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sexta-feira, 29 de março de 2013

«Miquiño mío del alma»


Un volumen recupera las efusivas cartas de Emilia Pardo Bazán a Benito Pérez Galdós
LUÍS POUSA

Empezó por ser el «querido y respetado maestro» para ser luego su «ratonciño del alma». La explosiva relación intelectual y sentimental entre dos de los gigantes de la literatura española del siglo XIX y principios del XX, Emilia Pardo Bazán y Benito Pérez Galdós, es uno de los capítulos más atractivos de la intrahistoria de nuestras letras.
El sello Turner recopila ahora en un suculento volumen las 92 cartas que la autora coruñesa envió a Galdós entre 1883 y 1915. Los escritos, reunidos por Isabel Parreño y Juan Manuel Hernández en Miquiño mío. Cartas a Galdós, componen el relato de lo que comenzó como una profunda admiración de la narradora al maestro consagrado, pasó luego de intensa amistad a relación íntima y remató, con cierta distancia, en un respeto mutuo entre dos de las voces más destacadas de su generación.
En 1883 nace esta relación -entonces estrictamente epistolar- con los habituales intercambios de opiniones literarias y sobre las polémicas en las que ya entonces se veía envuelta la indómita Pardo Bazán. Los saludos de estas misivas, muchas de ellas remitidas desde la «granja de Meirás» que el franquismo rebautizó como pazo, son afectuosos, pero correctos: «Ilustre maestro y amigo» o «Querido y respetado maestro».
Más efusivas son las cartas de los años 1888-1889. Las reflexiones de la condesa ya entran sin tapujos en su relación amorosa y los encabezamientos suben de tono. En 1889 la narradora tiene un escarceo con Lázaro Galdiano, lo que deriva en ruptura y posterior reconciliación con Galdós. Así saluda la narradora en una misiva del 27 de abril de 1889: «Miquiño, mi bien: me están volviendo tarumba tus cartitas. Creo que jamás escribiste con tanta sencillez, con una gracia más bonita y más tierna. No sé las veces que he leído esta última epístola, ni el bien que me hizo, ni cuánto se me humedecieron los ojos... Un beso del fondo del alma». Y, desde París, en septiembre de 1889, rubrica: «Triste, muy triste... como diría un orador de la mayoría, me quedé al separarme de ti, amado compañero, dulce vidiña». En estos tiempos, el tratamiento de Pardo Bazán a Galdós es habitualmente de «ratonciño mío», «querido de mi corazón» y el omnipresente «miquiño mío del alma».
Las cartas de 1890 a 1915 reflejan ya un distanciamiento entre ambos intelectuales, que, sin embargo, conservarán la amistad hasta la muerte de Galdós en 1920. Las epístolas de este período arrancan todavía con «amado roedor mío» o «ratonciño del alma», pero en 1891 nace la hija del prosista con Lorenza Cobián y el tono se enfría sin remedio. De «cariño: ya estoy rabiando porque vengas» y «chiquito mío» vuelve Pardo Bazán a «mi ilustre y querido amigo».

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