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sábado, 8 de junho de 2013

Carlo Michelstaedter


Los dolores del mundo
“La melodía del joven divino” reúne cuentos y ensayos del filósofo italiano Carlo Michelstaedter, fallecido en 1910.

POR EMMANUEL TAUB

Los dolores del mundo
Por fuera la vida resuena; los hombres aman, tienen esperanzas, luchan; los jóvenes se apartan de sus habituales pequeñas alegrías y con el rostro radiante van a sufrir y a luchar por una idea”. Los suicidas metafísicos siempre han generado una atención especial que combina lo morboso con la fascinación. Pintores, músicos, escritores: jóvenes suicidas que decidieron salirse de la infinita monotonía de la realidad y del tiempo, que le dieron un golpe de knock out a la existencia.

El 17 de octubre de 1910, con tan sólo 23 años, Carlo Michelstaedter se suicidaba luego de enviar a la universidad de Florencia su tesis de filosofía, La persuasión y la retórica . Pero su corta vida no nos ha dejado solamente aquella obra maestra, y si hace poco tiempo la descubrimos en nuestra lengua, tenemos ahora entre nosotros otra mirada que profundiza el pensamiento del joven filósofo: La melodía del joven divino , una antología de sus pensamientos, cuentos y críticas.

Como escribe Sergio Campailla en su introducción, La persuasión y la retórica es la redacción final en donde se acumulan las pruebas secretas, los desahogos y los apuntes del laboratorio privado de autor. Pero no deja de ser una tesi di laurea , repleta de caminos sin salida y de preguntas sin respuesta. Es por ello que la edición de estos escritos anteriores constituyen una verdadera y celebrada novedad: estos textos nos ubican en la mente y el universo retórico y complejo de Michelstaedter, dejándonos ver, en primer lugar, que sus preocupaciones filosóficas fueron sumamente amplias, desde la pregunta por su herencia judía hasta los diálogos con el mundo político y cultural en el que estaba inmerso. Y, al mismo tiempo, nos lo ubican en un universo en el que sus gestos y modos de escritura se unen a pensadores tan fascinantes, disímiles y complejos como Charles Baudelaire, Philipp Mainländer o Walter Benjamin.

Ante un ambiente cultural y académico tantas veces preocupado por el estilo y las normas de escritura, Michelstaedter quería escribir y expiar los demonios de una melancolía abrumadora y de una juventud infinita. Esa melancolía que en otro de los textos aquí publicados la describe magníficamente como “una lluvia uniforme y lenta, porque dice al hombre la infinita monotonía, la inmutabilidad, la fatalidad de las cosas”. El joven goriziano era un niño jugando en un mundo de adultos. No quería aceptar la violencia ni la monotonía de un mundo terrible. Por ello era mejor refugiarse en el mundo de las ideas, o en el griego, como un gesto con el cual entablar un diálogo con aquellos a los que transformaba en sus propios contemporáneos, ya sean Esquilo, Parménides, Platón o Aristóteles.

La melodía del joven divino nos abre un mundo fronterizo en donde podríamos instalar estos textos, pinceladas geniales de una creatividad desmesurada: pensamientos que van desde la pregunta misma por la juventud, la educación, la libertad y el valor de aquello por lo que se vive, hasta reflexiones sobre la melancolía, la sabiduría o la felicidad. Pero también, y por ello la importancia de estos fragmentos frente a su tesis, aparece esos dos temas autobiográficos y poco transitados: por un lado, la herencia judía, la pregunta por el monoteísmo y la reflexión sobre el politeísmo, la relación entre lo judío y lo cristiano, o sobre la vida en la diáspora. Y por otro lado, las lecturas de aquellos hombres sobre los que reflexiona en las Críticas, donde muestra su amor por la literatura y la vida social –ya sea en Florencia o Gorizia. Allí desfilan, por ejemplo, Gabriele D’Annunzio, Gorki, Tolstoi, Ibsen o Benedetto Croce.

Estos escritos abren más aún el interrogante sobre una vida que aunque nos puede parecer inconclusa, Michelstaedter ya había anunciado al escribir sobre la libertad, en donde anuncia que aquel con espíritu universal finalmente deberá morir para que su vida no se reduzca a la bestialidad, porque “sólo la muerte tendrá la libertad, sólo en la muerte tendrá la verdadera actividad en tanto que no habrá reconocido que la verdadera actividad no existe, es decir que la verdadera actividad es la nada”. Michelstaedter fue un joven divino, un suicida metafísico que pasó su melodía y su pensamiento sobre este mundo como un soplo regenerador.

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