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quinta-feira, 18 de março de 2010


LEMBRANDO A WIMPI

Wimpi, pseudônimo de Arthur García Núñez, jornalista e narrador uruguaio, nascido em 1906 em Montevidéu e falecido em Buenos Aires em 1956. Trabalhou nos jornais El Plata e El Imparcial e na revista humorística Peloduro. A massiva difusão se a deu a radio onde dizia seus incisivos textos.

O tamanho dos sonhos

O cara se faz, pelo geral, pessimista, a força de ir vendo o que lhes acontece na vida aos otimistas.
Há um otimismo capaz de produzir pessimismos. É o dos otimistas que alienam o presente, que desatendem à hora em que se vive.
Aspirar à plenitude é um modo de conspirar contra ela. Quem aspira muito, em efeito, sempre se sente defraudado pelo que finalmente consegue .
Cada hora da vida tem uma riqueza, um significado, um sentido. Quando o cara não aproveita essa riqueza, não adverte esse significado, não entende esse sentido, há sofrido uma perda que já com nada poderá compensar.
Não é otimismo autentico o de quem espera confiante a que a realidade chegue a ter o tamanho de seus sonhos: ou é, em câmbio, aquele capaz de viver seu sonho como uma realidade.
Esperar que uma ilusão se realize, é uma falta de respeito para com a ilusão. Esperar que se transforme numa coisa que possa tocar-se ou guardar-se num cofre ou se pôr na geladeira, é quitar-lhe à ilusão seus valores mais certos, sua graça mais diáfana e sua gloria mais pura. É confundir à ilusão com uma nota promissória.
Dizem os pessimistas que não pode haver felicidade completa, porque estão aborrecidos de ver a decepção dos otimistas que acreditavam que poderia haver-la.
Porém é que a felicidade não é nunca uma coisa feita: se vai fazendo. Não se trata de que o cara pense que chegará a ser feliz: se trata de que, lúcido, vai sendo feliz.
A cada momento o cara chega a algo. O ruim é que não o percebe. Nada do que passa, passa. Todo se faz nosso. E o cara, que sempre quer se apoderar de tudo, nunca sabe ser dono de nada.
A felicidade não pode estar ao final de nenhum caminho: deve ir estando no caminho. Não é, nunca, uma coisa feita: é intenção e referencia, é consciência e fé. Não procura o caminho até uma coisa: se faz, entre as coisas, um caminho.
Todo momento é algo, todo passo é uma decisão. Cada latido é um presente. Por não haver entendido isto teve que confessar, lá em seus anos velhos, a Marquesa de Sevigné:
-"Que feliz era eu naqueles tempos em que era infeliz!

El tamaño de los sueños

El tipo se hace, por lo general, pesimista, a fuerza de ir viendo lo que les pasa en la vida a los optimistas.
Hay un optimismo capaz de producir pesimismos. Es el de los optimistas que enajenan el presente, que desatienden la hora en que se vive.
Aspirar a la plenitud, es un modo de conspirar contra ella. Quien aspira a mucho, en efecto, siempre se siente defraudado por lo que pudo, luego, conseguir.
Cada hora de la vida tiene una riqueza, un significado, un sentido. Cuando el tipo no aprovecha esa riqueza, no advierte ese significado, no entiende ese sentido, ha sufrido una pérdida que ya con nada podrá compensar.
No es optimismo auténtico el de quien espera confiado a que la realidad llegue a tener el tamaño de sus sueños: lo es, en cambio, aquel capaz de vivir su sueño como una realidad.
Esperar a que una ilusión se realice, es una falta de respeto para con la ilusión. Esperar a que se transforme en una cosa que pueda tocarse o guardarse en un cofre o ponerse en la heladera, es quitarle a la ilusión sus valores más ciertos, su gracia más diáfana y su gloria más pura. Es confundir a la ilusión con un pagaré.
Dicen los pesimistas que no puede haber felicidad completa, porque están aburridos de ver la decepción de los optimistas que creían que podía haberla.
Pero es que la felicidad no es nunca una cosa hecha: se va haciendo. No se trata de que el tipo piense que llegará a ser feliz: se trata de que, lúcido, vaya siendo feliz.
A cada momento el tipo llega a algo. Lo malo es que no se da cuenta. Nada de lo que pasa, pasa. Todo se hace nuestro. Y el tipo, que siempre quiere apoderarse de todo, nunca sabe ser dueño de nada.
La felicidad no puede estar al final de ningún camino: debe ir estando en el camino. No es, nunca, una cosa hecha: es intención y referencia, es conciencia y fe. No busca el camino hacia una cosa: se hace, entre las cosas, un camino.
Todo momento es algo, todo paso es una decisión. Cada latido es un regalo. Por no haber entendido eso tuvo que confesar, allá en sus años viejos, la Marquesa de Sevigné:
-"¡Qué feliz era yo en aquellos tiempos en que era infeliz!.

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