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sexta-feira, 23 de novembro de 2012

No hackeen el planeta





Perfilada como una posible solución al calentamiento global, la geoingeniería propone acciones extremas como inyectar azufre en la atmósfera para reducir la radiación solar. La periodista canadiense Naomi Klein analiza los riesgos de estas intervenciones a gran escala.
POR NAOMI KLEIN


Desde hace casi veinte años, paso algunos días en una zona escabrosa de la costa de la Columbia Británica llamada Sunshine Coast, en Canadá. Este verano, viví una experiencia que me recordó por qué amo tanto este lugar y por qué decidí tener un hijo en esta parte poco poblada del mundo.
Eran las cinco de la mañana y mi marido y yo estábamos despiertos con nuestro hijo de tres semanas. Mientras contemplábamos el mar, vimos dos enormes aletas dorsales negras: eran orcas o ballenas asesinas. Luego aparecieron dos más. Nunca habíamos visto una orca en la costa ni habíamos oído hablar de que se acercaran tanto a la orilla. Agotados por la falta de sueño, aquello parecía un milagro, como si el bebé nos hubiese despertado para que no nos perdiéramos esa visita tan poco común.
La posibilidad de que el avistaje no fuese resultado de una feliz coincidencia no se me ocurrió hasta dos semanas después, cuando leí la noticia de un extraño experimento en aguas de las islas Haida Gwaii, a varios cientos de kilómetros de donde habíamos visto nadar a las orcas.
Allí, un empresario estadounidense llamado Russ George había vertido 120 toneladas de polvo de hierro desde un barco pesquero alquilado. El plan era que creciesen algas que secuestraran el carbono y así combatieran el cambio climático.
George forma parte de una creciente cantidad de aspirantes a geoingenieros que proponen intervenciones técnicas a gran escala y de alto riesgo para cambiar de manera fundamental los océanos y los cielos con el fin de reducir los efectos del calentamiento global. Además de los planes de George de fertilizar el mar con hierro, otras estrategias de geoingeniería que se están evaluando comprenden lanzar aerosoles de sulfato a la atmósfera superior para imitar los efectos de enfriamiento de una gran erupción volcánica y hacer “más brillantes” las nubes para que reflejen más rayos solares hacia el espacio.
Los riesgos son enormes. La fertilización de los mares podría crear zonas muertas y mareas tóxicas. Y múltiples simulaciones pronosticaron que imitar los efectos de un volcán podría interferir con los vientos monzones en Asia y Africa, lo que pondría en peligro el agua y la seguridad alimentaria de millones de personas.
Hasta ahora, estas propuestas han servido en su mayor parte para elaborar modelos informáticos y trabajos científicos. Pero con la aventura oceánica de George, la geoingeniería decididamente ha salido del laboratorio. Si hemos de creer en la versión que dio George de su misión, sus acciones crearon una acumulación de algas en una zona de la mitad del tamaño del estado de Massachusetts que atrajo a una enorme variedad de vida acuática, incluidas ballenas.
Cuando leí sobre ellas, comencé a preguntarme: ¿es posible que las orcas que vi estuviesen camino del buffet de tenedor libre de pescados y mariscos que se había reunido en torno de las algas de George? La posibilidad, por improbable que sea, nos da una idea de una de las inquietantes repercusiones de la geoingeniería: una vez que empecemos a interferir de forma deliberada en los sistemas climáticos de la Tierra –ya sea oscureciendo el Sol o fertilizando los mares– todos los acontecimientos naturales quizá comiencen a adquirir un tinte antinatural. Una ausencia que podría haber parecido un cambio cíclico en los patrones de migración o una presencia que se creía un don milagroso de pronto se ven siniestras, como si toda la naturaleza estuviese siendo manipulada entre bastidores.
La mayoría de las notas periodísticas califican a George de geoingeniero “inescrupuloso”. Pero lo que me preocupa, después de investigar el tema durante dos años para un libro de próxima aparición sobre el cambio climático, es que científicos mucho más serios, financiados por billeteras mucho más gordas, parecen estar dispuestos a interferir activamente en los complejos e impredecibles sistemas naturales que sostienen la vida en la Tierra con enormes posibilidades de que se produzcan consecuencias no buscadas.
En 2010, el presidente de la Comisión de Ciencia y Tecnología de la Cámara de Representantes de los EE.UU. recomendó que se hicieran más investigaciones sobre la geoingeniería, y el gobierno británico ha empezado a invertir fondos públicos en este campo.
Bill Gates ha destinado millones de dólares a la investigación en geoingeniería. E invirtió en una empresa, Intellectual Ventures, que está desarrollando al menos dos herramientas de geoingeniería: el “StratoShield”, una manguera de 30 kilómetros de largo suspendida por globos de helio que arrojaría partículas de dióxido de azufre a la atmósfera para bloquear la radiación solar, y una herramienta que teóricamente podría debilitar la fuerza de los huracanes.
El atractivo de esto es fácil de entender. La geoingeniería ofrece la tentadora promesa de una solución al cambio climático que nos permitiría continuar indefinidamente con nuestra forma de vida basada en el agotamiento de los recursos. Y además está el miedo. Cada semana parece traer noticias más aterradoras sobre el clima, desde informes sobre el derretimiento prematuro de los casquetes glaciares a una acidificación de los mares más veloz de lo previsto. Al mismo tiempo, el cambio climático ha quedado tan lejos de la agenda política que no se lo mencionó ni una vez en los debates entre los candidatos presidenciales. ¿Es de extrañar que muchos cifren sus esperanzas en las opciones que los científicos están pergeñando en los laboratorios?
Pero con los geoingenieros inescrupulosos sueltos por el mundo, es un buen momento para detenerse un momento y preguntar colectivamente si queremos emprender el camino de la geoingeniería. Porque la verdad es que la geoingeniería es en sí misma una propuesta inescrupulosa. Por definición, las tecnologías que interfieren con la química de los océanos y la atmósfera afectan a todos. Sin embargo, es imposible lograr un consentimiento unánime para llevar a cabo estas intervenciones. Y ese consentimiento tampoco podría ser informado ya que no conocemos –ni podemos conocer– todos los riesgos que aquellas entrañan hasta que estas tecnologías que modifican el planeta no se implementen en la realidad.
Si bien las negociaciones de las Naciones Unidas sobre el clima se basan en la premisa de que los países deben acordar una respuesta conjunta a un problema intrínsecamente común a todos, la geoingeniería plantea una perspectiva muy diferente. Por mucho menos de mil millones de dólares, una “coalición de los dispuestos”, un solo país o incluso un individuo pudiente podrían decidir tomar el clima en sus propias manos. Jim Thomas de ETC Group, una agrupación de protección ambiental, plantea el problema de la siguiente manera: “La geoingeniería dice: ‘Lo vamos a hacer y ustedes tendrán que atenerse a las consecuencias’”.
Lo que más asusta de esta propuesta es que los modelos sugieren que muchas de las personas que podrían ser las más perjudicadas por estas tecnologías ya son desproporcionadamente vulnerables al impacto del cambio climático. Imaginen la siguiente situación: América del Norte decide esparcir azufre en la estratosfera para reducir la intensidad del Sol con la esperanza de salvar sus cultivos de maíz, pese a la posibilidad real de provocar sequías en Asia y Africa. En suma, la geoingeniería nos daría (o les daría a algunos) el poder de exiliar a gigantescos segmentos de la humanidad a “zonas de sacrificio” con sólo apretar un botón.
Las ramificaciones geopolíticas son escalofriantes. El cambio climático ya está haciendo difícil saber si los acontecimientos que antes se consideraban de fuerza mayor (una ola de calor infernal en marzo o una tormenta monstruosa en Halloween) todavía pertenecen a esa categoría. Pero si empezamos a jugar con el termostato de la Tierra, convirtiendo deliberadamente nuestros mares en una masa verdosa para absorber carbono y blanqueando los cielos para desviar el Sol, entonces estamos llevando la influencia humana a otro nivel. Una sequía en la India podría ser vista –acertadamente o no– como resultado de una decisión consciente de un grupo de ingenieros que están al otro lado del mundo. Lo que antes era mala suerte podría ser visto como una conjura malévola o un ataque imperialista.
Habrá otras consecuencias viscerales y profundas. Un estudio publicado esta primavera en Geophysical Research Letters reveló que, si inyectamos aerosoles de azufre en la estratosfera con el fin de reducir la radiación solar, el cielo no sólo se volvería más blanco y significativamente más brillante sino que también tendríamos unas puestas de sol más intensas y “volcánicas”. ¿Pero qué tipo de relaciones podemos esperar tener con esos cielos hiperreales? ¿Nos llenarían de admiración o de una vaga inquietud? ¿Sentiríamos lo mismo cuando hermosas criaturas salvajes se cruzasen en nuestro camino de forma inesperada, como le pasó a mi familia este verano? En un libro muy conocido sobre cambio climático, Bill McKibben advirtió que nos enfrentamos a el fin de la Naturaleza. En la era de la geoingeniería, también podríamos encontrarnos ante el fin de los milagros.
George y su experimento de modificación del mar son una oportunidad para el debate público sobre un tema que básicamente ha estado ausente en el ciclo electoral: ¿Cuáles son las verdaderas soluciones para el cambio climático? ¿No sería mejor cambiar nuestro comportamiento, reduciendo el uso de combustibles fósiles, antes que comenzar a jugar con los sistemas básicos de conservación de la vida que tiene el planeta?
Si no cambiamos de rumbo, recibiremos muchas más noticias sobre personas que bloquean el Sol y meten mano en el océano como George, cuya proeza de verter hierro no sólo sometió a prueba una tesis sobre la fertilización del mar sino también tanteó el terreno para futuros experimentos de geoingeniería.
Y a juzgar por la tibia reacción que provocó hasta ahora, los resultados de la prueba de George son claros: los geoingenieros avanzan, y al diablo con la cautela.
© The New York Times, 2012.
Traducción de Elisa Carnelli.

TALLER DEL IIDIOMA








Taller del idioma
Publicado 20/11/2012
Abel Méndez

EL ARTÍCULO. «La victoria de nada sirvió, pues el equipo continuará por lo menos 1 año más en la categoría».

Una de las curiosidades del español se trata de la diferencia del numeral «uno» con el artículo indefinido «un». Cuando digo «dos años», por ejemplo, la palabra «dos» se refiere al numeral cardinal «dos» y se puede escribir en cifra «2», pero por estilo se prefiere escribir en letras, pues la ortografía pide escribir en letras aquellos numerales que se pronuncian con una sola palabra: «tres», «trece», «dieciséis», «veintinueve», cincuenta, doscientos. Pero cuando se trata de la unidad no se usa el cardinal «uno (1)», sino el artículo indefinido «un» que no es intercambiable con la cifra. «… continuará por lo menos un año en la categoría B».

ALTO EL FUEGO. «Las Farc anunciaron un cese al fuego unilateral»
Cada vez que se inician conversaciones de paz hay que explicar que la expresión que se usa para significar que no se dispara un fusil más no es «cese al fuego» ni «alto al fuego» sino «alto el fuego». De pronto será eso lo que nos falta para lograr la paz.

EL VIVO. «Colombia ejerce soberanía sobre los Cayos«
Nos tocó conocer a un vivo que nada tenía y pidió el todo para quedar con la rebaja. Aparte de eso, no hay razón alguna para que la palabra «cayos» vaya con mayúscula.

GAZAPO CAMPEÓN ¿Cuál es la solución que usted le ofrece a los ciudadanos a este problema del espacio público?

Por más que se repita la corrección es un gazapo inacabable. «… que usted les ofrece a los ciudadanos…?».

LAS MULAS. Aumentan “mulas” Europeas.
Todos entendimos lo que quiso decir el titular, pero no se necesitan las comillas porque ese significado está en el Diccionario: «Contrabandista de drogas en pequeñas cantidades».

RECORRIDO POR LAS AULAS. «Informamos que estamos próximos a comenzar el primer semestre del 2011. Si tienes alguna duda consulta el cronograma académico»
Tengo una duda: ¿Cuánto hace que no revisan su página de inicio?

Además de lo anterior:
«En que torneos te gustaria participar?» En el de apertura de signos de interrogación y en el de tildes («qué» y «gustaría»). La palabra Fútbol también lleva tilde (no aparece en la cita, pero sí en la página universitaria que analizo.

«El Lunes 24 de Enero de 2011 se iniciara el nivelatorio en Matemáticas Generales con el tutor Jaime Rivera de 6:30 a 9:00 pm».

Los nombres de días de la semana (lunes) y de los meses del año (enero) son con minúscula. La inflexión verbal «iniciará» lleva tilde y la abreviatura de post meridiem es p. m. Directivos universitarios, pelizquense y manden revisar esas páginas webs, desdicen de una Universidad y que conste que no la menciono, pero ella habla por sí sola en la web.
taller95@yahoo.es



PALABRAS






Palabras que desaparecen

Las palabras son seres vivos: nacen, viven y mueren. Algunas gozan de una larga vida, pero otras desaparecen antes de tiempo, bien porque lo que nombran ya no existe, bien porque otras palabras las sustituyen

Cuando en la península Ibérica convivían moros y cristianos, algunas de las palabras de la variante árabe que hablaban los primeros entraron en el latín vulgar que hablaban los segundos –o ya en unas incipientes lenguas románicas, como el castellano y el catalán–. Hoy tenemos algarrobas, almacenes, azúcar, azafrán, acequia y algodón gracias a aquellos préstamos léxicos que entraron en nuestras lenguas latinas. Las mujeres se teñían el pelo con alheña mientras cocinaban alcuzcuz. El almuédano que se subía al alminar fue expulsado de la Península en el siglo XVII. Ahora muchos musulmanes han regresado, hablando la misma lengua evolucionada que hablaban entonces, como nosotros hablamos lenguas que son hijas o casi nietas del latín. Han vuelto algunos musulmanes, pero no hemos recuperado todas las palabras relacionadas con sus costumbres y su religión. Como cada día estamos más conectados, las palabras que empleábamos
y que dejamos de lado ahora las utilizamos pero mediante el francés. Ya no decimos alcuzcuz, sino que comemos cuscús (y durante un tiempo, hasta que adoptamos ortográficamente la palabra, comíamos cous-cous). Las mujeres ya no se tiñen el pelo con alheña, pero sí se hacen tatuajes de henna, y el almuédano que bajó del alminar ahora ha regresado llamándose muecín y se ha subido a un minarete.
En este ejemplo, es muy clara la secuencia histórica de los hechos: la desaparición en nuestro entorno social y cultural de personas y cosas que denominábamos con palabras de origen árabe que habíamos adaptado a nuestra lengua hace que se haya perdido el uso de esas palabras y que queden guardadas en los diccionarios. Cuando vuelven las personas y las cosas, sólo los estudiosos saben cómo se las conocía antiguamente. En cambio, para la mayoría de los hablantes ha sido necesario recurrir al francés para volver a nombrarlas. Si la formación humanística de la población hubiera sido un componente básico de sus estudios, al llegar estas nuevas oleadas quizás habríamos sido capaces de llamar a las cosas por el nombre que ya tenían en nuestra lengua. Pero en la cadena de cultura faltan algunos eslabones.
Aparte de este caso, hay muchos otros aspectos que pueden influir en la desaparición de palabras que hasta un momento determinado los hablantes habían utilizado con naturalidad. A grandes rasgos, hay dos razones: o bien aquello que las palabras denominan ha dejado de existir, o bien la aparición de nuevas palabras arrambla las existentes. Un ejemplo del primer caso es el del alcuzcuz, porque dejamos de comer este plato. Para un ejemplo del segundo, basta con una moda: antes hablábamos de ropa deportiva o ropa informal y ahora decimos casual, en inglés, que es más cool.
Los expertos que Es ha consultado coinciden aún en un tercer culpable: la simplificación de la lengua, es decir, la disminución del caudal de palabras que utiliza un hablante, la pérdida de vocabulario. Mercè Lorente, directora del Institut Universitari de Lingüística Aplicada (IULA), de la Universitat Pompeu Fabra, pone unos cuantos ejemplos “prestados de la actividad de ir a comprar, en concreto en expresiones fijas de cantidades”. Utiliza como referencia la ciudad de Barcelona y su entorno, y las generaciones de van de los 30 a los 50 años. Sus ejemplos están tomados de la lengua catalana, pero son prácticamente igual de válidos en la castellana: “Solemos oír paquete, ramo, tira, trozo, pero no otras palabras más precisas como: un manojo (manat) de cebollas tiernas, una ristra (rast) de ajos, un ramillete (pom) de flores, un fajo (feix) de leña, un puñado (grapat) de cerezas o de avellanas, una lonja (llenca) de tocino”. La doctora Lorente añade las fracciones: está la habitual un poco de, y ya no oímos: una brizna (bri) de azafrán, una pizca (pessic) de sal, una rebanada (llesca) de pan, un trago (glop) de vino, una tableta (rajola) de chocolate, que es distinto de una onza (presa) de chocolate”.
Alberto Gómez Font, flamante director del Instituto Cervantes en Rabat, la capital de Marruecos, coincide en la sustitución y en el hecho simplificador: “Las palabras casi siempre las abandonamos al poner en su lugar otras recién llegadas, a veces tomadas de otras lenguas y a veces creadas sobre las ya existentes o al menos emparentadas con aquellas. En otras ocasiones lo que ocurre es que (sobre todo con los verbos) se tiende a lo facilón, a los términos comodines, con el consiguiente empobrecimiento léxico”.
Los términos comodines son aquellas palabras que denominan muchas cosas y que borran la riqueza léxica que matiza las diferencias, como hemos visto en los ejemplos de Lorente. Es el caso del verbo generar, que ilustramos en estas páginas.
El prestigioso e incansable lexicógrafo José Martínez de Sousa apunta otras razones y pone algunos ejemplos del castellano: “Hay palabras, llamadas obsolescentes, que se encuentran en proceso de desaparición, pese a que aquello que designan sigue vivo. ¿A qué se debe este fenómeno? Pues no lo sé. Se me ocurre que puede tratarse del mismo fenómeno que afecta a las modas en general. Pienso, por ejemplo, en voces como endilgaren el sentido de encaminar, dirigir, o dar de mano con que se indicaba la suspensión del trabajo, y asaz por muy. Hay también frases o formas de decir que pasan de moda y su uso actual resulta pedante, como Para mí tengo que..., Yo de mí sé decirles que...”.
Por su parte, el traductor y crucigramista Pau Vidal considera que en el caso del catalán hay que tener en cuenta aspectos geográficos que justificarían la desaparición de algunas palabras, “para facilitar la extensión de los espacios comunicativos: a más lejanía territorial, más reducción de la sinonimia. Caen en desuso los sinónimos percibidos como más locales: en nuestro caso, por ejemplo, andròmines en beneficio de trastos, dèria en el de mania, cardar (y pitjar o boixar...) en el de follar, viu en el de llest, renyir (una pareja) en el de separar-se, enraonar en el de parlar, para poner sólo una ínfima parte de los ejemplos posibles”.
Y otro elemento que señala Vidal para el caso del catalán es la diglosia: “Los hablantes sustituyen una palabra por un calco de la lengua dominante de la que toma prestado el sentido. Casos como el del verbo provar (m’ha provat caminar una mica) suplantado por sentar bé, o la locución estar dret para estar de peu”.
De todos modos, reflexiona Lorente, hay que andarse con cuidado, porque “de entrada partimos de sensaciones, de datos no contrastados científicamente. Ya no las oímos; quizás las leemos, pero nos da la impresión de que la gente ya no las dice”. “Aquello que notamos –razona la directora del IULA– es que las palabras desaparecidas han sido sustituidas por otras de significado más genérico o por variantes más próximas a la lengua castellana, que impone interferencias. En cambio, hay otras palabras que también caen en desuso y que no las echamos de menos porque simplemente ya no nos sirven. Son denominaciones de herramientas o utensilios manuales que han sido sustituidos por maquinaria, prendas de ropa que ya no se usan, tecnología que ha cambiado. Estos cambios son inevitables y una señal evidente de que la lengua de la comunidad está viva. Son palabras que ya no empleamos, pero que permanecen en la lengua escrita, en algunos discursos de especialidad o en los inventarios museísticos”.
Lorente responde a la pregunta sobre el porqué de la desaparición de las palabras con más preguntas: “La observación más importante es: cuando hablamos de desaparición de palabras, ¿cuál es nuestro punto de referencia, Barcelona? ¿Madrid? ¿La lengua de las nuevas generaciones? A menudo cuando afirmamos rotundamente que la lengua cambia, o que se degrada, no tenemos en cuenta la extensión y la variación de la comunidad lingüística”, advierte la lingüista.
¿Qué hay que hacer para revitalizar estas palabras? Ante esta cuestión, los lingüistas castellanohablantes consultados no ven muchas soluciones, pero tampoco se hacen mala sangre.
“¿Y por qué queremos revitalizarlas? –responde Martínez de Sousa–. Cuando las palabras desaparecen es porque han cumplido su ciclo: nacimiento, desarrollo y desaparición. De todas maneras, de hecho las palabras, una vez nacidas, no desaparecen jamás de forma absoluta: alguien las pronunciará, las recordará y pronunciará su nombre o bien alguien las escribirá en una novela, un documento o se encontrarán en cualquier otra fuente”.
Gómez Font responde en la misma línea: “Aunque sea una labor meramente testimonial –con pocas probabilidades de éxito– lo mejor es insistir en su uso, usarlas mucho, y contar a los amigos que existen y convencerlos de que son bonitas y de que merece la pena usarlas. Y, cómo no, los periodistas tienen a su alcance la herramienta más poderosa para la resurrección de esas palabras: usarlas en los periódicos, la radio, la televisión y en internet”.
Con respecto al catalán, en cambio, los lingüistas consideran que debe haber una actitud más activa por parte de los hablantes ante la desaparición de algunas palabras, porque la influencia de una lengua tan potente como la castellana es muy fuerte. Vidal considera que “la única manera de hacer que una palabra o expresión recupere vida en una comunidad de hablantes es incorporarla al modelo dominante, el que en aquel momento tiene prestigio y por lo tanto es imitado”. Y con respecto a la situación respecto del castellano, apunta: “El catalán como transmisor de información, moda, cultura y entretenimiento es un modelo desprestigiado, y no despertará actitudes imitativas hasta que no será hegemónico en su espacio comunicacional”.
Lorente lo resume así: para revitalizar las palabras “hay que decirlas cuando toca; emplearlas”. Y añade: “Los hablantes de lenguas minoritarias seguro que tenemos inseguridades, pero no debemos permitir que nuestras dudas nos hagan abandonar la lengua a su suerte (o desdicha)”.
Salvemos las palabras Bernard Pivot, popular periodista francés que presentó durante muchos años un programa de libros en la televisión del país vecino, Apostrophes, publicó en el 2004 100 mots à sauver, una selección personal de un centenar de palabras que observó que estaban desapareciendo y que había que revitalizar. El libro tuvo mucho éxito por la idea que proponía, y eso hizo que se elaboraran versiones en otras lenguas; versiones, que no meras traducciones, claro. Al año siguiente, Pau Vidal tomó el testigo y escogió cien en catalán: En perill d’extinció; 100 paraules per salvar. Y en el 2011, Pilar García Mouton y Álex Grijelmo hicieron una selección más amplia, casi 300, en castellano, en su título Palabras moribundas. Son intentos para mantener la riqueza del vocabulario y para concienciar a los hablantes de la responsabilidad que tenemos como usuarios de nuestra lengua. Pero por muchos libros que se publiquen, sólo la conciencia lingüística de las personas puede salvar las palabras. Está, pues, al alcance de nuestra mano.


Leer más: http://www.lavanguardia.com/estilos-de-vida/20121116/54354548329/palabras-que-desaparecen.html#ixzz2CwA5BM3l

CÓRDOBA









Aunque suene igual, Córdoba no es lo mismo que Córdova
Por: Fernando Avila

El delegado para Colombia de la Fundéu BBVA explica la diferencia.
El primer jet que adquirió Avianca se llamó Bolívar; el segundo, Santander, y el tercero, Córdoba, así con b larga, pero este tercero fue devuelto a la Boeing, para que se le corrigiera el letrero y quedara llamándose Córdova , con ve corta, que es el apellido correcto del prócer colombiano José María Córdova.

Así, José María Córdova, con v corta, se denominan también el aeropuerto de Rionegro, que sirve a Medellín, y la Escuela Militar de Cadetes, de Bogotá.
En cambio, el nombre del departamento de Córdoba se escribe con b larga, aunque su nombre sea un homenaje al mismo militar de los ejércitos neogranadinos. Este departamento nació por Ley sancionada en 1951 y reglamentada en 1952, segregado de Bolívar, lo que permitió al orador de turno decir con solemnidad “Del corazón de Bolívar nació Córdoba”.
Quizá cuando se firmó el acta de constitución no hubo a la mano un historiador que advirtiera el error, como sí lo hubo cuando llegó el tercer jet de Avianca. De manera extemporánea, el departamento fue llamado hace unos años Córdova, durante un período gubernamental, pero en el siguiente período le fue devuelto el nombre original.
Según el Diccionario del Instituto Geográfico Agustín Codazzi, los catorce lugares colombianos con nombre Córdoba y Cordobita se escriben todos con b larga.
Los primeros españoles de apellido Córdoba llegaron de Andalucía a Antioquia, a finales del siglo XVII o comienzos del XVIII. El prócer fue bautizado con el apellido Córdoba, con la b original, pero en su carrera militar se cambió la b de su apellido por la v de la victoria. De ahí el desajuste.
Otros Córdoba, de origen español, aparecen en Santa Fe de Bogotá a mediados del XVIII, y otros más, en Cartagena, a finales de ese siglo.
En general, si se revisan las guías telefónicas de las diversas ciudades colombianas, abundan los Córdoba y escasean los Córdova.
En el plano internacional, Córdoba, con b larga, se llaman la famosa ciudad española a orillas del Guadalquivir, y la segunda ciudad más poblada de la Argentina.
Desajustes como este han llevado a alguien a predicar que los nombres propios no tienen ortografía. ¡Ojo! Habría que decir mejor que la ortografía de los nombres propios es de más cuidado que la de los comunes. Por eso, el capítulo VII de la nueva Ortografía de la lengua española se llama justamente “La ortografía de los nombres propios”.
Fernando Ávila Delegado
para Colombia de la Fundéu BBVA

EFECTO INVERNADERO

Récord en la presencia en la atmósfera de gases que calientan el planeta
La concentración de gases de efecto invernadero -principal acelerador del cambio climático- en la atmósfera alcanzó nuevos récord históricos en 2011, reveló hoy la Organización Meteorológica Mundial (OMM).
21 Noviembre 12 - Ginebra - Efe
La presencia de dióxido de carbono y de otros gases de larga duración con la propiedad de retener el calor son la causa del aumento del 30 por ciento del efecto de "reforzamiento radiativo", a partir del cual se explica el calentamiento del planeta.


La principal fuente de carbono en su forma de dióxido es la quema de combustible fósil, como petróleo y gas, y el uso de la tierra (deforestación de bosques tropicales).

Según el último boletín anual de la OMM sobre esos gases, presentado hoy en Ginebra, desde la era preindustrial (1750) se han emitido a la atmósfera cerca de 375.000 millones de toneladas de dióxido de carbono, de los que la mitad permanece en la atmósfera, mientras que el resto ha sido absorbido por los océanos y la biosfera (los seres vivos de la Tierra).

Los millones de toneladas de carbono en la atmósfera "permanecerán en ella durante siglos, lo que provocará un mayor calentamiento de nuestra planeta e incidirá en todos los aspectos de la vida en la Tierra", advirtió al presentar el boletín el secretario general de la OMM, Michel Jarraud.

"Aunque detuviéramos las emisiones mañana, lo que sabemos que no es posible, tendremos estos gases en la atmósfera por miles de años", agregó, para enseguida señalar que no sólo su concentración aumenta, sino que el ritmo al que lo hace se acelera cada vez más, de manera exponencial.

Peor aún, los científicos no pueden asegurar que el planeta seguirá teniendo la capacidad de absorber las cantidades de carbono y otros gases que también contribuyen al cambio climático, como ha sucedido hasta ahora.

"Ya hemos observado que los océanos se están volviendo más ácidos como consecuencia de la absorción de dióxido de carbono, lo que puede repercutir en la cadena alimenticia submarina y los arrecifes de coral", dijo Jarraud.

En ese sentido, admitió que la ciencia aún no tiene una plena comprensión de las interacciones entre esos gases, la biosfera terrestre y los océanos.

El dióxido de carbono es el más abundante de los gases de efecto invernadero de larga duración y su concentración actual representa un 40 por ciento más que en la era preindustrial, pero el metano y el óxido nitroso también juegan un papel en este fenómeno.

El primer gas ha sido responsable del 85 por ciento del "reforzamiento radiativo" en los últimos diez años, el metano ha contribuido en un 18 por ciento y el óxido nitroso en aproximadamente un 6 por ciento.

El 60 por ciento del metano -cuya presencia ha alcanzado un máximo sin precedentes con 159 por ciento más que a mediados del siglo XVI- proviene de los cultivos de arroz, la explotación de combustibles fósiles, vertederos o combustión de biomasa, así como de rumiantes, mientras que el resto proviene de fuentes naturales (humedales y termitas).

Entre las fuentes del óxido nitroso se encuentra igualmente la combustión de biomasa, así como el uso de fertilizantes y procesos industriales, y su presencia en la atmósfera supone hoy un 20 por ciento más con respecto al nivel preindustiral.

FUNDÉU RECOMIENDA...


Recomendación del día


hat-trick en español es triplete

Triplete o tripleta son alternativas en español para sustituir al anglicismo hat-trick, que se refiere al hecho de que un mismo jugador marque tres tantos en un mismo encuentro.

En las informaciones deportivas suele usarse con bastante frecuencia el término hat-trick, como en «El astro Lionel Messi anotó el 'hat trick' que dio la victoria al Barcelona», «El Barça golea al Valencia con un 'hat-trick' de Leo Messi» o «Higuaín logra un hat-trick en Valladolid», donde lo adecuado habría sido emplear triplete o tripleta, vocablos usados en España e Hispanoamérica, respectivamente.

Además, se recuerda que si se emplea la palabra inglesa hat-trick, esta se puede escribir con o sin guion, pero siempre en cursiva o, si no se dispone de este tipo de letra, entrecomillada.

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