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domingo, 9 de junho de 2013

GEORGE STEINER REVISA LAS INTERACCIONES Y RIVALIDADES ENTRE LITERATOS Y PENSADORES


Toda buena filosofía es estilo
En su último ensayo, el sabio humanista aborda, de manera magistral, las relaciones entre discurso filosófico y creación poética. ¿Son la misma cosa? La cuestión no se define, pero tiene la certeza de que no podría haber una sin la otra.
Por Guillermo Belcore - La Prensa - Buenos Aires

Afirmaba Montaigne que la filosofía "no es más que una poesía sofisticada". La delicada sensibilidad de Borges lo llevó a conjeturar (no puede ser otro el verbo) que todas las proposiciones mentales son un soñar despierto. El infame pero colosal Heidegger propuso cultivar "el pensamiento como poesía y la poesía como pensamiento".


Puede aceptarse o no la hipótesis de que no existen diferencias esenciales entre filosofía y poética -al fin y al cabo ambas son las creaciones lingüísticas más valiosas- pero las conexiones sinápticas entre uno y otro campo son innegables. Quién mejor para desmenuzarlas que George Steiner (Viena, 1929), el último de los críticos sublimes.

Steiner publicó "La poesía del pensamiento" (Fondo de Cultura Económica, 231 páginas). El ensayo revisa dos mil quinientos años de interacciones y rivalidades entre poeta, novelista o dramaturgo, por una parte, y pensador declarado por la otra. "Del helenismo a Celan", reza el subtítulo. El recorrido es fascinante (a Borges le dedica seis carillas). Como todo el mundo sabe, el pensamiento serio, bellamente expresado, es poco frecuente.

Con la gentileza que lo caracteriza, Steiner nos invita a meditar sobre un aspecto poco estudiado de los gigantes de la especulación filosófica: su genio literario. El Sócrates de Platón evidencia que el autor del "Fedón" compartió con Cervantes o Conan Doyle "la enigmática capacidad de la literatura de presentar personajes inolvidables".

Marx fue también un gran estilista, "el más eminente virtuoso del oprobio", comparable al clérigo Swift o a Karl Kraus. Este libro puede levantar ampollas en el barrio de Palermo: postula que el único Freud que ha pervivido es el escritor. La presencia dramática de los pacientes evocados es digna de un Maupassant o un Chéjov, pero no tienen la menor relevancia científica.

"Freud ambicionaba el Nobel de Medicina. Recibió el premio Goethe de literatura. Quien habló en su ochenta cumpleaños no fue ningún psicólogo o psicólogo clínico: fue Thomas Mann. Freud se cuenta entre los maestros de la prosa alemana".

No se trata, en el fondo, de que "la filosofía labra el surco en el que la poética depositará su semilla", sino que no habría una sin la otra. Este libro inspirador establece, por ejemplo, que Hegel no habría podido concebir la "Femenología" sin Shakespeare, Cervantes y Defoe. Los medios y los límites de una y otra expresión lingüística son el estilo. Es decir, "el estilo lo es todo", para un maestro de lecturas, cuya prosa elegante trae -como la de Bergson- "un soplo a la vez delicioso y anticuado como de lavanda en el armario de ropa blanca".

Steiner, asimismo, llama la atención sobre la estética del fragmento. "Ha llamado la atención en los últimos tiempos. No solamente en la literatura. En las artes, el boceto, la maqueta, el borrador, han sido valorados por encima de la obra acabada"". En efecto, mucho de lo que es emblemático en lo moderno queda inconcluso: Proust, Musil, Schömberg, Berg, Gaudí. En filosofía, el aforismo tiene un amplio y virtuoso recorrido. Es todo Heráclito, Nietzsche y Wittgenstein. La excelencia de esta tríada se halla en "la exponencial economía". La técnica del rayo que cae. ¿No es éste otro atributo de la buena poesía?

AMBICION Y TOLERANCIA

Dos conclusiones propician los lucidos comentarios de Steiner. El primero atañe a la estética y a la pregunta primordial de siempre: ¿Qué leer? Una respuesta posible es que los literatos más interesantes hoy en día son aquellos que persiguen idéntica ambición que los grandes pensadores: definir una visión del mundo, una intuición del todo (Weltanschauung).

No sería descabellado postular, por otro lado, que los mejores novelistas son los que se valen de alguno de los dos hechos excelsos del lenguaje: la poética y la filosofía. ¿Quiere nombres, amable lector? La obra magna y copiosa de Thomas Pynchon comparte los mismos afanes enciclopédicos de un Aristóteles o de un Diderot. Los destellos de poesía pura de John Banville -acaso el mejor estilista de la anglósfera- ejemplifican las posibilidades del mysterium tremendum de la metáfora. Con sus epifanías semánticas, la maciza prosa de Juan Benet -y de su mejor discípulo, Javier Marías- refirman la validez de la perspicaz intuición heideggeriana del "lenguaje como casa del ser". Y la de Wittgenstein sobre "el incomparable ser del lenguaje".

En segundo lugar, una ética y una praxis ciudadana emergen de la profunda mirada de Steiner. Si todo, en el fondo, son palabras, ninguna proposición -por convincente que nos parezca- puede arrogarse el monopolio definitivo de la verdad. Más aun: cada acto filosófico, cada acto de pensar (con la posible excepción de las matemáticas) es irremediablemente lingüístico. ¿Dónde está la realidad en todo esto? En el "Yo, la farsa suprema", diría Cioran.

Entonces, el discurso político (el relato, según la áspera nomenklatura argentina) no debe tener más pretenciones que la hegemonía temporal, una precariedad que exige ser cuestionada en todo momento. Es un buen punto de partida contra el despotismo político o de mercado.

No obstante el carácter provisional del verbo, el Poder siempre ha considerado peligrosas y amenazantes a las palabras, trátese un epigrama de Osip Mandelstam, la homilía de un sacerdote, o el comentario de un periodista opositor. Steiner lo advierte sin rodeos: se piensa por cuenta y riesgo del pensador.

"No hay vocación más peligrosa que el ejercicio de la razón, una constante crítica, franca o disimulada de las normas dominantes". Desde Heráclito a Liu Xiaobo, la cuestión de la intolerancia al pronunciamiento no oficial nos acosa.

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