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segunda-feira, 21 de novembro de 2011

Cambalache





Imagen y palabra
Por Enrique Pinti | Para LA NACION






Suele decirse que una imagen vale más que mil palabras, pero muchas veces hay imágenes que necesitan no mil sino un millón de palabras para explicarlas. La foto de un niño desnutrido mirando a cámara con una expresión mezcla de miedo, hambre y desesperanza será todo lo elocuente que se quiera, pero es sólo la punta del iceberg, sólo el resultado final de una larga historia de injusticia, desigualdad, crueldad, guerra de intereses que necesitan muchas palabras para ubicarnos en la real dimensión del problema. Pasan por mi memoria los horrores de la Segunda Guerra Mundial, que estremecieron mi corazón desde la más tierna infancia al ver noticieros en el cine o terribles fotografías en los diarios de la época; desde las caravanas de personas cargadas con sus pertenencias tratando de huir de las tropas de ocupación, hasta las espantosas imágenes de los cadáveres escuálidos de las víctimas de muchos holocaustos, pasando por el horror de Hiroshima, la destrucción de Berlín, Londres o Stalingrado y las atrocidades de la inmediata posguerra en toda Europa. Todo estaba ahí, en esas macabras postales, pero tuvieron que explicármelo con muchas palabras para que yo pudiera tratar de enterarme y juro que es el día de hoy y todavía me cuesta entender tanta crueldad. Yo mismo, ya mayor, tuve que explicarles a los más jóvenes eso y tantas cosas más de las que había sólo imágenes claras, indiscutibles y contundentes, pero necesitadas de ser explicadas con ese instrumento maravilloso que es la palabra.

Es cierto que cuando la palabra es usada como palabrerío y retórica, oscurece más que aclarar, pero también es cierto que es el único camino racional del que disponemos para contar lo que vivimos desde adentro o desde afuera.

Las imágenes de la felicidad plasmadas en fotos alegres y gozosas son diáfanas y expresivas, pero sólo nosotros sabemos si esas caras con sonrisas ocultaban algún drama o si alguno de esos amigos o familiares eran capaces de traicionar o mostrar la hilacha.

Por eso, cada foto tiene una historia que va más allá de la imagen y que requiere muchas palabras para darles el verdadero sentido.

Nadie niega la ayuda invalorable de la imagen, nadie duda de la validez de la foto, pero solo el complemento de la palabra puede acercarnos a la verdad.

Los pensadores, los filósofos, los historiadores y los escritores y poetas dejan constancia con sus sabias palabras de lo que ven, sufren, gozan, ríen o padecen; los pintores, los fotógrafos, los cineastas y los escultores legan a la humanidad sus imágenes. Y así el gran Goya pintando Los desastres de la guerra, Platón o Aristóteles llenando de palabras sus tratados de filosofía, o los grandes arquitectos erigiendo edificios que son muchas veces símbolos de cada época, combinan con su talento el rompecabezas que permite explicar los misterios de nuestras conductas y las razones o sinrazones de nuestras locuras y nuestras grandezas. Imagen y palabra van juntas y no son enemigas, sino compañeras complementarias.

Es cierto también que las dos pueden engañarnos y ocultarnos la verdad. La palabra, con la fascinación de los demagogos y aventureros que desde balcones, púlpitos, estrados o canales de televisión lanzan cataratas de banalidades, mentiras hábilmente disfrazadas y verdades a medias; la imagen, con su tendencia a embellecer lo horrible y a afear lo que no conviene al poder de turno. Retacear imágenes, archivarlas o destruirlas para no dejar constancia histórica de hechos aberrantes es la trampa mortal donde quedan atrapadas las explicaciones de por qué ocurren ciertos hechos luctuosos para la humanidad y cierran las puertas que podrían abrirse para que los seres humanos no volvamos a repetir horrores del pasado.

La imagen es el principio, la revelación, el impacto emocional.

La palabra es la razón, el intento válido de entender, de aprender, de superar el error. Ahí están las dos a nuestra disposición. Quedarse con una de ellas en forma excluyente es una muestra de inmadurez o, peor aún, de miedo a la verdad.

El autor es actor y escritor.

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