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terça-feira, 27 de novembro de 2012

TRADUCCIÓN II







La traducción ingresa en la Academia
Miguel Sáenz, introductor en España de Bernhard o Günter Grass y recién elegido miembro de la RAE, habla del pasado y el futuro de una labor no siempre reconocida

por IKER SEISDEDOS Madrid 26 NOV 2012 -

Además del extraordinario traductor literario con modales de novelista, con Miguel Sáenz (Larache, 1932), elegido para el sillón b minúscula, vacante tras la muerte de Eliseo Álvarez-Arenas, ingresarán en la Real Academia el general auditor retirado, el brillante jurista del aire, exfiscal de la Sala Quinta del Tribunal Supremo, el cosmopolita que “gracias a la ONU” nos presentó a los escritores Thomas Bernhard, Salman Rushdie o Günter Grass, el miembro de la academia alemana y el gran experto en jazz, teatro y asuntos aeronáuticos.
Y a juzgar por las muestras de alegría que este hombre franco y cercano ha recibido de sus compañeros de gremio desde su designación el pasado jueves, pareciera que también entra con él toda una profesión.
“Lo han vivido con gran alegría, como un reconocimiento colectivo”, explicaba este sábado en su casa al norte de Madrid, llena de libros y recuerdos compartidos con su mujer Grita Loebsack y sus cuatro hijos. Hay otros grandes traductores en la RAE, se apresuró a añadir: “Javier Marías, Francisco Rodríguez Adrados, Juan Gil y, claro, Valentín García Yebra”. “Aunque es cierto que quizá es la primera vez que se buscaba específicamente a un traductor [se impuso en segunda ronda de las votaciones a otro, Antonio Pau]. La novedad es que siempre ha habido militares académicos, pero nunca del Aire”.
Porque si Sáenz, que pasó su infancia en Marruecos como hijo de un general de Infantería, se ha labrado una ejemplar trayectoria como traductor literario desde hace ya 40 años, ha sido “a partir de las seis de la tarde”, cuando sus obligaciones de jurista y militar le dejaban tiempo.
Su debut de aficionado llegó en 1976, de la mano de Peter Handke(Carta breve para un largo adiós). Pero antes, la interpretación ya le había servido de sustento, cuando recaló en excedencia en la ONU entre 1965 y 1970. En Nueva York primero y en Viena después. “Si algo sé de traducción lo aprendí allí, no en una universidad”, recuerda. “La sección la componían no solo intérpretes españoles, sino también hispanoamericanos. Ahí entendí que el español es la lengua de 22 países. Cuando se traduce bajo presión una resolución del Consejo de Seguridad sobre los territorios ocupados, te das cuenta de la importancia de una palabra; puede costar vidas”.
En sus días neoyorquinos, cayó fascinado por la libertad de una generación de músicos irrepetible a la que dedicó el ensayo fundamentalJazz de hoy, de ahora, que editó en Siglo XXI Javier Pradera (con quien se había graduado como teniente auditor del Cuerpo Jurídico del Aire). De vuelta en Madrid, coqueteó con la novela (“escribí un puñado, todas terribles”) y mantuvo el vínculo con la ONU: “Me iban pidiendo traducciones puntuales. Fueron ellos quienes subvencionaron la introducción de cierta narrativa alemana en España. Con lo que me pagaban por un par de meses me daba para estar con El rodaballo dos años”.
Desde aquel trabajo se le ha considerado como “el gran traductor del alemán”, pese a que se maneja “mejor en inglés” (Henry Roth o William Faulkner se cuentan también entre sus clientes). “En realidad, la culpa de mi especialización germánica la tiene Jaime Salinas, que necesitaba lectores de alemán para Alfaguara. Lo había aprendido en parte cuando a fines de los años cincuenta estuve destinado en Mallorca. Y con las extranjeras hablabas inglés o hablabas alemán... Allí conocí a mi mujer”.
Obligado por los informes para Salinas y el legendario comité editorial que reunía en Torres Blancas a, entre otros, Benet, García Hortelano, Marías o Rafael Conte, Sáenz se sacó la carrera de Filología Alemana. En una de aquellas reuniones, Marías habló de un enigmático autor austriaco llamado Thomas Bernhard, que él había leído en francés. De aquel descubrimiento surgió una relación que dura hasta hoy: Sáenz ha traducido casi toda la obra del escritor, a quien dedicó una espléndida biografía.
Trastorno fue el primer bernhard publicado (en 1978) por Alfaguara, y tal fue la influencia de su prosa hipnótica, que podría decirse que cambió la faz de la narrativa en español. Sáenz cuenta que durante su proceso de ingreso en la RAE, avalado por Luis Goytisolo, Pedro Álvarez de Miranda y Margarita Salas, recibió apoyos cariñosos de algunos escritores académicos. No en vano, a ellos, y a una legión de lectores, ha llevado de la mano por los procelosos cauces de la mejor narrativa alemana: de Brecht a Kafka, de Sebald a Döblin, autor de Berlin Alexanderplatz, su traducción “más compleja”.
A Bernhard, hombre poco social, estuvo a punto de conocerlo cuando este le llamó en 1989 desde Torremolinos para fijar una cita finalmente truncada por la muerte del escritor en 1989. Mayor relación ha tenido con otros autores, como Rushdie o, sobre todo, Günter Grass, con el que, al paso de los años, le une cierta amistad.
Gracias a todo ello (también al más exitoso trabajo de su trayectoria, La historia interminable, de Michael Ende, que aún le “da dinero”), obtuvo en 1991 el Premio Nacional de Traducción a toda una carrera, que este mes, como parte del jurado ha concedido a su compañero Francisco J. Úriz (y a Luz Gómez en la categoría de mejor libro). Mucho han cambiado las cosas en esas dos décadas... ¿O no? “La traducción literaria sigue estando pésimamente pagada. Un traductor no necesita reconocimiento, sino que le remuneren bien”, opina Sáenz. “A mí no es que me paguen correctamente, es que me estafan menos”.
Se sabe, con todo, un privilegiado. “No he vivido de esto, por suerte, porque para eso hay que matarse trabajando”. Siempre ha aceptado solo los trabajos que le interesaban. A los que ahora se suma la redacción del discurso de ingreso, que, mucho se teme, versará sobre el arte de la traducción. Aunque estaría feliz, dice, de poder consagrarlo a otras pasiones. Como el lenguaje aeronáutico. O el jazz.

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