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segunda-feira, 7 de novembro de 2011

CAMBALACHE



Torre de Babel
Por Enrique Pinti | Para LA NACION



Dicen que el saber no ocupa lugar, y el que esto escribe agrega: "Y saber idiomas es abrir puertas a la sabiduría". Y no afirmo esta sentencia sobre una calidad de políglota ni mucho menos. Por pereza, una pereza que muchos pueblos tienen a pesar de globalizaciones y redes gigantescas de comunicación tecnológica, dejé pasar muchas oportunidades de aprender seriamente idiomas. En el secundario, tres años de inglés y dos de francés apenas me permitieron un lenguaje tarzanesco de yo soy, yo tengo, the pupil and the teacher, ok, yes, no, good bye, mezclado con merci mon chéri, monsieur, madame y pâté de fois.
Al comenzar a viajar por Europa y Estados Unidos, cuando ya era un señorito de treinta y cuatro años, comenzaron los tropiezos al no entender ni jota, confundir palabras y pedir en Nueva York en un restaurante eggplants parmiggiana pensando que eran huevos al gratín (por lo de eggs, ¿viste?), y encontrarme con que los dichosos eggplants eran las por mí odiadas berenjenas. Y de la vergüenza me las tuve que tragar. Como Dios y el público que seguía llenando los teatros donde yo actuaba me permitieron viajar todos los años, fui aprendiendo a los ponchazos algo parecido al inglés, un símil francés no apto para parisinos impacientes y un italiano más sospechado que aprendido que junto con rudimentos de un portugués que haría reír de lástima a la mismísima Carmen Miranda me han permitido comunicarme con un nivel aceptable con camareros, amigos, compañeros de viaje y boleteros de teatro. Entiendo un poco más de lo que hablo y mi estúpida pretensión de expresarme con la misma riqueza de léxico y claridad semántica que en español limitan mi discurso, que se parece más a una mala traducción literal que a una más simple y, por lo tanto, más comprensible expresión gramatical. Es que pretender pensar en otro idioma, cuando uno es un cuarentón, resulta un desafío no imposible, pero sí muy dificultoso.
Por eso, si se puede, no hay que descuidar ese aspecto de la formación cultural desde la infancia, esa época en la que los seres humanos comenzamos a descubrir lo que es un idioma y lo aprendemos con la más absoluta naturalidad. Ya se sabe, lamentablemente, que millones de niños no llegan a tener una educación elemental y otros tantos ni siquiera se alimentan sanamente, pero quien tiene posibilidades de una formación medianamente normal no debe desaprovechar el estudio de idiomas, pues cuantos más se dominan más abarcativa y completa será la imagen del mundo circundante y, por lo tanto, habrá mayores oportunidades de comunicar e intercambiar información, valores y distintas formas de vida. Claro, son muchos los que no pueden acceder a esos niveles.
Lo que es incomprensible es que los que se dedican a la política con ambiciones presidenciales hayan descuidado tanto esta materia. No se trata de aprender inglés como un idioma del amo practicando un cipayismo estilo Gunga Din, aquel personaje hindú chupamedias del invasor británico, símbolo de la sumisión al colonialismo. No, se trata de poder debatir de igual a igual sin traducciones simultáneas transmitidas por auriculares confusos y voces inexpresivas. Cuando uno habla no pesan sólo las palabras, sino las intenciones, los tonos, las entrelíneas, los subtextos y las ironías. ¿Cómo pueden ir a reuniones cumbres sin entender ni jota? ¡Así salen de esas reuniones! Con sonrisa para la foto y alguna apreciación del tiempo, la humedad, el frío o el calor: "Nice day, mister president" "¡Oh, yes, milord!" Los norteamericanos no conocen otra lengua, el inglés de Zapatero, Felipe González o Rajoy es tan lamentable como el de Menem o el de la mayoría de nuestros presidentes, ni hablar de la falta de tacto de Berlusconi en cualquier lengua, las barbaridades de Reagan en sus fallidos intentos de español, la desvergüenza de algunos funcionarios de cancillerías que viajan con traductor pegado cual mellizo siamés y el patético inglés, inexistente francés o vomitivo italiano de tripulaciones en muchas empresas de aeronavegación.
Si el saber no ocupa lugar, entonces no renunciemos a comunicarnos. Lo digo desde mi propia ignorancia, desde el tiempo perdido, pero que día a día trato de recuperar. Claro, pido demasiado, hay tanta gente que todavía no ha terminado de aprender el español, idioma que ni siquiera saben escribir con corrección. ¿Cómo van a saber otros idiomas? ¡Dale al mensajito de texto!: ¡T kiero man!
* El autor es actor y escritor.

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