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domingo, 5 de maio de 2013

¿Quién asesinó al diccionario?



Una tras otra van cayendo las ediciones en papel de los grandes diccionarios y enciclopedias. Las obras de referencia son ahora digitales. En caso de cataclismo –¡toquemos madera!– buena parte de nuestra cultura se perderá.

Antes que nada, una pinceladas de historia. En 1985, Grolier, una de las más importantes editoras mundiales de enciclopedias, publicaba la primera obra de consulta en CD-ROM. Solo ofrecía el texto reducido de la Academic American Encyclopaedia, con unas 30.000 entradas, pero supuso una revolución.

Cuatro años después, en 1989, Comptons desarrolló la primera enciclopedia multimedia –con gráficos e imágenes–, en colaboración con la Encyclopaedia Britannica, un referente internacional desde el siglo XVIII. Microsoft presentó en 1993 su propia enciclopedia en CD-ROM, la popular Encarta, que dejó de fabricarse en 2009.

Hacia 1980, la Encyclopaedia Britannica rechazó una oferta de Microsoft para desarrollar la primera enciclopedia multimedia
Abro un paréntesis. Un chascarrillo empresarial. No es un muy conocido que, a principios de la década de 1980, Bill Gates se dirigió a los responsables de la Britannica para ofrecerles su colaboración. Los ingleses arrugaron la nariz y rechazaron la oferta del advenedizo norteamericano. ¿Una enciclopedia en disco? ¡Por Dios!

¿Quién podía imaginarse entonces el desarrollo posterior de las obras de consulta digitales? La versión inglesa de la Wikipedia incluye hoy más de cuatro millones de artículos y la española pronto llegará al millón. La Gran Enciclopedia Planeta, la última gran obra de referencia impresa en castellano, ofrece 145.000 entradas. Un abismo.

Adiós, papel, adiós

Puestos en la Gran Enciclopedia Planeta –heredera de la famosa Larousse–, Editorial Planeta Grandes Publicaciones ha dejado de imprimirla. En 2014 publicará el último volumen de su actualización anual en papel. Mientras tanto, ha facilitado a sus clientes el acceso a una enciclopedia online. La próxima semana, el presidente del Grupo Planeta, José Manuel Lara, presentará un nuevo megaproyecto digital que, aseguran, puede dar un vuelco al mercado español de obras educativas. Veremos. Hay nervios en la competencia.

Las enciclopedias Planeta y Británica y los diccionarios Oxford y MacMillan han dejado de editarse en papel. ¿Qué pasará con el de la Real Academia?
El caso de Planeta no es único. Los directivos de la Encyclopaedia Britannica han anunciado que su edición de 2010 sería la última en papel, tras más de 240 años de historia. En 2005, protagonizaron un desagradable intercambio de acusaciones con la revista Nature, que evaluó artículos científicos de la Britannica y de la Wikipedia sin hallar excesivas diferencias entre ambas. Un golpe mortal para una obra que se vendía a unos 2.000 euros.

El acceso libre a diccionarios online muy completos ha dinamitado el sector. MacMillan, uno de los mayores grupos editoriales del mundo, también ha anunciado que, desde este año, dejará de imprimir sus famosos diccionarios de inglés y desarrollará sus productos en red.

"El formato de libro tradicional limita las obras de referencia", asegura Michael Rundell, su editor jefe. "Los libros quedan desactualizados en cuanto se imprimen y las limitaciones de espacio ponen en riesgo nuestros objetivos de claridad y exhaustividad”.

Los responsables de diccionario Oxford, considerado con sus 600.000 entradas el más completo del mundo, tampoco piensan en el papel para su próxima edición, prevista para esta década.

En España, en 2014 se publicará la 24.ª edición del Diccionario de la Real Academia con la que se conmemorará, de paso, el 250.º aniversario de la institución. ¿Será también la última en papel? Probablemente.

Hace dos años se celebró en Eslovenia el eLEX –una bienal sobre lexicografía electrónica– cuyo tema central fue un debate sobre el futuro de las enciclopedias y de los diccionarios. Se habló, sobre todo, de las herramientas de referencia en línea y de los llamados UGC –por el nombre en inglés de Contenidos Generados por los Usuarios–.

Las herramientas de referencia online son cada vez más completas y perfectas. Acompañan al usuario cuando escribe, corrigen sus errores, proponen alternativas y ya hay programas en fase experimental que son capaces de detectar la mala colocación de una palabra en su contexto. Además, los sistemas aprenden de lo que los usuarios hacen y escriben.

Las obras de consulta más potentes están realizadas por los propios usuarios con la supervisión de un equipo de editores
Usuarios. Esa es la palabra mágica. Los usuarios van construyendo las nuevas obras de referencia. Basta con un equipo de editores para supervisar el trabajo de esos voluntarios. Wikipedia es el ejemplo más conocido pero hay muchos más. Wordnik, por citar uno, es un potente diccionario online construido, en buena parte, por los propios usuarios; ofrece casi mil millones de ejemplos de frases y siete millones de definiciones. Pagar ese trabajo a expertos lexicógrafos supondría un dineral al que muchas editoriales no podrían hacer frente.

Sin una supervisión científica, ¿quién puede garantizar la calidad de una obra?
La viabilidad económica de estas nuevas obras de consulta es harina de otro costal. La publicidad, las donaciones y las suscripciones Premium son, de momento, las salidas más socorridas. Tampoco está muy claro qué pasará en unos años, cuando el furor del voluntarismo mengüe y haya menos gente dispuesta a trabajar por la cara o disminuya la calidad de sus aportaciones.

¿Qué dejaremos a nuestros descendientes?

El hecho de que las obras de referencia más importantes dejen la imprenta y se estén pasando a Internet plantea dilemas cuanto menos interesantes. Acongojantes –por ser fino–, si nos ponemos en plan apocalíptico.

Umberto Eco, pensador y escritor italiano de prestigio mundial, fue quién levantó la perdiz con la publicación de No esperéis libraros de los libros.

¿Qué pasaría con toda la información digital en caso de cataclismo?
"Desde luego", comentó Eco en una entrevista, "si tuviera que dejar un mensaje de futuro para la humanidad, lo haría en un libro en papel y no en un disquete electrónico. He visitado la Biblioteca Nacional y he visto libros que tienen 500 años de antigüedad. Si además considero los manuscritos, he contemplado ejemplares escritos hace 1.000 años. Ahora bien, no sabemos cuánto puede durar un disquete de ordenador. Los llamados discos flexibles han muerto antes de agotar su capacidad de almacenamiento de datos.”

Si en un futuro más o menos lejano un cataclismo –¡toquemos madera!– limitara o impidiera el acceso a los datos colgados en la nube, buena parte de los conocimientos actuales se perderá para siempre. Nuestro presente se quedaría en el limbo. Digital, eso sí










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