primeros papas procedentes del Oriente.
Así, Bergoglio, se presenta siempre como argentino y cuando habla de los argentinos lo hace con sentimientos fuertes de pertenencia.
Las críticas van dirigidas si acaso a los políticos de turno o a los religiosos burgueses y acomodados. A sus gentes las ama y las analiza con agudeza y cariño a la vez.
En el prólogo titulado El frontispicio como espejo, recuerda que en la catedral metropolitana de Buenos Aires, se reproduce la historia bíblica de José con sus hermanos. Y comenta: “Décadas de desencuentro confluyen en ese abrazo".
Para Francisco "Hay llanto de por medio y también una pregunta entrañable: “?Aún vive mi padre?”, la pregunta que José hace a sus hermanos.
Francisco recuerda al rabino Skorka que aquella escena fue colocada allí en el frontispicio de la catedral bonaerense, como el “anhelo de encuentro de los argentinos”, ya que la escena “apunta al trabajo por instaurar una “cultura del encuentro”.
Y ahí el Papa dice: “Varias veces aludí a la dificultad que los argentinos (en primera persona) tenemos para consolidar esa cultura del encuentro”.
Y ahora el dolor: “Más bien parece que nos seducen la dispersión y los abismos que la historia ha creado. Por momentos llegamos a identificarnos más con los constructores de murallas que con los de puentes”, escribe.
¿Qué les falta según pues a los argentinos? se interroga el papa Francisco que se coloca siempre como uno más de ellos asumiendo su propia responsabilidad.
“Faltan el abrazo, el llanto y la pregunta por el padre, por el patrimonio, por las raíces de la Patria. Hay carencia de diálogo”.
Y socrático vuelve a preguntar: “?es verdad que los argentinos no queremos dialogar?”.
Y ahora el psicoanalista: para Francisco el problema de los argentinos es que “sucumbimos víctimas de actitudes que no nos permiten dialogar, como la prepotencia, no saber escuchar, la crispación del lenguaje comunicativo, la descalificación previa y tantas otras” afirma.
Y aprovecha el Papa para exponer no sólo a sus conciudadanos, sino esta vez a todos nosotros, lo que para él debe ser el diálogo: “una actitud de respeto hacia otra persona, de un convencimiento de que el otro tiene algo bueno que decir; supone hacer lugar en nuestro corazón a su punto de vista, a su opinión y a su propuesta”.
Explica con esa pedagogía sencilla y esencial al mismo tiempo, característica de sus charlas “Dialogar entraña una acogida cordial y no una condena previa. Para dialogar hay que bajar las defensas, abrir las puertas de casa y ofrecer calidez humana”.
Aquí el papa Francisco nos deja un eco del papa Juan XXIII al que, según muchos se parece. Aquel papa, cuando era Nuncio Apostólico en Bulgaria colocaba una vela en su ventana y decía que si alguien pasaba por allí y necesitaba de ayuda podía llamar a su puerta. Aquella vela estaba encendida esperándole. Y decía: “No le preguntaré en que cree ni cómo piensa, sólo si necesita de mi”.
Francisco en su prólogo, comentando el tema del diálogo quiso exponer también “las barreras que en lo cotidiano impiden ese diálogo” franco y respetuoso.
Esas barreras son, según él “la desinformación, el chisme, el prejuicio y la difamación”, Todas esas barreras, dice Francisco “conforman un cierto amarillismo cultural que ahoga toda apertura hacia los demás. Y así se traban el diálogo y el encuentro”.
Francisco no pierde sin embargo la esperanza y recuerda a sus compatriotas que la “frontispicio de la Catedral está allí, como una invitación”, al encuentro y al diálogo entre todos los argentinos.
Y cuenta que en el diálogo con su amigo el rabino, Skorka, que dio origen al libro, “no hubo muros ni reticencias” y acaba con una nota de humor.
Recuerda que la sencillez del rabino “permitió incluso que le preguntara, después de una derrota del River, si ese día iba a cenar cazuela de gallina”.
Es que al papa Francisco le gusta cocinar.

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