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quarta-feira, 5 de dezembro de 2012

PATRICK HAMILTON


El santo bebedor
Se traduce al castellano Última resaca, joya de la literatura inglesa de la primera mitad del siglo XX en la que Patrick Hamilton despliega un estilo agudo y un humor feroz
Por Matías Serra Bradford | Para LA NACION

El ajedrez es un pasatiempo que ha tenido en Rusia su mayor centro de gravedad. Como buen marxista, Patrick Hamilton (1904-1962) era adicto al juego. Pero Hamilton era un marxista inglés y tuvo para con su nacionalidad la deferencia de cultivar asimismo aficiones más sajonas, como el golf y el bridge . Juraba que de las tres adicciones el bridge era la más peligrosa. El autor de Última resaca parecía capaz de establecer sólo relaciones compulsivas con las personas y las cosas. Es el régimen que sigue George Harvey Bone, el protagonista de la novela, una de las mejores historias de infatuación jamás escritas y que provoca otra, la del lector con el libro.
En la novela están presentes todos los elementos químicos de los que no puede prescindir una ficción de Patrick Hamilton: lo vengativo, lo macabro, lo sádico y aquello que sirve de telón de fondo de estas prácticas vocacionales, la soledad absoluta. Las locaciones favorecidas por Hamilton -el puby el hotel familiar- le disputan el protagonismo a Bone y a Netta Longdon, el objeto de deseo oscuro e inescrutable de la novela. La similitud entre el apellido de Netta y el nombre de la ciudad que habita insinúa que la fascinación y la revancha de Bone es para con una metrópolis entera. El eco de palabras se da también en el título original del libro - Hangover Square - con respecto a Hanover Square, pequeño parque de la capital inglesa en el que todavía hoy puede verse de tanto en tanto alguna botella con el cuello roto.
Dos capítulos de Última resaca se mudan de Londres a Brighton, y la captación de un día de lluvia en un balneario en estado de suspenso resulta de lo más notable. Pero a veces George Harvey Bone se va del todo, se va tan lejos que se produce un corte en su mente, "como si hubiera estado viendo una película, y de pronto hubiera fallado la banda de sonido". Ese vaivén entre lo consciente y lo inconsciente -"era maravilloso cómo hacía cosas sin saber que las estaba haciendo"- se sustenta en una de las mayores virtudes de Hamilton: la voz de un narrador que es la sombra del protagonista, que actúa de protagonista enmascarado. Como si en relatos regidos por la duplicidad y la traición un personaje debiera estar imposibilitado de hablar de manera directa con el lector. Lo cierto es que hay tramos tan alucinatorios -cuando un personaje, por ejemplo, se reencuentra con otro- que es como si el narrador volviera a empezar y los presentara de nuevo entre sí y se los presentara de nuevo al lector.

Hamilton sabe de memoria que en el modo de ejercer la distancia se juegan las posibilidades de un escritor. Su paso de la primera persona a la tercera se da en varios niveles. El biógrafo y ensayista Michael Holroyd sostiene que en la página Hamilton transformó "sus defectos en ventajas, la ansiedad en suspenso, la duda en pathos , la monotonía en un espléndido espíritu de comedia". Última resaca está puntuada por tics de primera persona camuflados en una tercera persona del singular, como la repetición de una misma palabra. Hamilton tenía afición por las listas y no por nada extensas definiciones de ciertos términos -como intoxicación, trance, ardor- sirven de epígrafes a algunas secciones del libro. Las frases de Última resaca están menos preciosamente dilatadas que en esa otra obra maestra de Hamilton,Los esclavos de la soledad , pero obedecen a un mismo espíritu clínico y su tacto para el lenguaje sigue siendo sumamente poderoso.
Hamilton quería escribir un estudio de la hipocresía al modo de la Anatomía de la melancolía de Robert Burton, y de alguna manera sus novelas lo fueron redactando por entregas, a la luz de aquello que al menos por un tiempo lo salvó del abismo: un humor feroz y un ojo infalible para examinar las relaciones humanas. Podría decirse que el estilo de Hamilton es su agudeza psicológica; una agudeza que en casos excepcionales parece acentuarse en los que como Hamilton no logran dominar su propia psiquis. En un pasaje de Última resaca se lee: "Mucha de aquella mudez aparente era una completa falta de articulación o, mejor, una suerte de extraño ensimismamiento que se manifestaba en un comportamiento letárgico". La percepción psicológica de Hamilton se refleja en un análisis casi maniático de los personajes, pero no es estática ni teórica porque se prolonga en diálogos en los que el aire se corta con un cuchillo. El abandono de sus personajes será irremediable pero la familia literaria de Patrick Hamilton es numerosa: Colin MacInnes, Roland Camberton, Gerald Kersh, Alexander Baron, Derek Raymond y el Orwell de Coming Up for Air . Su mayor héroe fue Dickens y la bebida, como para no pocos personajes del autor de Oliver Twist , fue su perdición. Hamilton se consolaba enumerando a los escritores que según él habían arruinado su talento no por el exceso sino, como el poeta Swinburne, por culpa de la abstinencia.
El itinerario de Hamilton fue el de un equilibrista en la cuerda floja, además, porque tuvo que despuntar a la sombra de las carreras fallidas de escritores excesivamente cercanos: su padre, su madre y un hermano. Admirado por sus colegas Graham Greene, Julian MacLaren-Ross, Anthony Powell y L. P. Hartley, y por Alfred Hitchcock -que adaptó La soga al cine- y Orson Welles, Hamilton pagó un éxito precoz con una muerte prematura. Cada nuevo lector que llegue a Última resaca de Patrick Hamilton leerá un libro distinto, y encontrará un libro distinto toda vez que lo relea, como alguien que quisiera filmar una escena en la nieve y a cada intento de rehacerla tuviera que borrar las huellas precedentes.

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