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terça-feira, 21 de maio de 2013

ROBERTO BOLAÑO


«2666» es elegida la novela más influyente en el ámbito de la lengua española
MANUEL DE LA FUENTE@MANOLHITO / MADRID

Bolaño abre el camino del éxito a la novela en español del siglo XXI


Roberto Bolaño dejó escrita «2666» al morir en 2003 y se publicó póstumamente
El pasado domingo, se ponían en ABC unos cuantos puntos sobre las íes de la novela española de los últimos años, de lo que llevamos de siglo narrativamente hablando. Tan español como peruano, Mario Vargas Llosa y su «Fiesta del chivo» salían vencedores en esta lid literaria. Pero también llegaron hasta la redacción de ABC opiniones que abundaban en que la mejor novela en lengua española venía de aquel lado del Atlántico. Y era «2666» de Roberto Bolaño.

Quizá porque, como opina rotundamente el novelista argentino afincado en nuestor país Patricio Pron, «ninguna novela de autor español reciente ha ejercido la influencia de obras como Roberto Bolaño». Añade que «sintetiza y pone punto final a varias de las tendencias dominantes en la novela del siglo XX al tiempo que inaugura otras más propias del siguiente siglo» y «sigue generando efectos a diez años de su publicación».

Y Bolaño y «2666», su novela póstuma, eran las palabras mágicas con las que numerosos escritores suramericanos (y también un buen puñado de españoles) respondían a nuestra pregunta. Entre estos últimos, por ejemplo, Andrés Ibáñez: «Bolaño fue el último de los grandes genios, y uno de los misterios más grandes que ha dado el arte de la novela». Quizá la vida de Bolaño, poco ortodoxa, estuvo casi por encima de su obra, la de un autor de culto, que ya residente en España compaginó el principio de su tarea narrativa) con un trabajo de vigilante nocturno en un camping de Castelldefels, sin ir más lejos.

El también argentino Rodrigo Fresán hilvana esta relación: «El merecido éxito de Bolaño propone, además, una fuerte radiación que trasciende lo estrictamente estricto y que ya resulta tan positiva y arriesgada (a la hora de reflejar el cómo vivir la literatura) como negativa y riesgosa (la ambición de vivir de la literatura apoyado en cierto perfume legendario y mítico que a Bolaño nunca le interesó) potenciando la figura del escritor por encima de su obra».

Ante «2666», la lista de admiradores es larga. Para Isaac Rosa, «no hay ninguna de su ambición en lo que va de siglo», opinión en la que abunda el mexicano Jorge Volpi, en tanto que Andrés Neuman es otra de esas voces nacidas en América pero criadas literariamente a este lado del Charco «2666, una catedral de búsquedas, tramas y lirismo brutal».

Hay otros españoles que admiran esta descomunal obra de Roberto Bolaño: Luis García Jambrina («2666 es, una demoledora alegoría de nuestro tiempo») y Sergi Doria («el testamento de un autor enfermo de literatura»). Tampoco Fernando Rodríguez Lafuente, director de ABC Cultural, escapa al hechizo de Bolaño y «2666»: La consagración del horror contemporáneo. La literatura en estado puro». No faltan los devotos de Bolaño en la mismísima Real Academia, donde su secretario, Darío Villanueva, habla de «2666» como una obra de «monumentalidad póstuma» y Carme Riera subraya lo que la descomunal novela tiene «de innovador en la literatura latinoamericana».

Como hace unas líneas apuntaba Patricio Pron, novelas como «2666» sí que influyen allende las fronteras de la lengua española, como recuerda bien Anna Grau, periodista y escritora que recuerda a Bolaño al hilo de sus tiempos de corresponsal en Nueva York «Allí comprobé que es de los pocos autores hispanos que despiertan un verdadero interés, respeto y hasta perplejidad en el mundo anglosajón».

Novelas españolas y novelas escritas en español. Quizá el poeta y novelista Manuel Vilas sea quien lanza el último y más osado dardo. «2666 demuestra que un escritor en lengua española puede escribir una novela desde la inteligencia , y no el exotismo y el pintoresquismo».

El aullido de un genio
JORGE HERRALDE MADRID
¿Cómo definir a Roberto Bolaño? Una empresa condenada al fracaso; como máximo hay que proceder por aproximaciones. Por ejemplo, su radicalidad estética, ética y política, tan insobornables, diría, como inevitables, desde aquel joven adolescente en México, con gestos dadaístas, bajo el signo de Rimbaud, un desesperado escribiendo para desesperados, pese a las advertencias del pragmático sentido común.
Ya en España, desde 1977, según nos cuenta en el prólogo de «Monsieur Pain», malvive gracias a certámenes de provincias. Pese a haber logrado después premios importantes «ninguno ha sido sin embargo tan importante como estos premios desperdigados por la geografía de España, premios búfalo que un piel roja tenía que salir a cazar pues en ello le iba la vida».
Puso la literatura siempre por encima de todas las cosas, un explorador audaz, un buceador a pulmón libre, un trapecista sin red. En su cuento ‘El retorno’, de «Putas asesinas», el narrador buscaba en las noches de París «aquello que no encontraba en mi trabajo ni en lo que la gente llama vida interior: el calor de una cierta desmesura». En el caso de Bolaño, por el contrario, el trabajo de la escritura y el buscar en la vida interior eran el carburante de la desmesura necesaria.
Y también, bajo el caparazón de hombre duro (pero no había que rascar mucho) una persona tierna, cálida y muy generosa y tan elegante, un dandy enmascarado, afirmaciones que si Roberto estuviera vivo no me atrevería a hacer, me parecería indecoroso, como quebrantar un pacto implícito. Su muerte, como la de Carmiña Martín Gaite, han sido el mayor dolor de toda mi vida de editor.

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